En el camino a las elecciones generales, y con las PASO a la vista, ningún candidato puede sentirse seguro. Encuestas, percepciones sociales e internas tallan la historia de esta campaña.
Por: Nicolás Lantos.
Faltan tres semanas para las PASO y tres meses para las elecciones generales. Las dudas todavía son muchas más que las certezas. Ningún candidato tiene comprado el boleto: la diferencia entre llegar a la Casa Rosada o sufrir una derrota descalificadora en agosto puede estar en apenas un puñado de votos. Las encuestas, domingo a domingo, nos recuerdan los motivos por los cuales perdimos la confianza en ellas; cada lunes vuelven a adoptarse como insumo en las campañas y en los medios, como si nada hubiera pasado. Son más efectivas para paliar la ansiedad que para anticipar resultados.
Para Unión por la Patria las dudas están abajo: ¿existirá, todavía, el piso histórico del peronismo, un tercio robusto que puede asegurar una presencia competitiva en el ballotage? ¿O la experiencia de estos tres años pudo romper algo que había estado ahí durante décadas, sobreviviendo a circunstancias más terribles y acuciantes, y el oficialismo se dirige a una derrota histórica? ¿Saldrán los votantes de ese espacio a votar en defensa propia o volverán a quedarse en sus casas? ¿Juan Grabois contiene votos que se irían a otra fuerza o solamente disputa electorado con Sergio Massa?
En la oposición, a pesar de los problemas, siguen viéndose ganadores y entonces las preguntas son otras. ¿Quién se lleva la interna: Horacio Rodríguez Larreta o Patricia Bullrich? ¿La sumatoria de los dos permitirá un margen tan amplio que no quede en peligro de una fuga de votos entre agosto y octubre? ¿Cuál será el rol de Mauricio Macri en esta etapa? ¿Quién va a manejar la Caja Autónoma de Buenos Aires? ¿Podrá la UCR finalmente ser algo más que un socio decorativo del PRO y construir, después de dos décadas, un dispositivo de poder? ¿Hasta dónde puede llegar la carrera política de Javier Milei?
Sin poder confiar en las encuestas, existen algunos datos que ayudan a poner perspectiva. Massa, el candidato elegido por Unión por la Patria, es ministro de Economía de un país con inflación por encima del cien por ciento, enormes problemas distributivos y una pobreza que ronda el cuarenta por ciento. Además, durante un lustro largo, fue el dirigente político más rechazado por la sociedad argentina, sin distinción en ambos lados de la grieta, camino que comenzó a desandar, lentamente, en 2019, pero que todavía tiene un largo tramo por delante.
A partir del gobierno de Mauricio Macri, la alianza que se encolumnó detrás suyo mantuvo una sorprendente regularidad electoral, rebasando los cuarenta puntos a nivel nacional en las elecciones de 2017, 2019 y 2021. Es importante destacar que la aparición en escena de Milei, un factor potencialmente disruptivo para esa estabilidad, en las elecciones porteñas del 21, impactó parcialmente en el caudal electoral de Juntos por el Cambio. En aquella ocasión, el economista de ultraderecha sumó el 17 por ciento; la mitad se explica por la caída de JxC respecto a dos años antes, pero la otra mitad salió de otro lado.
Otro dato que marca una regularidad en el comportamiento electoral: desde la llegada al poder del kirchnerismo, en elecciones por la gobernación, la suma de los candidatos de ese espacio nunca estuvo por debajo del cincuenta por ciento. En 2007 fue la sumatoria de los 48 puntos de Daniel Scioli más cinco que aportaron Jorge Sarghini y Alieto Guadagni, candidatos de Eduardo Duhalde y Adolfo Rodríguez Saá. En 2011 Scioli sacó el 55 y Martín Sabbatella el seis por ciento. En 2015 se sumaron los 35 puntos de Aníbal Fernández con veinte de Felipe Solá. En 2019 a los 52 de Axel Kicillof se sumaron cinco de “Bali” Bucca.
Encuestas
Más interesante que los dibujos con los que algunos consultores y candidatos intentan generar profecías autocumplidas (casi siempre sin éxito) son otros estudios de opinión que permiten comprender mejor algunas particularidades del escenario. Esta semana las consultoras Alaska y Trespuntozero publicaron uno en el que dan cuenta de que más de seis de cada diez personas en Argentina consideran que la situación económica actual es peor que la que hubo durante la crisis de 2001. Eso explica la vigencia de figuras como Patricia Bullrich, Ricardo López Murphy, Federico Sturzenegger o Hernán Lombardi.
Se trata de una evidente distorsión de los hechos, según surge de cualquier comparación. Medida con la metodología actual, la tasa de pobreza por ingresos, que en el último semestre del año pasado estaba en 39,2 por ciento, a fines de 2001 había trepado a 46 por ciento antes del estallido de la crisis y durante 2002 alcanzó picos del 66 por ciento. La desocupación, por entonces, alcanzaba un récord del 21,5 por ciento; hoy es del 6,9 por ciento, tres veces menos. El contraste da resultados similares si se mide la actividad económica, la cantidad de empresas, las exportaciones, la mortalidad infantil o el delito.
Pero más allá de los números, que no siempre se reflejan en la vida cotidiana, el recuerdo de las postales de aquella época hacen evidente el contraste: hoy no existen largas colas de personas desocupadas buscando trabajo, ni son paisaje habitual las persianas cerradas en las principales avenidas o los negocios del barrio. Los piquetes, ahora, se hacen para discutir planes sociales, antes se reclamaban bolsones de comida. Se rompió la cadena de pagos. Los sueldos no se cobraban o se cobraban en bonos. La gente recurría al canje para subsistir. La desnutrición era endémica en varias provincias.
Los bancos tuvieron que tapiar sus frentes después de que el gobierno de Fernando De La Rúa (y de Bullrich, López Murphy, Sturzenegger y Lombardi) dispusiera la confiscación de los ahorros de los argentinos. La represión era moneda corriente: esa gestión se inició con muertos en el puente Chaco-Corrientes, en diciembre de 1999, y culminó con muertos en todo el país dos años más tarde. En las elecciones de 2001, casi uno de cada cuatro votos fue en blanco (10,76%) o anulado (13,23%, algunos con fetas de fiambre). En 2021, postpandemia y con crisis de representación, hubo 1,78% de nulos y 2,93% de blancos.
El paso del tiempo puede ser una explicación parcial de la distorsión que detecta el estudio de Alaska y Trespuntozero, sin embargo resulta llamativo que esa mayoría sea menos numerosa en la franja etaria más joven. Entre las personas de 16 a 29 años son 58,5 cada cien los que perciben mayor gravedad en esta crisis que en aquella, contra 69,8 por ciento entre los adultos de entre 30 y 49 y 62,5 por ciento de los mayores de 50 años. Evidentemente el recuerdo que existe hoy de ese episodio, mediado por dos décadas de alta intensidad política, es muy distinto a cómo se vivió en aquel entonces.
Hay un ejemplo famoso de este fenómeno, a otra escala. Se trata de un estudio que hace, periódicamente, la consultora francesa Ifop, para monitorear la evolución de la opinión pública de ese país en algunos temas clave. A partir de esa encuesta se desprende un dato llamativo. En mayo de 1945, poco después de la capitulación nazi, cuando se preguntaba cuál había sido el país que contribuyó más a la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial, 57 de cada cien contestaban que había sido la Unión Soviética y solamente 20 señalaban a Estados Unidos. Para 2004, sin embargo, ese resultado se había invertido.
Cosas de peronistas
Es insoslayable el rol en esa operación del poderoso sistema hegemónico de medios que existe en la Argentina, de la misma forma que Hollywood tuvo mucho que ver con la percepción contemporánea sobre quién derrotó a los nazis. Sin embargo existen también dos factores endógenos o autoinflingidos por el propio peronismo sin los cuales resulta imposible explicar la fenomenal lavada de cara de los protagonistas de 2001 y que, por propiedad transitiva, terminan por blanquear también a los ejecutores del segundo capítulo de esa saga: la presidencia Macri y la crisis de 2018 y 2019.
El primer factor es que el peronismo no puede narrar la experiencia del Frente de Todos. El presidente Alberto Fernández renunció desde el primer día a establecer una narración que le de un sentido a su gobierno, creyendo que con la verdad jurídica le alcanzaría. Grave error. Pero el resto de los sectores del peronismo tampoco encuentran la forma de explicar lo que pasó en los últimos tres años y medio ni el lugar en la historia de una gestión de la que todos son protagonistas. La política le rehuye al vacío. Ese silencio, lógicamente, es aprovechado por otros, que construyen sentido sobre territorio abonado.
Todo se desprende, en suma, del segundo factor: el ensañamiento con Fernández y su administración, desde el propio oficialismo, fue desmesurado y poco inteligente. Le ahorró trabajo al adversario. No solamente se hace cuesta arriba poner en valor las cosas positivas del oficialismo cuando desde el corazón del dispositivo oficialista se dijo que este gobierno fue peor que el de Macri o el de De La Rúa; ahora también dificulta la operación de fidelizar los votos kirchneristas para la candidatura de Massa, una decisión que guarda semejanzas conceptuales con la elección de la fórmula en 2019. Una exitosa demolición de sí mismo.
La construcción de un nuevo sentido es una tarea imprescindible que tomará más tiempo y plata que los disponibles ahora, con el calendario electoral en marcha. Sin esa herramienta y con todas las chances en contra, el peronismo deberá volver a convertirse en una formidable máquina electoral si quiere evitar que en diciembre comience un tercer capítulo de la saga de Bullrich y compañía. En las elecciones provinciales se pudo corroborar que cuando fue dividido (San Luis) o no, por el motivo que fuera, no se movilizó el aparato (San Juan, Santa Fe, Chaco), Unión por la Patria sufrió duras derrotas.
Si existe una vía hacia el triunfo en los comicios pasa por minimizar el ausentismo, que lastimó principalmente a esta fuerza política en 2021 y este año. Por eso, Massa le pidió esta semana a la CGT “no parar de militar ni un minuto” y ponerse al hombro la campaña, mensaje que también reiteró ante otros interlocutores. Las posibilidades de que se manifieste el milagro electoral están atadas a esa capacidad de movilización y otras variables más difíciles de controlar, como el clima. Así de precario es el estado de las cosas en el comando oficialista, tironeado entre las carencias y el Fondo Monetario Internacional.
Una interna tranquila, que contraste con el cotolengo en el que devino la oposición, es indispensable evitar la zozobra y maximizar las chances magras del peronismo. Aunque nadie duda de que se impondrá Massa, existen en el comando oficialista quienes creen (no todos) que puede resultar un problema para el conjunto que Grabois crezca más allá de cierto número de adhesiones. Es una hipótesis que precisa más argumentos para ser aceptada, pero incluso, si la damos por buena, cuesta creer que la mejor manera de afrontar ese problema es hacer de cuenta que el candidato no existe.
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