Problemas edilicios que tienen a los empleados en quite de colaboración desde hace más de un mes. Unos dicen que no se puede trabajar allí. Otros, que nadie en el país trabaja en condiciones óptimas. Lo cierto es que hay peligro inminente por falta de aire y salidas rápidas en caso de siniestro. Casi un polvorín.
Era porque el Consejo no tenía sitio para nada. Ese edificio no hubiera resistido una verdadera inspección del Ministerio de Trabajo que pretendiera aplicar a pie juntillas los requerimientos de la ley 19 587. Hay que decirlo.
En aquellos tiempos, muchos preguntaron también cómo se saldría de allí en caso de incendio. Muchos. Pero a pesar de todo, fue una realidad naturalizada, y así se trabajó durante mucho tiempo, cuando para un docente hacer un trámite siempre implicaba averiguar el día anterior exactamente a qué piso le competía dirigirse, para no pasar la mañana subiendo o bajando escaleras.
De todos modos, en agosto de 2011 sucedió el gran cambio: la mudanza. El problema es que ocurrió entre gallos y medianoche, y sin las más mínimas previsiones del caso.
Se trata de una entidad oficial que recibe diariamente gran cantidad de público, y alberga otros tantos empleados de diferentes especializaciones, ya que muchos son de carrera docente, pero otros tantos son administrativos. No es tan sencillo, porque necesitan no solamente aire, luz, baños y refrigerio. También requieren muebles, insumos, computadoras, red de Internet y electricidad.
La responsable de la movida de aquel momento fue la presidenta del Consejo, María Alejandra Martínez, a quien se acusó de haber arreglado la distribución de los espacios solamente con el personal jerárquico del sistema, más precisamente con la jefa regional de inspectores, Gabriela Salvi, quien necesariamente ocuparía el mejor de lo despachos, enorme y alfombrado. Si no, no había premio.
Pero de la supuesta comisión que reorganizaría los espacios del personal, ni señales. De hecho, muchos empelados se enteraron de que no debían concurrir al mismo lugar de trabajo por medio de la prensa, o por un llamado telefónico de último momento. La mudanza ordenada por Martínez fue intempestiva, y en su momento este semanario se ocupó de detallar cuáles y cuántas fueron las desprolijidades administrativas que se cometieron.
Sin embargo, nunca se supo que mediara sanción alguna. A esas alturas Martínez ya se había hecho dueña de su sillón en la Legislatura provincial, gracias a sus vinculaciones con Acción Marplatense. Desde allí juró que se ocuparía de las necesidades de su distrito escolar. Todavía la están esperando. Antes de irse dijo que había construido “caballerizas” para sus tropas, refiriéndose a los boxes de durlock que harían las veces de oficinas.
Peligro
Lo cierto es que el edificio actual no es la mejor elección que pudo haberse hecho para semejante fluir de personas: dos enormes pisos de hormigón sobre la avenida Colón en su intersección con Juncal. El mamotreto sólo entusiasmaba por dos cosas a favor: tiene estacionamiento y un salón para realizar asambleas de cargos, en lo que una vez fue una sala de conferencias y hoy llaman pomposamente “el anfiteatro”.
Lo demás es todo en contra. Extensas aberturas con vidrio fijo hacia la avenida Colón, que hacen que el ámbito sea –naturalmente- una heladera en invierno, y una especie de horno cerámico en verano. No tiene ninguna posibilidad de ventilación: de hecho, se supone que la empresa Toledo habrá funcionado aquí con un sistema de aire acondicionado que procedió a retirar luego convenientemente, en virtud de su alto costo.
Pero nadie se dio cuenta antes, ni preparó el edificio para recibir tanto personal en tantas horas al día, y con mucho público. Martínez no hizo a tiempo. Tampoco tuvo tiempo de saber que las baterías de baños no alcanzaban, ni que no había dónde poner los expedientes. No supo que la instalación eléctrica era insuficiente, y había que poner zapatillas por todos lados, que obviamente se iban a recalentar y a hacer saltar las llaves térmicas, como lo indicó en entrevista en la emisora 99.9 la empleada Marina Vargas de la sección contable.
En cuanto se iniciaron las medidas de fuerza, la mayoría de los docentes frente a aula no mostraban acuerdo con los reclamos. Primero, porque muchos temían por la regularidad con la que cobrarían sus salarios los que trabajan en las escuelas de todo el distrito, que vaya sea de paso, tampoco tienen baños ni aire acondicionado, ni en muchos casos calefacción.
Los docentes miraban de reojo porque también trabajan con la bufanda puesta, y -como no es cierto que tengan tres meses de vacaciones- durante el mes de febrero padecen calores extremos en sus escuelas, que jamás pensaron en tener aire acondicionado. Ni siquiera ventilador.
Las escuelas de este distrito tampoco pasarían una inspección seria del Ministerio de Trabajo: de hecho, cada vez que hay una denuncia, se extienden actas de varias hojas con incumplimientos que duermen luego en un cajón hasta la siguiente gestión. Nunca hubo suficientes baños, y es común que cincuenta o sesenta docentes en promedio– que es lo que lleva una secundaria- compartan el mismo sanitario, para hombres y mujeres.
Nadie que trabaje en las escuelas se mostraba demasiado sorprendido por el estado del Consejo. Sobre todo los que padecen no ya las ventanas de vidrios fijos sino la falta de vidrios cuando la temperatura es de dos grados bajo cero. Los que viven esto toda su vida, sin que a nadie le parezca llamativo. Porque las escuelas se inundan, saltan las llaves térmicas todo el tiempo. No tienen mobiliario, pero sí patios descubiertos donde los preceptores cuidan alumnos en los recreos a la intemperie. Esto, definitivamente no es Suiza.
Que vengan los bomberos
El informe de los bomberos data de septiembre pasado. Allí constan todas las falencias a subsanar para que el edificio pueda contar con una habilitación. Martínez tampoco había tenido tiempo de gestionarla.
El relevamiento realizado por el subteniente Walter Godoy ponía de manifiesto las serias dificultades que existirían si se presentara la necesidad de evacuar el edificio en caso de incendio. Las razones son la gran cantidad de papel acumulado -que debería ser llevado a un archivo por su fácil combustión-, la escasa ventilación, que ya no es un problema de bienestar sino de seguridad, y la falta de mangueras para activar tomas de agua.
Pero la razón más contundente es, en palabras del subteniente, “lo laberíntico del mobiliario”, que no permitiría salir con rapidez ante una emergencia. Indica por supuesto, las reformas que habría que efectuar para lograr la habilitación, que incluyen quitar puertas y ampliar espacios de circulación de emergencia.
En noviembre llegó la inspección del Ministerio de Trabajo, donde por supuesto, también se hicieron constar las deficiencias graves respecto a lo pactado por la Ley de Seguridad en riesgos de trabajo. En el informe firmado por el gerente de prevención de la Superintendencia de Riesgos de Trabajo, Pablo Hernán Lolo, se menciona la falta de ventilación y renovación de aire, como también de luces de emergencia. También la necesidad de poner descarga a tierra del sistema eléctrico, de establecer roles en el plan de evacuación del personal, y del trazado de caminos con material fotoluminiscente. Se solicita corregir escaleras de incendio, verificar el sentido de apertura de las puertas ente una emergencia, cargar los extintores de incendio y alarma, colocar las contratapas de los tableros de luz, y contratar un servicio de emergencias médicas para los trabajadores, que ni siquiera tenían un botiquín de primeros auxilios.
La respuesta del cuerpo de consejeros escolares ante las medidas de fuerza de febrero consta en una nota, que debe de haber generado aun mayor malestar. En ella se indica que se ha iniciado la habilitación, que demorará otros quince días. Y que –acerca de lo indicado en el informe de bomberos- han limpiado los tanques de agua para consumo humano, además de colocar mangueras y matafuegos. Dijeron que iban a contratar un electricista y un gasista, para que siguiera las indicaciones del informe. Y que llegaría un ingeniero en seguridad e higiene. Todo en futuro.
Lo cierto es que, en término de obra, lo único que están haciendo es colocar zinguería para realizar una canaleta por la que entrará aire. Así nomás, aire. Eso es todo, para que la gente no muera asfixiada, que les pareció inhumano.
Por todo esto es que los empleados siguen trabajando a media máquina. Sin colaboración, ni ganas. Pero los docentes de la ciudad no han prestado apoyo manifiesto, seguramente ocupados en pelear sus propias batallas, con menos prensa y menos atención de la provincia. Sobre todo porque los mayores problemas están en escuelas periféricas, donde van menos cámaras a ver qué pasa.
Pero hace diez días, a la escuela 49 de Sierra de los Padres se le cayó el techo, porque cuando los empleados de la provincia destaparon las canaletas, también rompieron 200 tejas y no las repusieron. Esta también era una tarea que debía supervisar la gente de la Dirección de Infraestructura, que realiza sus tareas en el edificio del Consejo Escolar. Gran contradicción.
Pero no vaya usted a quejarse, porque le dirán que está buscando una excusa para no trabajar. O como dijo la presidenta Cristina Fernández, que los docentes son privilegiados que trabajan cuatro horas: debe de haber estado en Suiza.
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