El presidente argentino consigue un aliado gigantesco para su batalla cultural. ¿Y la economía? Cal y arena. La amenaza autoritaria: ¡otra oportunidad!
Por Marcelo Falak.
La victoria de Donald Trump en las elecciones estadounideneses, inminente al cierre de esta nota, no constituiría una sorpresa si se tuvieran en cuenta las encuestas y sensaciones previas. Sin embargo, supondría una novedad de otro tipo: el retorno de la derecha radical –habrá que ver si no es extrema– en la principal potencia económica, política y militar del mundo, incluso a pesar de sus graves excesos en el período 2017-2021. Para Javier Milei implica un mix de posibles impactos económicos, algunos positivos y otros negativos, pero sobre todo un activo político clave: el fn del aislamiento que ha padecido hasta ahora en el concierto internacional.
Las proyecciones le daban al republicano 267 votos, al filo del número mágico de 270 en el Colegio Electoral, lo que, con varios estados todavía por contar, parecía sellar la suerte de Kamala Harris.
La vicepresidenta demócrata, candidata de emergencia para reemplazar al senil Joe Biden, se sumaba, así, a la larga lista de postulantes oficialistas derrotados en la pospandemia.
El magnate logró resonantes triunfos en estados cruciales como Georgia, Carolina del Norte, Michigan, Wisconsin y, entre otros, incluso, la joya de la corona de los swing states: Pensilvania. Impresionante.
El éxito vino con bonus track: los republicanos controlarán el Senado y venían bien encaminados para mandar también en la Cámara de Representantes. Si a eso se añade la mayoría conservadora en la Corte Suprema, no hay dudas sobre el rumbo que adoptará la hiperpotencia, más derechista que nunca.
La postal ideológica de los Estados Unidos es igual a la imperante en tantos países: dos hemisferios sociales irreconciliables, grieta furiosa y confrontación entre una nueva derecha "joven" y un progresismo no sólo suave, sino gastado. En este caso se impuso la primera.
Un aliado gigantesco de Javier Milei en la "batalla cultural"
Donald Trump y Javier Milei.
Milei, presidente de un país que se ha empeñado por décadas en volverse pequeño, ya no estará solo en su "batalla cultural", hecha de valores conservadores, negacionismo del cambio climático y rechazo a la promoción del desarrollo, a acciones estatales contra el hambre, al fomento de la educación, a la reducción de la brecha de género y a la regulación de las inteligencias artificiales.
El racconto suena raro, pero la negativa a esos objetivos fundamentó el voto nacional contra al Pacto del Futuro, sucesor de la Agenda 2030, de espaldas a 193 países del mundo, entre los que se contaron las "democracias del mundo libre" con las que supuestamente se ha alineado la Casa Rosada. Entre ellas, claro, estaba Estados Unidos, que desde el 20 de enero, con el cambio de mando, virará hacia una agenda reaccionaria.
En esa votación emblemática Argentina quedó del lado de países como Venezuela, Nicaragua, El Salvador, Haití, Rusia, Bielorrusia, Corea del Norte, Afganistán, Kirguistán, Uzbekistán, Brunéi, Burkina Faso, República Centroafricana, Chad y Eritrea. Es probable que los Estados Unidos de Trump eleve el perfil de ese conjunto.
La economía de Javier Milei: cal y arena
En economía, el cálculo que entusiasma al Gobierno se vuelve más incierto.
La gran esperanza nacional pasa por un nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que permita no sólo refinanciar los abultados vencimientos pendientes de la deuda tomada en 2018, sino una ampliación de la misma mediante la llegada de nuevos fondos frescos.
Esos recursos, creen Milei y Toto Caputo, podrían robustecer las reservas del Banco Central, allanar la apertura del cepo cambiario y consolidar la normalización financiera del país con miras a su retorno al mercado voluntario de deuda.
Sin embargo, 2024 no es 2018 y el clima internacional no es tan favorable como entonces para que el organismo vuelva a abrir la chequera. El objetivo no es imposible, pero, a diferencia de cuando intentó asegurarle la reelección a Mauricio Macri, a Trump le costaría más convencer a países recelosos como Japón, China y los europeos –todos miembros potentes del Directorio– de enterrar más dinero en el país de la crisis permanente en lugar de empezar a forzar el cobro de lo ya volcado.
Estados Unidos tiene un peso insoslayable en el organismo, pero con el 16,5% de los votos no puede hacer lo que quiera. Tiempo al tiempo.
Toto Caputo con la titular del FMI, Kristalina Georgieva.
Menos incierto es el panorama que se abre con el plan económico del republicano.
El habitual recorte de impuestos –generalmente más favorable para los más ricos– tendería a abultar el déficit fiscal, aunque detrás de eso viene Elon Musk –benefactor de la campaña trumpista con 120 millones de los 258.000 millones que tiene de patrimonio–, quien ya tiene prometido un cargo para velar por la eficiencia administrativa y generar un ahorro de dos billones de dólares. Eso equivale al 7% del mayor PBI del planeta, lo que haría palidecer el ajuste de Milei, promocionado por el Presidente como el mayor de la historia de la humanidad. ¿Lo logrará?
Por lo pronto, volverá a presionar a la Unión Europea (UE) para que "pague su parte" de la defensa común encuadrada en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Esa puja, similar a la registrada durante su primer mandato, podría dejar a la intemperie a Ucrania, que aguanta los trapos como puede ante la invasión rusa. La presunción o el temor es que el republicano fuerza una paz entre esos enemigos para ahorrar recursos de los contribuyentes estadounidenses, aunque el precio a pagar sea la pérdida por parte de Kiev de territorios en el este rusoparlante.
Como sea, el déficit fiscal persistirá, pero para que no resulte inflacionario, la Reserva Federal debería retomar el rumbo de altas tasas de interés.
Lo mismo debería hacer para paliar los efectos inflacionarios de la propuesta trumpista de hacer proteccionismo –Milei debe estar espantado– a través de la imposición de un arancel extra del 10% para los productos importados desde todos los países, con excepción de los de China, el "demonio" que se propone derrotar en una puja sin piedad, que serían gravados con un 60%.
Otra vez, las propuestas de Trump son tan maximalistas y afectan tantos intereses, que es mejor optar por la cautela y ver antes de creer.
El discurso de autoproclamación de Donald Trump.
Sin embargo, por un lado, Argentina podría verse afectado por medidas proteccionistas, como la que sufrió brevemente en la primera administración de Trump en el caso del acero y el aluminio. Las gestiones de Macri y de Jair Bolsonaro lograron luego revertir esa medida para Argentina y Brasil, aunque la saga descubrió el desgastante estilo de la diplomacia trumpista: pegar primero para negociar después, reduciendo al mero control de daños los objetivos de la contraparte.
Lo relevante es que las medidas tendientes a generar una política de altas tasas de interés podrían generar una etapa de "vuelo a la calidad" de los capitales financieros, los que, al dejar los mercados emergentes, podrían provocar una oleada de devaluaciones de las monedas de esos países.
La primavera financiera, el carry trade y tantas otras alquimias que explican el momento favorable que vive la Argentina correrían el riesgo de encontrar un abrupto fin.
De Trump dependerá.
A pesar de todo, Donald Trump
La economía estadounidense atraviesa un muy buen momento. El PBI crece a un ritmo del 2,8%, la inflación ha bajado al 2,1% –anual– y el desempleo se encuentra en un piso del 4,1%. Las estadísticas dicen que los salarios le ganan a la suba de los precios, pero muchos norteamericanos se sienten empobrecidos desde la disparada inflacionaria de la pospandemia, sobre todo en materia de alimentos, combustibles y financiamiento de hipotecas y tarjetas de crédito. En ese sentimiento se explica buena parte del éxito de Trump.
También, el reverso que genera en la población conservadora el objetivo demócrata de recuperar el derecho al aborto o el siempre postergado plan de regularizar a unos 12 millones de inmigrantes sin papeles. Para medio Estados Unidos, esas serían pérdidas antes que ganancias.
Montado en esos factores y en un carisma personal indudable, Trump, que en la campaña hasta sobrevivió a un atentado contra su vida, ha logrado que sus probables delitos pasen desapercibidos.
Sus sospechados fraudes fiscales, sus probados sobornos para comprar el silencio de prostitutas y, entre mil excesos más, la evidencia de que en enero de 2021 propició un intento golpe de Estado para impedir que el Senado validara el triunfo de Biden. Denunció –falsamente– un fraude, intentó fraguar resultados locales que lo desfavorecían y animó a la turba que asaltó el Capitolio con un saldo trágico.
Ahora prometió ser "un dictador desde el día uno" y cobrarse revancha de los enemigos que desde el FBI –la policía federal–, la Procuración General y el Poder Judicial osaron contarle las costillas y ponerlo al borde de la desaparición política.
Promete autoritarismo y desafiar el denso y potente entramado democrático de los Estados Unidos.
¿Quién no merece una segunda oportunidad en la vida?
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