La reacción de los presidentes de América latina fue un ejemplo que deberían seguir algunos políticos comarcanos. El puntero que se va; el "dealer" que está llegando
En riesgo
En Ecuador, el presidente estaba rodeado por las armas de sus fuerzas de seguridad y virtualmente secuestrado en el hospital. Afuera -en fronteras lejanas inclusive- se buscaba justificar o interpretar por qué le pasaba esto a Correa. No era momento para eso. Una democracia en riesgo, no debe admitir discusiones ni argumentos. Así lo entendieron los jefes de Estado de la región. Tuvieron una reacción que nadie hubiera esperado. Así, mandatarios que a veces son subestimados por sus reacciones -o acciones- tuvieron la madurez de sentarse frente a frente para sacar a flote una democracia. A las 13 del jueves, Correa entraba ahogado al hospital; y a las 21, el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, surcaba el cielo tucumano para sentarse al lado de su cuasi enemigo Hugo Chávez o del mesurado José Mujica. Ni hablar de Cristina Fernández de Kirchner y del chileno Sebastián Piñera, que guardaron en un cajón sus diferencias por ex guerrillero Galvarino Apablaza y unieron sus manos. Un gran ejemplo. Estas democracias sufridas, heridas, golpeadas y hasta decapitadas sacaban a flote su madurez y su experiencia para defender la juventud de Correa y de su democracia. La adolescencia argentina se puso el traje de hombre mayor.
No fue un hecho menor. La tan critica dirigencia estuvo a la altura de las circunstancias.
Orden en las calles
Dos días antes, a 3.043 kilómetros no habían tenido la misma posición.
La orden desde Olivos fue, básicamente, que había que protestar contra los frenos que está teniendo la Ley de Medios, especialmente por el artículo 161 que obliga a la desinversión de empresas monopólicas. La orden se instrumentó por medio de radios abiertas en las principales calles de las ciudades más grandes del país.
Era la segunda parte del escrache que se había hecho contra la Corte Suprema de Justicia y contra varios periodistas críticos. Era otro capítulo, que seguía al primero, en el que Hebe de Bonafini hirió a la Justicia con sus llamados a tomarla o cuando habló de los "sobres" con que se pagan fallos.
También parecían olvidados aquellos tiempos cuando se hablaba de que la Justicia tenía una mayoría automática en favor de los deseos del ex presidente Carlos Menem, o cuando se conoció "la servilleta" de Carlos Corach, en la que figuraban los jueces amigos o condescendientes del poder. Pero Hebe de Bonafini, mal que le pese a varios, ha hecho mucho por la democracia argentina, por recuperarla y por consolidarla. Por eso sus palabras fueron un exabrupto, porque su vehemencia o su desesperada defensa por la causa no puede admitir que ella, que marchó contra los militares cuando nadie se animaba a decir nada porque la vida corría peligro, se permita semejante daño a un poder del Estado. Bonafini se equivocó porque en este maremagno de hechos, a veces se confunden los objetivos.
Fines desviados
En Tucumán pasó algo parecido. La radio abierta contra la Corte y a favor de la Ley de Medios se transmitió por radio Nacional y fue organizada por La Cámpora y contó con la participación de agrupaciones juveniles tales como Juventud Justicialista Libertaria (JJL) que se reconoce a sí misma como anarco peronista. También asistió el Movimiento Evita (ME) que amadrina Stella Maris Córdoba.
Fueron estos dos últimos los que los que se entusiasmaron y se apartaron de la radio para manifestar frente a LA GACETA. La Cámpora no estuvo de acuerdo. Consideró que cualquier crítica que pudiera tener contra el diario estaba fuera del objetivo planteado en la radio abierta; más aún cuando el centro de la polémica -cual era la demora de la desinversión de los monopolios- nada tenía que ver con el matutino tucumano. Sin embargo, un grupo minoritario de la JJL y del ME prefirió terminar su movilización con una agresión a LA GACETA.
Stella Maris Córdoba no sólo no pudo contener a sus seguidores, sino que cuando quiso explicar o disculparse por las pintadas y huevazos no hizo ni lo uno ni lo otro. A tal punto que algunos miembros del Movimiento Evita quedaron desencantados con su líder, porque ni los defendió ni los reprendió. Habló de que "si nos equivocamos en la forma de transmitir el mensaje corremos el riesgo de ser malinterpretados, y la sociedad no va a apoyarnos en la conquista de un instrumento que garantice la redistribución de la palabra para que todas las voces sean escuchadas". Una reflexión que hubiera sido buena antes y no después, porque la confusión no ayuda a una sana convivencia, sino por el contrario: es un alimento para la violencia. Es el dirigente quien tiene la obligación de ayudar a entender y a comprender lo que ocurre. Se planteó hacer una radio abierta para expresarse contra un medio y se terminó atacando con violencia a otro, que nada tenía que ver con la Ley de Medios Audiovisuales. Algunos lo entendieron después.
Regreso inesperado
Las calles tucumanas no sólo hablan por sus reclamos o quejas. También porque, lentamente, se van convirtiendo en la pizarra de los anhelos o de los proyectos políticos. Un inesperado actor de la vida política de los 90 reapareció. El verborrágico Raúl Topa se autopostuló para que el año que viene lo voten como legislador. No aclaró por qué sector político va a postularse. De la misma manera que siendo vicegobernador bussista estuvo a punto de ser diputado nacional del peronismo, hoy mantiene algún contacto con el preso Antonio Domingo Bussi, pero también con legisladores del oficialismo alperovichista, como Víctor Lossi o como Juan Siviardo Gutiérrez, que fueron primeros violines cuando él dirigía la orquesta de la Legislatura, entre 1995 y 1999. Y, por las dudas, no deja de tener el teléfono abierto con estructuras intermedias, como las del concejal de la capital José Costanzo.
El puntero se desdibuja
"Domingo tenemos que trabajar y hacerlos trabajar a todos. No podemos bendecir a ningún candidato en la capital". Así piensa el gobernador José Alperovich, y se lo dijo al intendente Domingo Amaya. El mandatario suele repetir que "muchos van a los actos y a las inauguraciones pero no están trabajando ni haciendo territorio". Ese es el tema que más desvela al gobernador, que estuvo esta semana con el intendente recientemente bendecido como candidato a ser reelecto. Ambos miraron las encuestas que rutinariamente entrega Hugo Haime.
El tiempo dirá si este manejo de los dirigentes es el acertado. Alperovich lo tiene con rienda corta y dependiendo de la billetera oficialista. Pero eso, al mismo tiempo, ha afectado el valor del dirigente barrial. La forma en que ha ido aglutinando poder y en la que toda resolución pasa por el propio gobernador ha cambiado sin lugar a dudas la forma en que se hacía política en la provincia hace una década. Ese, precisamente, fue uno de los objetivos que se planteó Alperovich cuando asumió después del descontrol mirandista. Lo ha logrado. Sin embargo, hoy aquel puntero al que tanto se defenestró por cómo filtraba y hasta malversaba lo que le correspondía al vecino que más lo necesitaba empieza a ser una persona a la que se extraña. Aquel puntero que conocía lo que le pasaba al vecino y que le daba seguridad, porque le conseguía desde una vacuna hasta un bolsón o porque simplemente escuchaba los problemas familiares, ha perdido poder. El puntero político ha empezado a desaparecer y se ha ido corporeizando otra figura en los barrios: el "dealer". El proveedor de droga se va transformando en una persona que administra la muerte, pero cuya presencia o cercanía consolida seguridad.
La frase de Alperovich en la que afirma que los dirigentes se acercan para la foto en sus caminatas no deja de reflejar lo que se vive actualmente. Muchos dirigentes son muñecos saludadores que aparecen para la foto o que, en el mejor de los casos, son gestores de lujo, pero que no contienen a la gente como alguna vez lo hicieron. Es parte del desgaste que tiene la política de hoy. Si bien los jóvenes han recuperado el fervor perdido en los 90, la aparición de la tarjeta bancaria que individualiza a los pobres receptores de los beneficios o de los programas. Los caudillos barriales van desapareciendo. A lo lejos aparece la figura del gobernador; y los demás se desdibujan.
En estos tiempos de gran transición, no sólo ideológica o tecnológica, la política también está sufriendo una transformación donde el dirigente no sabe bien qué hacer. Quienes tienen las riendas del poder no pueden descuidar estos tem
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