Por: Silvia Mercado
A dos semanas del ballotage, el candidato kirchnerista se encuentra ante la encrucijada que puede definir cómo lo recordará la historia
Daniel Scioli está llegando a la segunda vuelta más averiado de lo que jamás imaginó. Aunque todos querrán cargarle la suma de la culpa si las cosas no mejoran, la verdad es que comparte esa responsabilidad con el conjunto del peronismo. A un mes del traspaso del poder, todavía asombra la manera en que hombres grandes y curtidos se dejaron domesticar por el centralismo kirchnerista, al punto de haber perdido toda voluntad de supervivencia.
Hay expertos analistas que creen que, dada la dependencia fiscal de muchas provincias con el Ejecutivo, los gobernadores no tuvieron oportunidad de hacer otra cosa, aunque lo hubieran querido. Desde hace varios meses circula en algunos ámbitos una columna que el politólogo Carlos Gervasoni escribió en la revista El Estadista. El profesor de la Universidad Di Tella se refiere, más que nada, al caso de siete provincias donde el oficialismo ganó consecutivamente las ocho elecciones de gobernador que hubo desde 1983, a saber, Formosa, Jujuy, La Pampa, La Rioja, Neuquén, San Luis y Santa Cruz, a la que agrega Santiago del Estero, donde hubo rotación pero sólo después de la intervención federal que impuso Néstor Kirchner en 2004, luego del doble crimen de la Dársena.
Siguiendo la frase de Adam Przeworski, para quien "la democracia es un sistema en el que los partidos (gobernantes) pierden elecciones", Gervasoni considera que un tercio de las provincias argentinas no pasan la prueba, y se trata de estados "semidemocráticos", o provincias "híbridas", grandes beneficiarias del federalismo fiscal argentino, al que contribuyen poco y del que reciben muchísimo, un presupuesto del que dependen "gran cantidad de empleados públicos, buena parte de las empresas locales, casi todos los medios de comunicación" y la justicia.
Para Gervasoni, "la Catamarca saadista, la San Luis de los Rodríguez Saá, la Santiago del Estero juarista o zamorista, la Santa Cruz kirchnerista o la Formosa de Insfrán, entre otros regímenes 'feudales', no fueron en última instancia producto de la cultura política ni del atraso económico, sino un fenómeno en buena medida fiscal".
Por cierto, bajo esta perspectiva es posible explicar la actitud frente al gobierno nacional de la gobernadora de Tierra del Fuego, Fabiana Ríos, a pesar de que surgió de la opositora Coalición Cívica, y también el dispositivo autoritario que se instaló en Tucumán bajo el mando del ex radical José Alperovich, que no sólo llevó a su esposa Beatriz Rojkés al segundo lugar en la línea de sucesión presidencial durante varios años, sino que incluso pudo imponerla al frente del PJ local. Además, claro, permite darle contexto a la desastrosa gobernación de Scioli, al frente de una provincia duramente castigada por una ley de coparticipación que la obliga a recibir de 3,6% de los recursos coparticipables, a pesar de que aporta 39 por ciento.
Pero se trata solo de una justificación. De hecho, cuando Scioli tomó la decisión de presionar a Cristina para que le facilite los fondos que necesitaba para pagar los sueldos, supo cómo hacerlo. También fue posible ganarle al oficialismo cuando se consolidó un liderazgo opositor en Jujuy, o se estuvo cerca, como en Tucumán. No hay que dar por sentado que Scioli no tuvo la oportunidad de hacer otra cosa. Buenos Aires es una provincia rica que, con otro liderazgo, seguramente pudo haber hecho mucho más que aceptar resignadamente el deterioro estructural de la educación, la salud y las obras de infraestructura, por mencionar apenas un puñado problemas graves que padecen los bonaerenses.
La voluntad política cuenta. Ningún gobernador de provincia estuvo obligado a doblegarse una y otra vez frente al régimen unitario que gobernó durante los últimos 12 años. Si lo hizo es porque le resultó más cómodo someter a su propio electorado, domesticándolo a su vez, sometiendo a la población a estadios cada vez más denigrantes de clientelismo. En definitiva, un líder siempre tiene la chance de apelar a lo mejor que tienen las personas, su capacidad de mejorar y transformarse, o a lo peor, su resignación a un estado de cosas que solo le permite reproducir las condiciones de injusticia.
Cuando el jueves pasado muchos diputados de las provincias se negaban a votar las designaciones de Julián Álvarez y Juan Forlón para la Auditoría General de la Nación, demorando la aparición en el recinto del bloque del Frente para la Victoria (FpV), varios gobernadores se comunicaron con sus legisladores para exigirles que acaten la voluntad presidencial, decidida a proteger su retirada con los funcionarios de La Cámpora. Hasta el mismo Scioli lo hizo. Alguno que otro, como Juan Manuel Urtubey o Maurice Closs, se anima a hacer alguna crítica por los medios, pero a la hora de votar, siguen haciéndolo según las órdenes presidenciales.
Era lo esperable. Lo raro hubiera sido que el peronismo se pusiera de pie y se decidiera a ponerle un límite a Cristina, la verdadera jefa de campaña del FpV, del modelo y del candidato que no nombra, pero somete en público, gozando hasta el último minuto de su paso por el poder.
Hace unos días, el colega Hugo Alconada Mon recordó en La Nación que en el 2008, el republicano John McCain salió al cruce de una campaña sucia y negativa contra Barack Obama, del que se decían cosas como que no era norteamericano y tenía origen musulmán para agitar el terror que generaba el terrorismo islámico. Ante las críticas que sus seguidores le dispararon en la cara, el valiente y digno héroe de guerra, prisionero torturado que se negó a abandonar a sus compañeros cuando fue liberado porque habían sido apresados antes que él, dijo que Obama se trataba de "un decente hombre de familia, un ciudadano con el que tengo diferencias sobre temas fundamentales", pero al que "no se debe tenerle miedo".
El todavía senador McCain perdió las elecciones, pero hizo un fenomenal aporte a la democracia de su país, poniéndole límite al oscurantismo que domina el partido del que es miembro. Quizás no ignoraba que los vientos de la historia soplaban para otro lado y eligió una derrota digna.
Para el domingo 15 de noviembre, en la Facultad de Derecho de la UBA, Scioli puede subirse a lacampaña sucia que no le cabe a su personalidad, pero a la que muchos oficialistas adhieren porque la creen la única vía posible para ganar las elecciones. O también puede mostrar que está hecho de una madera distinta a la de los Kirchner y jugar limpio, explicándole a los millones de argentinos y argentinas que estarán mirando el primer debate presidencial de la historia que no está de acuerdo con su contrincante, pero que no lo considera su enemigo, y por eso no se va a plegar a ninguna campaña sucia.
Siendo Scioli, tal vez tenga la chance de sumar los votos peronistas no kirchneristas, la mayoría de los que votaron a Sergio Massa, y ganarle a Mauricio Macri. O tal vez pierda frente a la ola de Cambiemos que avanza desde las zonas urbanas hasta los territorios de mayor tradición "feudal". En ese caso, quedará frente a la historia como el hombre que buscó equilibrar la vocación hegemónica del kirchnerismo, poniendo mesura, tolerancia, respeto, fe y esperanza. Y habrá sido, ahora sí, más Scioli que nunca.
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