El crimen del country Martindale. La maniobra abarcó una indemnización y ahorros en dólares. El objetivo era no repartir ese dinero en el divorcio.
Hacía seis meses que Claudia Schaefer dormía en la habitación de su hija. Quería divorciarse pero no sólo recibía los insultos, las amenazas y los golpes de su marido. También, según pudo confirmar Clarín, la madre de él la llamaba por teléfono y le decía: “Ustedes van a pagar por lo que le están haciendo a mi hijo”. En ese contexto, en el que la violencia se venía cocinando a fuego fuerte, Fernando Farré cobró una indemnización millonaria que no quería repartir con ella.
El 16 de julio, según consta en el expediente, Farré cobró 5,8 millones de pesos de indemnización por haber sido despedido de su puesto jerárquico en la empresa de cosmética Coty. Además de eso, tenía 177.000 dólares ahorrados fuera del sistema financiero (1,6 millón de pesos al cambio oficial). Estaba casado y obligado a repartir los bienes gananciales con su esposa: el departamento en Libertador (valuado en 750.000 dólares), la camioneta Audi Q7 (valuada en 1,3 millones de pesos) y el BMW (400.000 pesos). Sabía que no podía evitar repartir el departamento ni los vehículos, pero sí podía ocultar el dinero (en total, casi 7,5 millones de pesos) y evitar repartirlo con Schaefer en el divorcio.
Farré puso un millón y medio de pesos en un plazo fijo a nombre de sus padres, invirtió otro millón y medio de pesos en la bolsa, abrió otra cuenta a nombre de su hermano y retiró los 177.000 dólares (que aún no aparecieron). Pero el 2 de agosto ocurrió el episodio que llevó a Schaefer a denunciarlo: “Me puso una rodilla en la cara para que me quedara quieta. No me podía mover. Gritaba pidiendo ayuda, los chicos estaban ahí. La empleada también estaba”. La Oficina de Violencia Doméstica entendió que había “riesgo leve” y su abogado logró que le dieran la exclusión del hogar.
El 10 de agosto, 11 días antes del femicidio, la Policía fue a buscarlo al departamento y lo tomó por sorpresa. Sobre la mesa quedaron comprobantes y manuscritos de los movimientos de dinero que había hecho. Así se enteró Claudia Schaefer de la existencia de esa plata y fue por eso que pidió un embargo.
Al día siguiente, Farré fue al juzgado para desmentir la denuncia de violencia y tres días después fueron a una audiencia: él aceptó no seguir conviviendo con ella, acordó un régimen de visitas para ver a sus hijos y organizaron el retiro de pertenencias. Por todos estos gestos, Schaefer no renovó la medida de exclusión del hogar. Farré dijo que se iba a vivir a la casa del country Martindale, alquilada por sus padres, para que ella se quedara en el departamento con sus tres hijos.
El final es el punto de ebullición de la violencia: “Estamos convencidos de que planificó todo. El fue el día anterior a retirar unas camperas al departamento y ella iba a hacer lo mismo al country. Cuando ella llegó, los cuchillos ya estaban en el vestidor. Un femicida cree que la mujer es suya pero acá va más allá: pareciera que le hubiera llevado ‘la presa’ a su madre. Si no, ¿para qué citó a su madre al country?”, plantea una alta fuente judicial con acceso a la causa. El resto, se sabe: un hombre que degolla a su mujer y la madre de él que le grita desde afuera, según testigos, que pare, que “no vale la pena”.
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