Mauricio Macri, como Fernando De la Rúa en 2001, solo mantiene el apoyo de sectores financieros a su política económica, mientras que el resto del empresariado, incluido el agropecuario, hace fila para cuestionar el desmanejo general que hunde sus negocios.
De aquellos comunicados iniciales de respaldo al nuevo rumbo que emitían el Foro de Convergencia Empresarial, la Asociación Empresaria Argentina y el Grupo de los Seis, con las principales cámaras de la industria, el comercio, el agro y las finanzas, se pasó desde hace meses a un silencio profundo que transparenta las preocupaciones y el mal humor. Poco a poco ese silencio se va resquebrajando, pero no porque haya resurgido el entusiasmo, sino por las declaraciones de alarma cada vez más encendidas ante el agravamiento de la crisis. “Si no cambian, esto va a reventar y va a ser un desastre”, advirtió esta semana Mario Llambías, ex titular de Confederaciones Rurales y referente de la Mesa de Enlace que tanto hizo para que Macri ganara las elecciones. “Hay mucha decepción en el campo con Macri”, se sumó Eduardo Buzzi, ex presidente de Federación Agraria. “Hay un tufillo, un malestar”, agregó. “Nosotros hemos hecho mucho para que Macri llegara al gobierno, lo hemos apoyado profundamente, pero a veces pareciera que nos tomaran para la joda”, reprochó Hugo Biolcati desde la Sociedad Rural.
En la Unión Industrial Argentina el enojo es mayor. El próximo martes se oficializará la continuidad de Miguel Acevedo al frente de la entidad, que soporta caídas históricas en los niveles de producción y ventas. Techint, Arcor, Fiat, Ledesma y las empresas alimenticias agrupadas en Copal, con un peso determinante en la conducción de la UIA, pasaron de ser los principales defensores de Cambiemos dentro de la entidad a plegarse a los sectores más críticos del gobierno. Las constructoras y las cámaras del comercio también sufren el naufragio de la economía macrista y muestran una muy baja expectativa de que la situación pueda normalizarse a corto plazo. El ministro de Producción y Trabajo, Dante Sica, pasó un momento incómodo cuando un empresario descalificó sus promesas de recuperación durante un encuentro en el Rotary Club, donde supuestamente el funcionario jugaba de local, y le dijeron que sus palabras eran puro piripipí. Ese es el clima que debe revertir el oficialismo cuando el país está por ingresar en la carrera caliente de la campaña electoral.
Por ahora lo que se advierte es que la nave que capitanea Macri encalló en un lugar peligroso de descrédito y desesperanza. Hasta la medición de confianza del consumidor que realiza la Universidad Di Tella reveló que los más pesimistas en este momento son los porteños y los sectores de altos ingresos, dos núcleos duros de la base electoral de Cambiemos. La crisis económica, que está por cumplir un año, fue horadando la confianza en ámbitos empresarios que defendían al oficialismo. “Estamos en una agonía que no sabemos cuándo va a terminar. Arcor llevó esta semana a Roberto Lavagna a hablar a la Fundación Mediterránea en Córdoba. Es una señal muy fuerte”, describe un hombre de la UIA. Luis Pagani, al frente de esa firma, también tendió puentes con Cristina Fernández de Kirchner durante el verano y le hizo saber su malestar por la situación económica. Arcor registró pérdidas por más de 1000 millones de pesos en el último balance, a pesar de ser una firma líder en su sector y con fuerte presencia internacional. Anteriormente solo había dado pérdidas en 2002.
Las estadísticas del Indec sobre actividad económica, empleo e inflación son demoledoras, con el agravante de que los factores que provocaron una aguda recesión, la pérdida masiva de puestos de trabajo y la suba acelerada de los precios no han sido modificados. Por lo tanto, las proyecciones empeoran mes a mes y el Gobierno se ve obligado a correr la fecha en que supuestamente empezaría un cambio de tendencia. El frente financiero, por el contrario, confirma semana tras semana que la tendencia más firme es hacia la inestabilidad. Solo entre ayer y el viernes anterior, el dólar aumentó más de un peso y medio (de 41,13 a 42,80), la tasa de las Leliq subió más de tres puntos (de 63,74 a 66,65) y el riesgo país trepó 24 puntos básicos (de 737 a 761). En esas condiciones, encarar una inversión parece una tarea titánica para cualquier empresa, que no puede proyectar a cuánto estarán el dólar y las tasas ni siquiera a plazos mínimos. Ya en el cuarto trimestre del año pasado, esa situación de estrés financiero tuvo un impacto directo en la inversión privada, que reportó un declive estrepitoso del 25 por ciento interanual. Para colmo, el consumo público cayó otro 5,1 por ciento, “lo cual constituye el peor resultado para este componente desde la salida de la convertibilidad y está relacionado con el grado de ajuste fiscal impuesto por el FMI”, se explicó en este diario con los datos del Indec.
La confirmación de un nuevo desembolso del Fondo Monetario por 10.870 millones de dólares no alcanzó para recomponer la confianza en la plaza cambiaria. Las limitaciones que impuso el organismo para utilizar esas divisas, con la venta de 60 millones diarios, confirmaron que el Banco Central tiene las manos atadas para intervenir, lo cual exacerba la volatilidad y es una invitación para la timba financiera. La mayor defensa que ensaya Guido Sandleris desde el BCRA es mover la tasa cada vez más arriba, en una estrategia que se aprecia cada vez menos efectiva. Como la autoridad monetaria no puede vender dólares cuando la divisa opera en una banda de 39,16 a 50,68 pesos (que se mueve todos los días hacia arriba), las posibilidades de saltos devaluatorios abruptos se multiplican. Ese solo hecho refuerza la incertidumbre cambiaria, y con ella las remarcaciones de precios que no bajan de intensidad, a pesar de la recesión y la contracción monetaria. Ni la apertura importadora, ni el castigo a salarios y jubilaciones, ni la baja del consumo frenaron la inflación. Si el Gobierno no detiene los tarifazos, ni logra estabilizar el mercado de cambios, ni actúa frente a los formadores de precios, la situación seguirá siendo la misma. Es así desde el primer día y los hechos lo confirman a cada paso. El único que parece no registrarlo es el Gobierno.
Las tasas de interés cada vez más cerca del 70 por ciento asfixian toda actividad económica. Es apabullante la sucesión de empresas que anuncian cierres o despidos masivos, en casi todos los sectores. La llegada de Jair Bolsonaro a la presidencia de Brasil, que supuestamente iba a activar la economía de ese país y traccionar exportaciones argentinas, no deja de entregar malas noticias. La inestabilidad sigue instalada en el escenario político y económico del socio regional, el real se devalúa, caen la industria y el PIB, y Bolsonaro desplaza compras de trigo argentino por estadounidense, ante un pedido directo de Donald Trump para que ingrese un cupo sin aranceles. Es decir, más que un salvavidas, Bolsonaro se está convirtiendo en una carga adicional para el gobierno de Macri. El Presidente, como se aprecia y él mismo dice, está cada vez más caliente.
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