Por: Eduardo van der Kooy. El libertario se modera para ahuyentar su principal enemigo en campaña: el miedo que provocaría su personalidad.
La perplejidad que produjo la irrupción de Javier Milei como actor central del sistema político no tiende a disiparse. Juntos por el Cambio busca todavía una brújula que le permita recorrer el camino hasta octubre. El oficialismo depende, por ahora, de lo que pueda hacer o no Sergio Massa, el ministro-candidato. Otros dirigentes decisivos, en especial Cristina Fernández, han salido de la escena.
Aquella perplejidad pareció potenciarse en los días que pulularon los saqueos y los robos en el Interior y el Conurbano. Parte del Gobierno respondió con una lógica agotada: la de buscar responsables entre sus adversarios políticos. Quizá, porque no termina de comprender un fenómeno incubado por años que, a trazo grueso, encajaría en el diagnóstico sencillo de Milei. La existencia de un Estado siempre invocado como un Dios, pero de una ineficiencia gigantesca. La dimensión de una marginalidad incrementada por décadas detrás del estancamiento, la inflación y la degradación. Razones, en cierta medida, para explicar lo sucedido el domingo 13.
La desorientación kirchnerista tuvo manifestaciones múltiples. Alberto Fernández supuso que los desórdenes en Neuquén, Mendoza y Córdoba no eran más que episodios aislados. Gabriela Cerruti, su portavoz, rápidamente responsabilizó a Milei. Andrés Larroque, el ministro de Desarrollo Social de Buenos Aires, se ensañó con Patricia Bullrich. Aníbal Fernández, el ministro de Seguridad, manifestó impotencia para explicar de qué se trataba. Fue prudente para inculpar. Axel Kicillof habló con tres intendentes del Conurbano que le dijeron que todo estaba bajo control. Al ratito aparecieron los saqueadores, intervino el ministro Sergio Berni e hizo masivas detenciones.
La acusación contra Milei sonó inconsistente. Además de inoportuna para Massa, que estaba cerrando en Washington con la jefa del Fondo Monetario Internacional (FMI), Kristalina Georgieva, el desembolso millonario que le permita saldar deudas pendientes (Corporación Andina y Qatar) y llegar hasta el deseado balotaje de noviembre. Despachó un mensaje telefónico a Alberto pidiéndole que silenciara a la ex periodista. El ministro-candidato fue interpelado sobre las elecciones y el resultado disruptivo. Contó para tranquilizar que todo transcurría por canales previsibles. El diputado libertario ni siquiera logró juntar en Buenos Aires los fiscales necesarios para monitorear la elección. Su debilidad estructural sigue siendo llamativa. ¿Cómo suponerlo capaz de convertirse en maquinador de los grupos de saqueadores?
Milei está en una posición pos electoral confortable frente a quienes ha transformado en un solo rival. Bullrich y Massa serían para él lo mismo. Aprovechó que los contendientes opositores se durmieron por años en la grieta. Supo construir otra. En la vereda de enfrente estaría ahora “la casta”. Simbología que parece haber prendido en una sociedad fisurada. En los momentos del desborde social disparó un tuit tan breve como lapidario contra el Gobierno. Hizo una analogía con la crisis del 2001. Sostuvo que “pobreza y saqueos son las dos caras de una misma moneda”.
Los asustados intendentes del Conurbano ensayaron explicaciones sobre la raíz de los desórdenes sociales. Tal vez el Gobierno y también el conjunto de la clase dirigente debería interpelarse acerca de la posibilidad del surgimiento de un portento peligroso. Distante de cualquier confabulación política. La conformación de pandillas delictivas y criminales que son las mismas que, por goteo, azotan diariamente al Conurbano con asaltos, violencia y muertes.
Salvando todavía las distancias, podrían remitir a imágenes que provienen de El Salvador donde Nayib Bukele, con expresa complacencia popular e impugnación de las organizaciones de derechos humanos, se dedica a la cacería de las denominadas maras. Organizaciones criminales, derivadas de la degradación social, donde el narcotráfico posee una gran influencia. Ese podría ser, tal vez, el espejo inquietante en el cual se estaría reflejando la Argentina.
El Gobierno se empeñó por años en hacer creer que el problema del narcotráfico estaba focalizado en Santa Fe. No hizo nada para ayudar a combatirlo. En los últimos meses el Conurbano registró episodios delictivos ejecutados por jóvenes psicológicamente desbordados. El espanto se extendió después del asesinato de la nena Morena Domínguez, en Lanús, cuando rumbeaba hacia el colegio. En esa ocasión Berni, como nunca antes, describió el estado de decrepitud por la droga en que viven miles de jóvenes del Conurbano.
¿Esos jóvenes no organizan muchas veces por las redes sus correrías delictivas? ¿No fue la metodología que utilizaron ahora los grupos saqueadores?. Berni ejemplificó con dos casos para demostrar la conexión. Un allanamiento en una casa por comercialización de droga donde se encontró un lote numeroso de productos, de todo tipo, derivados de un saqueo. Otro operativo en Merlo buscando a la persona que vació una carnicería en San Antonio de Padua. Se descubrió casi un arsenal. En ese mundo invisible entraría de todo. Es la gran oscuridad que cubre a la Argentina.
Esa figura fue utilizada por el antropólogo Pablo Semán para explicar la variada composición social que se oculta detrás del empinamiento de Milei. Dogmáticos antiprogresistas, fundamentalistas de mercado, decepcionados del macrismo, estragados por la pandemia y la aceleración inflacionaria. Pobres y trabajadores precarios, se podría agregar. Se trata de una amalgama donde demasiadas veces, como sucede en la política, hacen ruido las contradicciones. El antifeminismo constituye uno de los rasgos muy criticados de Milei: cosechó, pese a todo, un 35% del voto de mujeres.
Después de la barrida que efectuó transitando los polos del arco ideológico, el candidato libertario estaría deslizando el péndulo hacia el centro. La presunta moderación. La dolarización se ha convertido en una madeja. El cepo al dólar nunca será levantado el primer día. Nada de despidos estatales masivos ni experimentos con la educación. Terminó apoyando la gestión final de Massa ante el FMI para lograr el desembolso. El ministro-candidato lo elogió. Berni lo calificó de “hombre de bien” cuando lo desligó de los incidentes y saqueos en el Conurbano.
Cada cosa tendría su explicación. El candidato libertario necesita despejar en el camino hacia octubre a su enemigo mayor: el miedo que suele despertar su personalidad. Las reacciones hostiles e intempestivas que colisionan con su pregonado carácter libertario. En especial, cuando el periodismo lo cuestiona. El reconocimiento de Massa y Berni podrían representar un matiz en el rumbo de la campaña oficial luego de las PASO. La estrategia del miedo fomentada inicialmente por el kirchnerismo (“estamos cerca del infierno”, pontificó Larroque) podría convertirse en bumerang: tornar inalcanzable a Milei, a lo mejor, en octubre.
La mutación entre el libertario en campaña y aquel que emergió después de la victoria no deja de generar conjeturas. ¿Se trata del resultado exclusivo de su impronta? ¿O de algún equipo de mayor calibre que permanece resguardado?. Poco, en ese terreno, podría explicar la presencia de Fernando Ceremido, un experto en redes sociales. Hay quienes apuntan a Santiago Caputo, un hombre que supo trabajar con el ecuatoriano Jaime Durán Barba, por años principal asesor del PRO. Cercano a Ramiro Marra. Se trata de un familiar de Nicolás Caputo, el empresario y amigo histórico de Mauricio Macri.
Karina, su hermana, es la persona más influyente en la vida pública y privada de Milei. Después de las PASO el diputado libertario comprendió que debe desplegar el abanico, aunque implique el riesgo de codearse con “la casta”. La economista Diana Mondino está siempre cerca. Pudo haber sido candidata a vicepresidenta. Cuando el libertario le hizo la oferta, dudó. Suficiente para que el candidato designara a Victoria Villarruel. Mondino sería la canciller.
Esta semana regresó al país Guillermo Francos, representante de la Argentina en el BID. Allí llegó nombrado por Gustavo Béliz, ex ministro de Alberto. El funcionario trabajará con Milei en el terreno más delicado: la conexión con aquel mundo político que el candidato asegura combatir. Francos es un hombre versátil. Estuvo con Daniel Scioli. Integró Acción por la Republica, el partido que supo tener Domingo Cavallo. Es muy amigo del ex ministro con quien compartía largas caminatas por Avenida Libertador. Últimamente, por las calles de Washington.
Bullrich y Juntos por el Cambio se han encontrado con un rival inesperado. El objetivo, antes de las PASO, era Massa. La candidata pugnó en una época por el acercamiento con Milei que produjo un cisma en la coalición opositora. Los tiempos cambian: el propósito sería ahora taponar su crecimiento y lograr 4 o 5 puntos de los enojados que no fueron a votar que, según los cientistas sociales, pertenecerían a Juntos por el Cambio. Receta para ingresar al balotaje.
Pasada la conmoción, Bullrich se ha vuelto a colocar al frente de la coalición. Como punto de partida obtuvo una foto generosa de unidad y el apoyo expreso de Horacio Rodríguez Larreta. El dilema persistiría, sin embargo, alrededor de la estrategia y el discurso. La idea del cambio pareció haber sido hurtada por Milei. El orden que esgrime Bullrich sonaría insuficiente.
Denunció un pacto entre el libertario y Massa, basado en la ayuda que el ministro-candidato le brindó para armar las listas bonaerenses. Creyó que el crecimiento de La Libertad Avanza perjudicaría solo a la coalición opositora. Ahora, en cambio, debe recuperar cientos de miles de votos peronistas que emigraron a ese espacio. Audacias extremas que naufragan en política.
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