Frente a la desesperanza, el peor remedio es optar por la pasividad, aun cuando se cuente con alternativas para enfrentar los abusos desde el poder.
El experimento inicial realizado por la Universidad de Pennsylvania en 1967 consistió en observar la reacción de perros que trataban de repetir una acción ya concretada con anterioridad luego de ser sorpresivamente impactados por una descarga eléctrica, un estímulo adverso al que no podían escapar. Se comprobó entonces que el animal pasaba automáticamente a dejar de evitar el dolor al constatar que era inútil tratar de cambiar la situación. Más aún, cuando aparecían oportunidades para escapar al estímulo, la desesperanza aprendida les impedía toda reacción, sumergiéndolos en una única respuesta posible: la resignación.
En 1969, otros investigadores obtuvieron resultados equiparables con humanos. Con el tiempo se descubrió que, a diferencia de los animales, los seres humanos pueden aprender a "desesperanzarse" y a "sentirse indefensos" sólo observando a otras personas en condición de estrés inescapable.
A la luz de estas comprobadas teorías, podemos preguntarnos si, durante diez años de gobierno kirchnerista, quienes nos gobiernan no han realizado denodados esfuerzos por ir desplegando en el cuerpo social una sucesión encadenada de acciones y reacciones tendientes a desarrollar ese "estrés inescapable" entre la población para acotar las protestas y reacciones.
Cabe recordar episodios de escarnio público como los que se motorizaron desde el poder político contra el cineasta Eliseo Subiela o los empresarios Alfredo Coto, J.L. Ramos y tantos otros, desafortunadas víctimas de la rebelión y la irreverencia que implica para el oficialismo gobernante disentir u opinar de forma diferente.
Viene al caso también recordar que conclusiones derivadas de la teoría del "estrés inescapable" se utilizaron para aumentar la resistencia de soldados capturados e interrogados bajo apremios por manos enemigas. El conocimiento profundo del mecanismo de inducción a la desesperanza junto con el desarrollo de técnicas de resistencia al estrés fueron fuente de una fortaleza moral que, en muchos casos, evitó una fatal desesperanza.
De un modo pacífico, la prensa libre, la gran mayoría de los integrantes del Poder Judicial que son probos y que defienden cotidianamente su independencia, muchas organizaciones de la sociedad civil, los intelectuales, escritores y pensadores críticos, los hombres y mujeres disconformes que se manifestaron marchando o golpeando tantas veces las simbólicas cacerolas, los religiosos que predican y practican el amor al prójimo, los legisladores que alzan su voz para defender una posición contraria a la prevaleciente, todos ellos, junto a muchos ciudadanos demuestran día tras día que plantarse ante la estresante coacción cívica del poder es siempre posible. Y que, cuando una valerosa reacción individual activa el contagio y suma voluntades, el estrés tiende a desaparecer y da lugar a una esperanza colectiva que se alza con fuerza, sembrando una cuota de optimismo, como cada vez que lo hacen empresarios como Juan José Aranguren o Luis Bameule y líderes de ONG como Margarita Barrientos o Gustavo Vera, entre muchos ejemplos de cómo se puede perder el miedo cuando la convicción prevalece.
Frente a la desesperanza, el peor remedio es la inacción. Del sopor causado por el "estrés inescapable" en el que la mayoría parece encontrarse sumergida hace tanto, la sociedad da muestras de empezar a reaccionar. Pareciera que aquel estrés ya no paraliza las reacciones, es como si hubiera dejado de funcionar. Por eso, desde el poder ya no cuentan con otra herramienta que no sea el intento de amedrentar a la ciudadanía causando temor, acobardándola con mecanismos que, como el espionaje interno o las tan falsas como reiteradas acusaciones de golpismo, parecían ya desterrados en un país libre.
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