Un ruidoso camión volcador, uno solo, llega alertando a toda la cuadra. Siempre por las mañanas. Es pesado, lleva una humeante y misteriosa carga y dos personas colgando en su caja, como si fuera un camión recolector de basura. No tiene distintivo. Se estaciona sin balizas en el medio de la calle o de la mano izquierda o donde él quiera. El lugar no es importante sino la celeridad con la que debe operar en el lugar e irse lo más rápido posible.
Una grotesca danza sobre un bache que puede durar, como máximo, cinco minutos si el pozo no es tan grande; no más.
Un temblor se apodera del camión y, haciendo aún mucho más ruido, eleva su caja mediante dos cilindros hidráulicos y la gravedad es la responsable de diseminar un viscoso material de piedras y brea sobre el pozo elegido.
Ahí es cuando los empleados, entre carcajadas, comienzan a danzar sobre el bache con palas y rastrillos. Colocan todo este material sobre el pozo, lo terminan de rellenar y acomodan lo que cayó fuera de él; asegurándose que no solamente se cubra todo el bache sino que la superficie quede en desnivel, como una pequeña loma. Un humo aparece en el ambiente dando cuenta de la alta temperatura a la que debe estar sometido ese material.
El silbido de uno de estos hombres advierte al chofer que debe hacer marcha atrás para apisonar el bache tapado, utilizando nuevamente a la gravedad como aliada y a la masa del vetusto camión para completar la operación.
Al parecer, la responsabilidad de este proceso recae sobre uno de estos hombres, que a ojo reconoce si el camión debe pasar por encima del pozo una o dos veces. No se conoce caso que haya pasado tres veces aún en toda la ciudad.
Nuevamente el silbido de uno de ellos corta abruptamente dicho ritual. El resto de los hombres toma sus posiciones en el interior y en el contorno del camión y se pierden, entre carcajadas, en el horizonte zarateño. Repetirán esta operación una o dos veces al día, siempre con el buen humor que caracteriza a este grupo.
Segundos más tarde, el temblor que provocaba el camión en las viviendas de la cuadra desapareció, entonces los vecinos salen a su puerta para ver qué fue ese fenómeno. Allí se enteran que era el camión municipal encargado de hacer tareas de bacheo, o mejor dicho, “el camión encargado de emparchar precariamente los pozos de la calle”.
El viscoso material es RAP, conocido como pavimento recuperado. Este material surge de la reutilización de materiales de la construcción usados comúnmente en la pavimentación; por lo que sería otro corte o destilación de menor calidad que aquel. En teoría, estos materiales han perdido algunas de sus propiedades iniciales por el uso o envejecimiento pero que aún deberían poseer el potencial de ser reutilizados para integrar nuevas capas. Esto quizás sea lo único relacionado al reciclado y a la reutilización que hizo el Ejecutivo municipal en estos seis años y no precisamente el área de Medio Ambiente sino la secretaría de Servicios Públicos en el marco de su plan de bacheo. Pero claro, entonces ya la idea no está marcada por esta premisa altruista y ecologista sino por ser el RAP más barato que el asfalto utilizado en las repavimentaciones comunes.
Pero existe un denominador común que afecta a la mayoría de las cuadras visitadas por el camión, este RAP no se apisona bien y comienza a desmembrarse en forma de pequeñas bolitas o piedras pequeñas. Basta un poco de viento o que pasen muchos autos para que la primera capa de estos parches comience a dispersarse por toda la cuadra, con miles de piedritas repartidas en veredas y a cincuenta metros del bache. Luego esas bolitas se acomodan en los cordones a la espera de que los vecinos la barran, ya que no hay servicio de barrido en el 95% de la ciudad.
Otra de las cuestiones es que este “pavimento recuperado” se aplica por igual en todas las calles de la ciudad. Un funcionario municipal, en su escritorio, debe pasar su dedo por un mapa y ordenar el pronto bacheo dada las solicitudes vecinales que, puestas en papel, debe ser más grande que el mapa colocado sobre el escritorio.
A raíz de la falta de criterio, en las calles muy transitadas el proceso descripto anteriormente se acelera conforme pasan los días y al cabo de un mes nuevamente vuelve a aparecer el ya conocido bache. Allí es cuando los moradores de la cuadra comienzan a esperar nuevamente a este ruidoso camión para que sus ocupantes, con su precaria pero curiosa danza, cubran eternamente los baches de la cuadra y repitan el procedimiento al infinito.
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