Por Jorge Fontevecchia.
El blooper de los brasileños que salen de la selva (increíble) produjo tristeza en quienes están fuera de la grieta, un grado aún mayor de vergüenza a los simpatizantes de Alberto Fernández y una mezcla de lo anterior con alegría, expresada en una explosión de memes llenos de humor, entre quienes vieron confirmar su presunción de que se trata de un gobierno de inútiles. Parte de ellos deseando que así sea.
“Los enanos vienen de los países bajos”. “Los paraguayos de la obra de al lado”. “Los chinos vienen del súper”. Y así sucesivamente brotaron los memes en una hilarante cadena de ocurrencias sobre “el origen de las especies” que además de retratar al Presidente reflejan el ánimo de un sector de la sociedad. El conductor puede conseguir que lo sigan por ser temido o por ser amado, pero nunca debería ser ridiculizado.
Lo que desgasta no es el poder, sino no tenerlo: tanto a De la Rúa como Alberto Fernández se los pinta sin ese atributo
Cuando Mauricio Macri explicó la sucesión de megadevaluaciones de 2018 y 2019 diciendo “pasaron cosas” exhibió la riqueza de su vocabulario y cristalizó en muchos la percepción de tratarse de alguien limitado, lo que ya rondaba en forma de prejuicio. En el caso de Alberto Fernández, el prejuicio que lo acompaña es el de tratarse de un títere, de alguien carente de poder, no porque el cargo que detente no se lo pueda generar, sino porque él no está a la altura del cargo. Prejuicio que está en parte creado por quienes desean que este gobierno fracase lo más estrepitosamente posible pero en parte, también, por las acciones confirmatorias de la realidad.
Más allá del blooper del Presidente facilitando que se lo delarruice está el deseo de un sector de la sociedad de verlo como el asno del meme que acompaña esta columna llegando “en barco de Europa”. Narrativa que creó una audiencia y esta audiencia a ciertos medios de comunicación que hicieron de ese nicho su posición, retroalimentándose continuamente sin poder ya distinguir si la audiencia era previa a la existencia de esos medios o lo inverso.
Si se realiza un análisis de ese discurso actual se percibirán reminiscencias de cómo era tratado y pintado al público Fernando de la Rúa siendo presidente. Como todo mensaje, más allá de la intención del emisor, siempre se termina de completar en el receptor; cuando ayer Alberto Fernández en la inauguración de un “ciclotrón” para tratamientos de cáncer dijo: “Por favor vayan y contagien. ¡Perdón! Vayan y vacúnense, eviten el contagio”, la interpretación que hicieron muchos es la de una persona al borde del ACV.
El tono enojado de los comunicadores de los medios que mejor satisfacen a la audiencia más crítica al Gobierno comenzó a girar al humor y la ironía sobradora que se percibía en los comunicadores de los medios más críticos de De la Rúa en 2001. Algunos de hecho son los mismos tanto delante como detrás de cámara de aquel célebre programa Después de hora, el más crítico de De la Rúa, que comandaba Daniel Hadad en América TV, cuando su dueño era Carlos Ávila.
En el fondo, audiencia y medios comparten la esperanza de que esto (este gobierno) se acabe lo antes posible para que comience otro ciclo, aunque para ello tenga que producirse un estallido económico que genere en los hechos el vacío de poder que hoy denuncian desde sus micrófonos.
Para fortuna no de este gobierno sino del bienestar de los argentinos, que con casi 50% de pobres actuales no podríamos sobrevivir otro 2002, los datos económicos actuales no confirman un escenario de shock como el más probable. Incluso algunos analistas hablan de un fuerte viento de cola producido por la situación internacional más favorable para las exportaciones argentinas en 12 años.
Otra similitud con la narrativa del 2001/2002 es el derrotismo respecto de las posibilidades del país de salir de su crisis. Al considerar terminales y sin cura las falencias que nos aquejan, la única salida es irse del país. Una columna publicada ayer en el diario La Nación por Sergio Berensztein fue un soplo de aire fresco en medio de tanto discurso autodestructivo. Su título es “Lecciones y oportunidades para la Argentina: el país arrastra muchos problemas pero tiene un piso desde el cual comenzar a mejorar”. Sostiene que “los cuatro países de la región que más y mejor habían avanzado con lo que a comienzos de la década de 1990 se denominó el Consenso de Washington –México, Perú, Colombia y Chile– experimentan profundas turbulencias políticas y sociales que amenazan esos aparentes “consensos” pro mercado y ponen de manifiesto las evidentes limitaciones de lo que para muchos sectores sigue siendo ‘hacer las cosas bien’. (...) La Argentina arrastra muchos problemas, pero hemos erradicado la violencia política y nadie pone en duda la transparencia del proceso electoral. No es demasiado, pero es un piso desde el cual comenzar a construir un modelo político y económico mucho mejor. Con la ventaja de tener una tradición política de inclusión, apertura y reformas: entre otras, la ley Sáenz Peña, el voto femenino, la legislación laboral y los programas sociales sobre todo desde la crisis de 2001”.
Hay reminiscencias de la narrativa 2001-2002 en la actual: la única salida es Ezeiza para irse de un país enfermo
Si el actual período presidencial llegara a 2023 sin recorrer el camino de parecerse a Venezuela, manteniendo el sistema republicano, sin hiperinflación ni megadevaluación del dólar (como la que sin acierto se pronosticó para diciembre del año pasado con el dólar a 200 pesos), se podrán dar las mejores condiciones para que exista una sana alternancia en el poder no por el fracaso del precedente, sino por una preferencia racional.
Lo difícil no es ganar una elección, sino gobernar luego con éxito en medio de una grieta sin la mínima colaboración de opositores. El fracaso de De la Rúa fue el fracaso de todos.
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