El inverosímil elenco de La Libertad Avanza nos regala excentricidades a diario, pero hay una que no debería pasar inadvertida entre terraplanistas y perros clonados. Varios periodistas se han sorprendido con la profusidad de referencias a la pedofilia que han utilizado tanto el propio Milei como sus laderos.
Sebastián Guidi
Javier Milei ascendió desde oscuros cenáculos libertarios a la competencia final por la presidencia de la Nación con la determinación de una tragedia griega. Tan inesperados fueron sus éxitos, y tan fugaces sus fracasos, que ni quienes lo apoyan ni quienes lo resistimos hemos podido retratar adecuadamente su estrellato para distinguir en él lo esencial de lo accesorio. Era acaso inexorable que aquí también, entrando en nuestra segunda década de recesión, apareciera un demagogo de derecha. Sin embargo, la Argentina siempre debe exagerar. Si en el mundo hay una ola neoliberal, nosotros privatizamos también la petrolera estatal. Si hay cuarentenas en todos lados, nosotros la estiramos hasta que los bares estén repletos mientras las escuelas siguen cerradas. Si hay que engendrar un populista excéntrico y despeinado, el nuestro no puede ser simplemente un exmilitar malhablado o un empresario engreído, deberá ser un instructor de sexo tántrico que no logra negar en televisión que sigue los consejos que su perro le da desde el Cielo. ¿Era necesario tanto?
El inverosímil elenco de La Libertad Avanza nos regala excentricidades a diario, pero hay una que no debería pasar inadvertida entre terraplanistas y perros clonados. Varios periodistas se han sorprendido con la profusidad de referencias a la pedofilia que han utilizado tanto el propio Milei como sus laderos. En su mundo, el Estado que él mismo busca presidir es un “pedófilo en el jardín de infantes con los nenes encadenados y bañados en vaselina” y la coparticipación de impuestos es como alguien que no puede dejar de violar a tu hija. Su candidato a alcalde porteño se educó con pornografía y le desea lo mismo a tus hijos. Para el nieto del padre del prócer liberal del espacio, en la educación sexual en las escuelas los “drag queens” le “pasan las partes por la cara” a sus alumnos.
Algunos (pocos) periodistas comentan estas declaraciones perplejos: semejante obstinación no es normal. Sin embargo, creo que sería un error pensar que estas declaraciones revelan perversiones individuales casualmente amontonadas en un mismo partido. No es casualidad que los movimientos que se agrupan en las derechas extremas se hayan obsesionado con la pedofilia, el “pánico moral” más efectivo que se conoce. La omnipresencia de la pedofilia en estos discursos hace juego con su denuncia de decadencia moral; y si hay pedófilos del otro lado, es porque éstas realmente son las Fuerzas del Cielo. El diario antisemita “Der Stürmer”, en la Alemania de los años ‘30, alertaba sobre los judíos que seducían a jóvenes y niños arios para satisfacer sus deseos sexuales, igual que los partidos anti-inmigración europeos de hoy denuncian los crímenes pedófilos de Mahoma y de sus fieles.
Sigo. En Hungría, el gobierno ultraconservador de Viktor Orbán aprobó una ley “antipedofilia” que tiene como principal blanco al colectivo LGBT. En Brasil, la campaña de Jair Bolsonaro difundió la fake news de que en las guarderías se repartían -disculpen- “mamaderas con forma de pija” (mamadeiras de piroca). En los Estados Unidos de Donald Trump, una teoría conspirativa fantaseaba con una red de pedofilia compuesta por encumbrados políticos demócratas protegidos por Hillary Clinton.
Descartemos de entrada que esta obsesión de la ultraderecha global con la pedofilia responda a una real preocupación por la integridad sexual de los niños. Por una parte, las estadísticas muestran que la mayoría de los abusos sexuales en la infancia se cometen en la intimidad de la familia. Por otra parte, la fantasía “filosófica” del propio Milei de que algún día los padres puedan vender libremente a sus hijos muestra que el tráfico de niños no es precisamente una de sus mayores preocupaciones.
La fantasía “filosófica” del propio Milei de que algún día los padres puedan vender libremente a sus hijos muestra que el tráfico de niños no es precisamente una de sus mayores preocupaciones
Aquí ocurre otra cosa. No descubro nada si digo que, detrás de sus proclamas libertarias, La Libertad Avanza es una típica fuerza reaccionaria, como sus aliadas en Brasil, España, Chile o los Estados Unidos: liberales en lo económico y profundamente conservadoras en lo social. Su agenda busca una restauración del orden familiar tradicional, sin igualdad real entre los géneros, sin espacio para las disidencias sexuales. Por supuesto, la licencia social para decir estas cosas abiertamente cambia de país en país, y nuestro país ha sido particularmente progresista en estas cuestiones. Algunas de estas políticas, como la legalización del aborto, están lo suficientemente frescas como para combatirlas abiertamente. Otras, como el matrimonio igualitario o la educación sexual, parecen haber ganado un mayor consenso social que, sin embargo, estas coaliciones saben no definitivo. Nada nunca es definitivo.
Llegue o no al gobierno, La Libertad Avanza se profesionalizará. Cuando eso ocurra, ojalá no haya más referencias a las infrecuentes eyaculaciones del líder ni más fotos sugerentes de cubrecamas mojados. Pero mientras no puedan proponer su agenda conservadora de manera más frontal, es de esperar que sigan utilizando irresponsablemente sus ya clásicas referencias a la pedofilia para desprestigiar a los movimientos progresistas o a sus conquistas. La salud de los niños no es más que un atajo para lo que consideran el verdadero problema: la degeneración moral. Este truco retórico es tan viejo y gastado que su genial parodia en Los Simpsons conserva plena actualidad: ¿¡Alguien quiere pensar en los niños!?
La propuesta de Milei es clara. Su ídolo Murray Rothbard sugirió hace mucho que el libertarianismo económico se aliara con el conservadurismo social para abarcar ampliamente la derecha del espectro político. El proyecto de Milei —lo sepa él o no— busca la restauración de las jerarquías tradicionales, incluidas las sexuales. Tal vez sería deseable que lo hicieran más explícito. Y si ellos no van a hacerlo, sería esperable que algunos periodistas bienpensantes que incluso desde la derecha han defendido las causas de la diversidad puedan explicar mejor cuál es el proyecto que, con sobreactuada neutralidad, avalan.
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