La caída de varios barones del Conurbano fue el punto más resonante de las internas. La victoria de Fernández en el FpV. La buena performance de Vidal. El papel digno de Solá.
El boceto del nuevo mapa político bonaerense ya está listo. Fue garabateado por los casi 12 millones de electores de la Provincia, quienes, en medio de la tempestad de la lluvia y el estrago de las inundaciones, escribieron el prólogo de la nueva era que comenzará a partir de diciembre próximo.
La participación electoral fue del 76 por ciento, bastante debajo del promedio de 82 por ciento que suele tener el primer Estado argentino. El clima no ayudó, y seguramente tampoco la complejidad de unas primarias que desalientan al electorado, que en algunos rincones del primer y segundo cordón del Conurbano debe lidiar con escuelas vetustas colmadas de patovicas devenidos en fiscales por un día, que se creen garantes de un proceso que cada vez dominan menos.
La gran incógnita de la jornada electoral era la aguerrida interna kirchnerista, de la cual resultó ganador, con lo justo, el cuestionado jefe de Gabinete, Aníbal Fernández. María Eugenia Vidal sacó provecho de ser la candidata de unidad de Cambiemos y obtuvo casi el 30 por ciento, siendo la más votada individualmente. En las intendencias se dirimieron todas las primarias, con algunos batacazos, y tampoco faltaron los castigos para los tránsfugas. El massismo, finalmente, cristalizó su derrumbe, que promete ser mayor en octubre, a manos de una polarización inevitable.
La pelea por el Sillón de La Plata
El tan mentado aparato de los caciques del Conurbano ya no es lo que era, o tal vez haya pasado, como dicen algunos, que La Cámpora y el cristinismo duro decidieron volcarse a favor de Aníbal tras la denuncia mediática de Jorge Lanata. Sea como fuere, los intendentes adversos a permitir que Martín Sabbatella sea su vicegobernador no lograron hacer mella.
“Acá no hay ningún comunista, todos somos peronistas, ¿no?”, se lo oyó ironizar a Fernando Espinoza hace algunos días al ingresar en un acto reducido, en alusión a Sabbatella, considerado enemigo por los intendentes, especialmente de la zona oeste, que sufren la incidencia de Nuevo Encuentro. Pero el intendente saliente de La Matanza ya guardó su orgullo en el bolsillo y participó, al día siguiente de la elección, de una reunión con Domínguez, Aníbal y Sabbatella en la Casa Rosada. Un gesto para limar asperezas y mostrar, si pueden, una imagen de unidad.
Los ánimos quedaron devastados en el búnker de Chacabuco, donde estaba el presidente de la Cámara de Diputados. “Scioli va a necesitar los votos de Julián”, dijo un operador de Domínguez a Noticias Urbanas, en alusión a que el derrotado aspirante a gobernador será ponderado por el candidato presidencial kirchnerista y puesto al servicio de su campaña.
La batalla principal tuvo sus números: en La Matanza, bastión del aparato de Espinoza, la fórmula que resultó ganadora a nivel provincial obtuvo 141 mil votos, contra 204 mil de los perdedores. Exigua diferencia que debería sonrojar a los barones que se atribuyen una eficacia letal en la praxis del aparato. En la Provincia, Aníbal tampoco puede considerarse un huracán: la diferencia fue de 150 mil votos, menos del dos por ciento del padrón.
Es difícil no pensar en lo que sería un Fernández gobernador, porque en los hechos es prácticamente imposible que no lo sea (al no haber balotaje, necesita tan solo un voto más que Vidal para imponerse). La reunión prolijamente difundida de la Presidenta con el tándem Aníbal-Sabbatella la tarde siguiente a las elecciones, a la que se sumó Wado de Pedro (únicos candidatos a los que recibió), despierta suspicacias en cuanto a la relación con Scioli por su ruidosa ausencia. No faltan quienes piensan que Cristina insistió en dejar a su jefe de Gabinete en la contienda bonaerense, a pesar de su alta imagen negativa que puede perjudicar a la hora del voto, para que en el futuro funcione como su alfil y trabaje para esmerilar al eventual presidente Scioli.
La Provincia gobernada por Aníbal podría actuar como un dique de contención más, sumándose así a Carlos Zannini controlando el Senado y a la treintena de diputados nacionales de La Cámpora que condicionarían el quórum. Pero todo esto es futurología y las próximas acciones del candidato a gobernador darán luz sobre las presunciones.
Volviendo a la pelea local, no puede obviarse que Vidal, con el empuje de Macri y el apoyo de todo el aparato del Pro, logró ser la candidata no peronista más votada en la Provincia en los últimos 16 años. El triunfo de la vicejefa porteña fue aplastante en algunos distritos del interior, arañando los 42 puntos en la Quinta Sección (que incluye a la opositora Mar del Plata).
El desafío de Vidal será confrontar con Aníbal y ganarle el terreno de los votos independientes, arrinconándolo con el electorado kirchnerista. Y, además, buscar quedarse con algo de lo obtenido por Felipe Solá, el massista que después de varios vaivenes tuvo su nueva oportunidad y quedó en un digno 19 por ciento. Su problema es que ese porcentaje se benefició del arrastre de José Manuel de la Sota, cuyos 200 mil votos ya no estarán dentro del frente UNA sino esparcidos entre todos los candidatos.
Municipios, capítulo aparte
Sin lugar a dudas, el batacazo contra los barones en Merlo, Almirante Brown y Moreno fueron la noticia distrital de las PASO.
El sciolista Gustavo Menéndez logró ganarle a Raúl Othacehé, intendente desde hace 24 años y tristemente célebre por manejar su populoso municipio con mano de hierro (denuncias de violaciones contra los derechos humanos mediante). Lo de Menéndez es doblemente paradójico, porque había sido el ariete massista en 2013 en Merlo, pero una vez que el errado olfato de Othacehé lo hizo entregarse al bando de Massa, Menéndez fue dejado a un lado. La filtración de un video en el que el tigrense lo desprecia verbalmente terminó de empujarlo al sciolismo, que lo recibió de brazos abiertos. Ahora, fue quien le sacó 24 mil votos de ventaja al pretendido señor feudal más temido.
Mariano Cascallares es el otro golpazo. En una victoria aún más holgada, dejó en el camino las aspiraciones de Darío Giustozzi, quien había renunciado a la intendencia el año pasado y quiso volver cuando se fue en forma desprolija del massismo (espacio por el cual ostenta una banca de diputado que aún retiene). Cascallares contó con el apoyo del sciolismo y la ayuda que le otorga ser el titular del Instituto de Previsión Social provincial, pero su triunfo sonó a justicia para los kirchneristas que no perdonan las deserciones.
Otro exmassista, Daniel Bolinaga (Arrecifes), cercano a Giustozzi, también perdió la interna y deberá dejar la intendencia. Por otro lado, los tránsfugas José Eseverri (Olavarría) y Humberto Zúccaro (Pilar) tuvieron mejor suerte y ganaron las internas (aunque en el segundo caso por estrechísimo margen).
En Moreno, el histórico Mariano West (al frente de la intendencia desde mediados de los 90) perdió la primaria a manos de Walter Festa, militante de La Cámpora. La agrupación cristinista se dio el gusto, además, de ganar otra interna en la que había puesto mucho interés, San Vicente, y resultó triunfante en Lanús (con el candidato de unidad Julián Álvarez).
El Frente Renovador no logró premiar a los intendentes que se mantuvieron leales. La escasa tracción de votos de la candidatura de Massa los hundió sin poder sobrevivir con corte de boleta, a pesar de que desde el comando de campaña aseguraban que iban a obtener el segundo lugar en la Provincia. Joaquín de la Torre, el jefe comunal más importante en términos territoriales que aún ostenta el FR, logró el segundo lugar con el 31 por ciento de los votos, mientras que Mario Meoni (Junín) fue tercero con el 24 por ciento, al igual que Carlos Selva (Mercedes), con el 18 por ciento. En los últimos dos casos, Cambiemos ganó con contundencia.
El derrumbe de Massa en su bastión bonaerense merece un párrafo aparte. Hace dos años cosechaba casi cuatro millones de votos, imponiéndose en distritos difíciles como Quilmes y arrasando en el Conurbano norte y en el interior, y su espacio se convertía en una aspiradora de intendentes y dirigentes imparable. Hoy no solamente perdió ante Macri en casi todos los municipios, sino que en su propio terruño, la Primera Sección, Cambiemos adelantó a UNA por cuatro puntos. Su actualidad es peor de lo que el rebote de su figura mediática muestra en estos días. Habrá que ver con el devenir de las semanas.
En cuanto a los dos grandes municipios bonaerenses que no son del Conurbano, Mar del Plata y La Plata, los votos fueron abrumadoramente en dirección a Cambiemos. La interna balnearia se decantó a favor del vecinalista y exduhaldista Carlos Arroyo, dejando en el camino a la radical Vilma Baragiola, apoyada por Macri y Carrió. En la capital provincial, la primaria kirchnerista dio como ganador al cuestionado intendente Pablo Bruera frente a la ultracristinista Florencia Saintout. En Cambiemos triunfó Julio Garro ante el radical Panella, y en el massismo logró imponerse José Arteaga, delfín del operador del FR, el diputado provincial Juan Amondarain.
La Legislatura bonaerense, por su parte, vería modificada su correlación de fuerzas si los resultados en octubre próximo mantienen la misma tendencia. El kirchnerismo lograría 10 de los 16 senadores y 19 de los 25 diputados que pone en juego, mientras que habría una avalancha de nuevos legisladores macristas y radicales, llevando a Cambiemos a ser la segunda fuerza, quedando el massismo en tercer lugar.
La batalla final en la que se definirá todo será en 10 semanas, el domingo 25 de octubre. La Provincia se encamina a renovar su mapa político y, parecería, a repartir un poco más el poder, altamente concentrado en el kirchnerismo en 2011, tanto a nivel de la gobernación como de los distritos.
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