Déficit habitacional: vivir como se pueda, vivir donde se pueda

Déficit habitacional: vivir como se pueda, vivir donde se pueda

En las últimas décadas, el crecimiento población acentuó los problemas de viviendas en muchos barrios de la ciudad. Sin otras posibilidades, muchos vecinos debieron optar por ocupar zonas inundables y recurrir a construcciones precarias. Testimonios de aquellos que protagonizan una realidad que se complementa con falta de servicios y atención estatal.

El déficit habitacional es visible. Está presente en muchos barrios de la ciudad, en especial en aquellos que integran los márgenes de la mancha urbana. Sin embargo, periferia no implica lejanía en un entramado urbano donde algunas postales consolidadas y típicas, como la Basílica, no distan demasiado de realidades sociales marcadas por la precariedad.

En esas condiciones, la vida se dificulta todavía más. Los problemas son doblemente problemas, mientras que aparecen algunos que no lo son para el común de los vecinos. Allí donde sobresale la chapa y la madera, las enfermedades son más frecuentes, las lluvias un peligro, el frío y el calor disposiciones climáticas que condicionan fuertemente la dinámica intrafamiliar, la electricidad un tendido improvisado y riesgoso, la calefacción, a veces, una trampa mortal.

La tensión urbana es notoria. Algunos números sirven al intento de cuantificarla. El último relevamiento efectuado por el Instituto Provincial de la Vivienda muestra que desde la medición anterior, efectuada pocos años atrás al iniciarse el proceso de relocalización de personas inundadas, existen cerca de 55 nuevas familias instaladas en zonas inundables. El último registro es de junio pasado. Si se tiene en cuenta que hasta el momento fueron reubicados 60 grupos familiares, la situación volvió a foja cero, de la mano de la falta de un proyecto urbanístico que otorgue un destino diferente a las tierras bajas. Recién en esta nueva etapa de relocalización la Municipalidad intensificó los controles para evitar usurpaciones y promete implementar un proyecto recreativo.

En la Dirección de Tierras, existe un registro donde más de 3.000 familias esperan la posibilidad de acceder a un lote, como primer paso para aspirar a una vivienda digna. Un número impreciso debido a los años transcurridos y a que sólo es una muestra aproximada, toda vez que sólo incluye a personas que tuvieron la voluntad de acercarse a la dependencia municipal.

Hace dos años, la Fundación Techo ubicó en Luján doce asentamientos precarios donde viven 700 familias. El director de la entidad en Zona Oeste, Pablo García Lazo, había explicado que la falta de vivienda digna “sigue siendo una problemática gigantesca y urgente”. En sus declaraciones al programa Primera Mañana (Radio Ciudad de Luján), opinó que “las políticas de vivienda y hábitat siguen sin estar a la altura”.

“Hay más familias que en 2013, fecha en la que fue publicado el último informe. Tenemos un equipo de voluntarios muy grande y comprometido que ha trabajado muy bien. En Luján podemos ver un claro ejemplo de una problemática que se da en todo el país: hay barrios que tienen más de medio siglo viviendo en condiciones precarias. En Villa del Parque, por ejemplo, hay 145 familias que viven desde 1963. En San Jorge, 85 familias desde 1970”, agregó en aquella oportunidad, en detalles del informe que también incluía a zonas de barrios como Los Laureles, Parque Lasa, Americano, Lanusse, Ameghino, Padre Varela, La Loma, San Fermín, Santa Marta y San Pedro.

En ese universo, el 91,7 por ciento de los vecinos no tiene acceso a agua corriente, el 100 por ciento carece de cloacas, el 83 tiene pozo negro -41 por ciento de los cuales, además, toma agua de pozo-, y el 58,3 no cuenta con acceso formal a energía eléctrica.

EN PRIMERA PERSONA

El actual San Fermín fue un paraje escasamente poblado hasta hace pocas décadas. Dominado en sus inicios por quintas y una impronta rural, la expansión urbana lo convirtió en un barrio repleto de precariedades, con muy poca intervención estatal. Las nuevas familias se asentaron como pudieron. Así continúan. El río es su principal enemigo.

Las calles perpendiculares al curso de agua terminan, por lo general, en trayectos cortados al tránsito producto de la acumulación de basura y vegetación. Los acacios negros, que forman montes, ocultan el río. Pero lo que no se ve existe y en los últimos años se hizo notar varias veces.

Los Trigales es una de esas perpendiculares que culminan abruptamente. Las viviendas, todas humildes, se diferencian por los materiales de construcción: las hay de ladrillos, pero muchas de chapa o madera.

Karina llegó al barrio hace dos años. Su historia replica otros derroteros. Alquilaba en Pueblo Nuevo, por un monto de cinco mil pesos que en un momento se le tornó imposible pagar. Así llegó al lote donde actualmente vive, un pedazo de tierra que cae en desnivel muy cerca del río. En el mismo predio está instalada desde hace muchos años la familia de su hermana, una de las que espera la relocalización al adyacente barrio Santa Marta.

Estos lazos solidarios entre familiares y amigos marca muchas veces el asentamiento de nuevos vecinos, una dinámica que se da dentro de la misma ciudad, pero también por afluencia de migrantes internos o de países vecinos. En este sentido, la lógica no se diferencia demasiado de la ola inmigratoria que recibió el país a comienzos del siglo pasado, cuando había que cruzar el océano. Los nuevos llegaban allí donde tenían algún tipo de referencia previa.

“Allá la casa era de material, era otra cosa. Pero no me quedaba otra que venirme para acá. No teníamos alternativa”, contó la vecina.

Primero vivió en un cuadrado de chapa con piso de tierra, hasta que pudo levantar su actual vivienda, una estructura compuesta por una cocina y una pieza, mitad chapa y mitad madera.  

¿Qué implica vivir en esas condiciones? Karina respondió desde su propia experiencia: “Se complica en todo sentido. En invierno se pasa más frío y en verano estamos sentados afuera porque adentro no se puede estar, es imposible estar ahí adentro por el calor que hace. En verano estamos hasta la noche afuera. Hace poco nos hicimos un hogar para el invierno que viene”.

Su hijo tiene serios y variados problemas de salud. “Él tiene tantas cosas que se me complica mucho. Por ahí en invierno se me enferma más fácil. Es asmático, convulsiona y es intolerante al gluten. Gasto mucho en medicamentos. Hay uno por ejemplo que sale 3 mil pesos, ese lo compro yo. Los medicamentos más baratos me los dan en el (Hospital) Posadas”, relató.

Las deficiencias habitacionales se combinan con entornos igualmente deficitarios en lo que hace a servicios públicos y mantenimiento general de calles y desagües. En algunos barrios de Luján se agrega el drama de las inundaciones. “El río está ahí nomás. Cruzás un montículo y está. Con 3 metros 40 en la cocina me entra. Estuve evacuada este año en septiembre. Tres inundaciones este año pasamos nosotros. No fueron tan grandes. La última que llegó a 3,60 me llegó a la pieza. Con 3,40 me llega solamente a la cocina”, explicó Karina, siempre en señal al monte de acacio negro que se abre en el final del lote.

La vecina estará pronto en una verdadera encrucijada. Cuando finalmente su hermana sea relocalizada, deberá abandonar el lugar. Así se lo explicaron las autoridades municipales. Caso contrario, la reubicación no se hace. El argumento oficial es que para recibir la nueva vivienda, el beneficiario debe entregar la parcela que actualmente ocupa en zona inundable. Al grupo familiar le quedan dos opciones. La primera hacinarse en la nueva casa. La segunda, que Karina vuelva a deambular en busca de un  hogar.

LUCHADORAS

En las barriadas, suelen darse conflictos vecinales por la posesión de la tierra. Sin intervención estatal, en ocasiones se impone la ley del más fuerte. Pero también surgen lazos solidarios que sirven para paliar cuestiones habitacionales básicas.

Esto le ocurrió hace tres meses a Silvana, cuando tuvo que abandonar su casilla -así describió a su antigua casa levantada con madera y chapa- después de vivir seis años allí. Las amenazas de sus vecinos más cercanos (instalados en el mismo lote) y la denuncia personal como única respuesta sugerida por trabajadores sociales municipales, la dejaron sin vivienda. A cargo de cinco hijos, encontró en otros vecinos la colaboración que necesitaba.

“Tuve que salir por fuerza mayor de casa. Hace tres meses que estoy acá, en esta casilla del costado, que es como un galpón. Ahí hice una pieza. Estos vecinos me permiten estar acá y me regalaron el terreno de al lado, donde están las cañas. Ahí voy a armar algo”, contó.

Silvana vive hacinada, pero aún así se siente más tranquila que en su anterior domicilio del mismo barrio Ameghino: “Tenemos pieza y cocina todo junto. Dormimos todos amontonados. Pero es lo que hay. Espero en el lote poder hacer algo con madera. Igual estoy complicadísima con el tema plata, porque no puedo trabajar ya que tengo que cuidar a mis hijos. No cuento con ayuda de nadie porque todos trabajan. Sobrevivo y trato de remarla con la Asignación (Universal). Mi proyecto es hacerme mi casa y ponerme una cocina para vender comida”.

Vive en el Ameghino hace 14 años, aunque sin lugar fijo tuvo que mudarse varias veces. Explicó que siempre vivió en casillas: “En invierno es bastante duro. Lo que tienen las casillas de chapa es que son muy frías, es como que tenés la heladera abierta todo el tiempo. En verano zafás un montón, pero en invierno se siente mucho. Cuando se te queman las estufas no sabés qué hacer. Por ahí prendés una bolsa de carbón o una mitad de carbón. A la noche cuesta un montón”, expuso.

El drama del déficit habitacional es muchas veces la historia de mujeres solas que deben afrontar el cuidado de sus hijos, ante padres ausentes. Soledad alquila una pequeña casa de material en el Padre Varela, muy cerca del río. Paga 4.500 pesos por algo que ella define como “re chiquito”. Tiene una habitación, una cocina-comedor y el baño. Vive con sus cuatro hijos. Ya sufrió varias inundaciones, pero como alquila quedó fuera del programa de relocalización.

Las huellas del agua se reflejan en una humedad crónica: “Cuando llueve un poco enseguida brota. Una de mis nenas es asmática. La última crisis estuvo entubada, fue unos pocos días después de la última inundación que hubo. Esa vez no me entró, pero igual filtra la humedad. En invierno la nena vive internada. Cada dos por tres termina en el Hospital. En cualquier momento me mudo enfrente del Hospital”, dijo en chiste, resignada.

Soledad trabaja en negro y gana 600 pesos por jornada. Desde hace un tiempo, solo la llaman dos veces por semana. “Bajó mucho el laburo. Tuve 15 días que no trabajé, fue terrible. Las dos semanas pasadas fueron difíciles. Este fin de semana trabajé, pero dos días, no los cuatro que suelo laburar. Laburé domingo y lunes, pero tendría que haber laburado viernes y sábado”. La Asignación Universal que recibe por sus hijos le permite pagar el alquiler, una ayuda indispensable para no quedarse en la calle.

Como las otras vecinas que conversaron con este medio, Soledad contó que los inviernos son los momentos del año más crudos para quienes viven en condiciones precarias. “En este invierno no nos calefaccionamos porque teníamos estufas y se nos quemaron. Este invierno con nada, no alcanzó para comprar. Por ahí prendía un poco el horno de la cocina, pero viste que el gas ahora cuesta un montón. La situación es terrible”, expuso.

Como el acuerdo de alquiler es “de palabra”, tampoco cuenta con un recibo que le permita acceder a un subsidio municipal. Aunque necesitada, no se inscribió en el registro abierto en la Dirección de Tierras. Como pasa con otros vecinos, descree encontrar por ese lado alguna solución.

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