Por Marcelo Justo
Ver de lejos tiene ventajas y desventajas. Aún en esta era de internet, aún con "Youtube", aún comunicándome con familiares, amigos y colegas por WhatsApp, uno está a 10 mil kilómetros de distancia, viviendo la realidad cotidiana de otro país, con una especie de esquizofrenia geográfica, política y personal que incluye el clima de Londres, su temperatura política cotidiana y un juego de adivinanzas sobre lo que pasa allá sin tener la visibilidad diaria que tengo acá.
Pero hay ventajas en la perspectiva que da esta doble vida. La discontinuidad y la distancia suprimen una enorme cantidad de ruido, establecen diferencias, mejoran la memoria. Un ejemplo de plena actualidad. Escribir sobre el pre-acuerdo con el FMI. A primera vista parecería que el que está más cerca, tiene más chances de dar al blanco. A veces, no necesariamente: no es mi caso. Me explico.
Desde hace tres décadas voy todos los años a la Argentina para escapar al implacable invierno inglés. En estos 30 años recuerdo los debates por las privatizaciones, la implosión de la convertibilidad, la visión nocturna casi fantasmagórica de los cartoneros y la creciente confianza que me inspiró Néstor Kirchner con su política institucional (Corte Suprema), de derechos humanos y su economía de consumo interno y resarcimiento de sectores postergados. Imposible olvidar la euforia que me generó cuando en un mismo año --2005-- reestructuró la gigantesca deuda que dejó la convertibilidad (marzo) y nos desató de la deuda que nos maniataba al FMI (diciembre). También imposible de borrar el “alucinógeno” editorial de Joaquín Morales Sola ese mismo año en “La Nación” donde escribía con prosa de republicano indignado que estábamos con un gobierno cuasi-soviético.
Al viaje siguiente, noté el impacto del editorial de Morales Solá acompañado ya por muchos otros de similar tenor. Como solo iba por dos semanas me tocó hacer encuentros a toda velocidad y así fue que llegué a esa cena con un primo, que siempre había sido divertido y equilibrado respecto a la política argentina, y un íntimo amigo suyo muy gorila, muy simpático, gran sibarita, yo lo conocía desde los 17 años. Mi primo mantuvo su equidistancia con el silencio, pero el sibarita reaccionó a mis elogios por habernos librado del FMI con una furia titánica, levantándose de la silla, señalándome con el dedo.
Volví a recordar el editorial de Joaquín Morales Solá y afines unos días después en otra cena en el Barrio Chino con otro primo, su pareja y unos siete u ocho amigos que tenían, entre ellos una abogada sentada al lado que me dijo muy suelta de cuerpo que Néstor Kirchner le pegaba... a todos los ministros. “¿Y vos cómo sabés que le pega a todos los ministros?” “Eso lo sabe todo el mundo”, me contestó.
Con la distancia agigantada por la pandemia (hace más de dos años que no piso la Argentina), los malabares de la interpretación se han complicado, se han vuelto quizás más barrocos. Pensando en el acuerdo Macri-FMI, recuerdo el comienzo de la canción de Bob Dylan “All along the Watchtower”: “there must be a way out of here said the joker to the thief”. El “way out of here” que le encontró en 2018 el “joker” (Christine Lagarde) al “thief” (Don Mauricio) fue el préstamo más grande de la historia del organismo multilateral. Es como mínimo bananero que el “joker” esté ahora al frente del entuerto que ellos mismos “faceron” para que gane Macri, violando los propios estatutos del FMI, pero como la ley y la realidad son lo que el FMI y el mastodonte del barrio (Estados Unidos) dicen, lo del estado de derecho lo guardan para el primer mundo, que el resto nade de noche (…ay querido Juan Forn…) y sobreviva como pueda entre los tiburones financieros. En un año en el que se le debe unos 18 mil millones de dólares gracias a ese demente pacto entre Christine Lagarde y Nico Dujovne en el departamento de éste que, según Berco, estaba declarado en rentas como terreno baldío, el “Joker” de turno vendrá cada tres meses a ver si nuestro país cumplió las metas y tendrá el derecho de mandarnos al default si no lo hicimos.
El debate que me interesa es el que hay al interior del gobierno y el Frente de Todos, orgánicos o inorgánicos, atizados como nunca ahora por la renuncia de Máximo. Tanto en el interior del Frente de Todos como por fuera del mismo, hay una posición que piensa que aceptar metas monetarias y fiscales significa un ajuste, aún si se logra, por ejemplo, una segmentación ideal de las tarifas públicas para que los que más tienen paguen más, los que tienen menos paguen menos y los que no tienen no paguen nada.
La respuesta del gobierno a estas críticas fue que el acuerdo no es nada para celebrar, que era el menos malo, que la alternativa que muchos imaginaban de China y Rusia no es tal porque también ellos exigían un arreglo con el FMI, que si no había acuerdo el viernes, el domingo iban a pasársela discutiendo si el lunes declaraban feriado bancario, que se hubiera perdido todo acceso a préstamos internacionales para financiar obras que se necesitan ya y que, además, a diferencia de lo que está sucediendo en el acuerdo del Fondo con Costa Rica, no habrá privatizaciones, ni reforma laboral ni previsional y que el gasto real se iba a seguir expandiendo. Todo esto también es cierto: el acuerdo anunciado con el FMI no es el huracán que arrasó Grecia.
¿Cómo hacer con dos opciones que son igualmente correctas o tienen aspectos de la verdad? Una cosa a la que no se le dio mucha importancia fue la de los caminos para lograr la reducción del déficit fiscal. El favorito histórico del FMI y la derecha es recortar el gasto, recortar subsidios a las jubilaciones o los más pobres. Se gasta menos, y a Dios rezando y con el mazo dando, se llega al bendito equilibrio. Pero hay otro modo (dixit Guzmán) que es aumentar la recaudación bajo el principio antes enunciado para los subsidios y que es el eje de una verdadera justicia impositiva: los que tienen más pagan más, los que tienen menos pagan menos, y los que no tienen, no pagan.
No es fácil. Mercedes Marcó del Pont está haciendo un excelente trabajo al frente de la AFIP (ampliamente elogiada por la organización líder en la lucha contra la evasión tributaria y por la justicia fiscal, Tax Justice Network (TJN)) aunque seguramente necesitaría el doble de personal calificadísimo y probo para lidiar con un país como Argentina, líder en la materia de fuga de capitales, que en esto hemos creado escuela. Lograr la reducción del déficit pactada con un aumento del crecimiento y la recaudación será una tarea titánica. Requiere cerrar el grifo de los paraísos fiscales y la planificación tributaria de las grandes empresas y multinacionales, terminar con la subfacturación y sobrefacturación , cobrar más impuestos a los ricos, todo del día a la noche.
Y una cosa que se ve definitivamente mejor de lejos es el escaso peso mundial de la Argentina. A pesar de nuestra dimensión geográfica somos un puntito, importante en el contexto subregional y regional, sobre todo si actuamos con otros (Mercosur, Celac, etc), pero nada más. Con nuestro modesto peso específico y nuestras vulnerabilidades es muy fácil soplarnos del mapa con un huracán financiero o político. No es que estemos totalmente a salvo. Pero con el pre-acuerdo el gobierno está ganando tiempo.
Son semanas hasta la aprobación del directorio del FMI, más semanas hasta el debate en el Congreso, casi dos meses hasta el desembolso de marzo que haría el FMI con un préstamo a devolver mucho después, en cuyo caso, son otros tres meses hasta que venga la misión del monitoreo para verificar el cumplimiento de las metas y dar un nuevo desembolso que siga pateando la pesadilla para mucho más adelante. En Argentina, una semana es un mundo.
Cruzo los dedos para poder ir a la Argentina este marzo. Dependiendo de la fecha exacta y la pandemia, ahí habrá habido debate parlamentario o estará en curso y yo superaré algunas desventajas de la distancia. Espero sin demasiada fe que el ruido no sea ensordecedor, pero si del otro lado se la pasan anunciando tormentas y tempestades, espero que los de este lado tomemos distancia y debatamos lo que realmente importa, no es necesario subirse a un vuelo de Aerolíneas Argentinas para tomar distancia y, con las ventajas y desventajas que tiene, ver de lejos.
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