Este domingo se enfrentarán cara a cara. Estarán en juego las estrategias en el plano político y personal. Es un desafío difícil, entre la dureza para descolocar al otro y la moderación para captar votos aún indefinidos. Asoman riesgos políticos en un cuadro de crisis e incertidumbre
Por Eduardo Aulicino
La carrera electoral va camino a su final, después de dos turnos nacionales y de decenas de elecciones locales. Resta poco: el debate de mañana y unas pocas actividades más de los candidatos, en un clima general que no expone entusiasmo ni nada parecido. Seguramente y en buena parte, se trata del arrastre de la larga crisis, aunque más llamativo resulta el efecto del juego propio de los candidatos, es decir, las apuestas cruzadas de Sergio Massa y Javier Milei a los miedos y al error ajeno, antes que a cualquier fórmula esperanzadora. En las dos veredas, la idea según la cual está en juego el futuro de la democracia agrega pesadumbre.
Es bastante más que incertidumbre. Eso, en todo caso, reflejan pilas de encuestas, ya jugadas públicamente y con tracking para consumo más reservado en los días que quedan hasta el balotaje. Ocurre que además, según algunos consultores, aparece un factor destacado en esta carrera: el condicionante del temor a lo que viene. Es un elemento que divide aguas, o que realimenta la grieta, y es explotado como principal pincelada para pintar el rechazo al competidor.
Por supuesto, no se trataría de provocar expectativas, en sentido positivo, sino de generar comportamientos defensivos, básicos. Es significativo también por el contexto que marcó la etapa de las PASO -que superan por mucho la idea de selección en cada interna- y el mapa que dibujó hace tres semanas la primera vuelta: fragmentación política, con el añadido de cierta disociación entre las disputas provinciales y los resultados nacionales.
Esta vez, el balotaje no asoma como un mecanismo para consolidar una opción en un esquema más o menos bipartidista, sino para fabricar ese cuadro y dirimirlo. Recrea la grieta, en un contexto sin dos liderazgos casi excluyentes. Milei aparece como “novedad”, aunque para nada en los niveles sin límites que se agitaban mediáticamente después de las primarias. Massa recuperó espacio para colocar al oficialismo en la final, pero lejos de los niveles de votación sostenidos tradicionalmente por el peronismo. Dicho en números: el oficialismo rozó en octubre los 37 puntos y LLA, los 30.
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Fuera de juego quedó Juntos por el Cambio, sacudida por una crisis profunda, prólogo a su vez de la reconfiguración de la política que seguirá al balotaje. Su electorado de la primera vuelta, casi el 24 por ciento, es parte central de la disputa, junto con la franja de cerca de 7 puntos que se inclinó por Juan Schiaretti. De manera simplificada, Massa y Milei buscaron asegurarse de entrada el voto más decidido de ese conglomerado: de mayor rechazo al libertario, uno, y de mayor rechazo al peronismo/kirchnerismo, el otro.
El consenso entre consultores y en los equipos de campaña es que eso no es suficiente. Queda una franja que se define en una palabra como “moderada”, aunque se trata de una categoría que no resume todo lo que hay en juego. Eso, sin contar el rechazo a las dos ofertas, que podría volcarse al voto en blanco, un público difícil de ponderar numéricamente pero sobre el cual también se apunta.
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En cualquier caso, se trata de un ejercicio que trasluce la incomodidad de los candidatos con sus trajes para esta etapa decisiva de campaña. Por un lado, pesa la necesidad de conectar con las posiciones más duras de los votantes que se consideran jugados, según los sondeos. El foco está puesto en los porcentajes de JxC y de Schiaretti que se estiman favorables a Massa o Milei. Y al mismo tiempo, atienden las recomendaciones sobre los cuidados en la exposición pública, para dar imagen de cierta moderación o, al menos, de contención.
En ese juego, además de disimular los elementos que pueden generar mayores resistencias, apuntan a provocar el error ajeno, como espacio político y sobre todo como reacción personal. En esa línea, trabajan los equipos de campaña para el debate de este domingo. Es un desafío de doble filo, porque un golpe puede ser decisivo, pero también puede serlo traspasar algún límite.
Javier Milei, en la nueva etapa de campaña. Intento de perfil moderado
El candidato oficialista y el libertario tienen mucho para cuidar. Massa tiene articulado desde hace rato un discurso, nada sencillo, relacionado con su gestión en Economía, junto al más amplio intento de despegue de los cuatro años de gobierno de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner. Se suman después temas fuera de control. Uno último: el escándalo de espionaje ilegal que involucra a Rodolfo Tailhade, diputado del kirchnerismo duro, y a Fabián “Conu” Rodríguez, funcionario de primera línea de la AFIP, alineado con La Cámpora. El caso se vincula al intento de juicio político a la Corte Suprema y su oleaje frustró la agenda de campaña oficialista en el Congreso.
También Milei tiene temas que intenta colocar fuera del tramo final de campaña. Antes de la primera vuelta, había dispuesto que bajaran su nivel de exposición los integrantes de su círculo económico, enredados en explicaciones sobre plazos y profundidad de propuestas tales como la dolarización o la reforma del Estado. Sumó también indefendibles y hasta oscuras declaraciones sobre armas y órganos. En otro plano, muy diferente, necesita correr el foco del acuerdo con Mauricio Macri.
Está claro que, casi mecánicamente, esos puntos débiles de uno estarán en la mira del otro. Con todo, lo más ruidoso y a la vez menos medido está constituido por la agitación en torno del riesgo para la democracia que tensiona al máximo la disputa entre Massa y Milei.
Ese es el elemento que extrema las campañas negativas. Está muy por encima de los golpes bajos. Algunos de esos golpes parecen naturales. El oficialismo, por ejemplo, insiste con el enorme aumento en pasajes en trenes y colectivos que significaría un triunfo libertario. Extiende el juego. La última entrega es el bono a las jubilaciones mínimas, que esta vez es sólo por un mes y con futuro pendiente del resultado electoral. Desde la LLA, hablan sin reparos de un escenario de hiperinflación y colapso económico en caso de triunfo de UxP.
Más grave es el cruce de advertencias sobre el riesgo para el sistema democrático que podría tener el sentido del voto. Dicho sin vueltas: el futuro depararía autoritarismo, pobreza, negacionismo y regresión en materia de derechos, en un caso, o hegemonismo, corrupción, deterioro económico y social, en el otro.
Por supuesto, no son expresiones que surjan de la nada y hay argumentaciones más finas y elaboradas entre los apoyos a Massa y los respaldos a Milei. En cualquier caso, el punto es que, jugadas así, añaden tensión sobre la incertidumbre electoral. No es todo. Casi no dejan espacio para pensar el modo de procesar democráticamente el resultado del balotaje, cualquiera sea, y el cuadro de fragmentación política, surgido de la primera vuelta y de los comicios provinciales, expresado en el Congreso y en el mapa de las gobernaciones. Es lo que viene después de la campaña y del domingo 19.
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