“Brasil fue la estrella del Foro Económico Mundial. La responsabilidad de las políticas monetarias y fiscales y un entorno macroeconómico sustentable han consolidado su liderazgo en la región”, destacaba en 2011 el diario O’Globo de ese país luego del encuentro en Suiza del establishment internacional. La crónica hacía mención a los elogios del entonces titular del FMI, Dominique Strauss Kahn, pero alertaba que después de varios años de un importante crecimiento económico había llegado el momento de “parar la pelota”.
“Brasil necesita enfriar su economía, el ajuste de 30.000 millones de dólares pautado por la presidenta Dilma Rousseff en el presupuesto de este año es muy bienvenido”, valoraba el economista francés. El entusiasmo de entonces por la orientación económica neoliberal se transformó en decepción cuando empezaron a evidenciarse los efectos del ajuste y de la huida de capitales especulativos que habían ingresado masivamente en aquellos años. Brasil pasó de ser ejemplo para el mundo a convivir con una crisis que lo hunde cada vez más. La caída del PIB en 2015 fue del 3,7 por ciento y el gobierno reconoció esta semana que el año pasado se perdieron 1,5 millón de puestos de trabajo: 608.878 en la industria, 416.959 en la construcción, 276.054 en el sector servicios y 218.650 en comercio, con la única excepción de un aumento de 9821 empleos en las actividades agropecuarias. La proyección del mercado para 2016 es otro retroceso del PIB de 3 puntos, con una desocupación que se cristalizará en los dos dígitos.
El lugar en el cuadro de honor de Davos que antes ocupaba el país vecino correspondió esta vez a la Argentina. “Fuerte interés tras doce años de kirchnerismo”, tituló el diario Clarín. “La expectativa de los organizadores con la llegada de Macri es tal que ayer a la tarde la bandera argentina flameaba en un lugar destacado de la entrada”, se emocionó el matutino. “Quienes acusan recibo de las expectativas por la llegada del Presidente son los empresarios argentinos que dijeron presente en Davos. El comentario general en esta edición es que hay más pedidos que de costumbre para que ellos cuenten quién es Macri y qué políticas pueden esperarse en los próximos años. El entorno presidencial sincronizó que la mirada del país de estos empresarios está en consonancia con la de un gobierno que busca insertar a la Argentina en el mundo. ‘Nunca antes tuve tantas invitaciones para hablar’, dijo el economista Mario Blejer. ‘Muchos empresarios internacionales con quienes me encontré durante el día me han dicho que seguían intentando concertar una reunión con el Presidente’, agregó Marcelo Mindlin, titular de Pampa Energía’”, seguía el artículo de Clarín. El tono fue similar al que utilizó en enero de 2000 el diario La Nación, cuando el estadista era Fernando De la Rúa: “Con elogios de la prestigiosa consultora JP Morgan, publicados en The Wall Street Journal Americas, el presidente inició su primer periplo oficial. La exitosa colocación, ayer, de un bono a 20 años por 1250 millones de dólares motivó el elogio de Rachel Hines, directora general de JP Morgan. ‘Existe confianza en el programa fiscal y en los planes argentinos’, dijo la ejecutiva”. Dos años antes, el que acumulaba distinciones en Davos era Carlos Menem. “El Presidente desplegará entre hoy y mañana en Suiza todo su arte para convencer a europeos y norteamericanos que la Argentina y Brasil son un oasis para los inversores extranjeros”, detallaba Clarín, a meses de la devaluación del real que profundizaría la crisis en la región. La nota resaltaba las palabras de William Rhodes, vicepresidente del Citibank, sobre la fortaleza nacional para responder a los desafíos del momento, enviando “un mensaje tranquilizador”. Ese año el país entraba en una recesión de la que no podría salir hasta después del estallido de 2001.
Los antecedentes deberían alertar al gobierno de Cambiemos por la velocidad con que las palmadas en el hombro se transforman en recriminaciones cuando el peso de la realidad se impone. Las felicitaciones de organismos internacionales, financistas y grandes empresarios se multiplican mientras las autoridades logran imponer las políticas diseñadas en países centrales, que aseguran buenos negocios al sector financiero y a las multinacionales, en tanto que pasarán a adjudicarles toda la responsabilidad por el fracaso cuando éste se produzca, atribuyéndoles no haber sido lo suficientemente rigurosos en los planes de ajuste y disciplinamiento social. Es una secuencia que se repite y siempre termina igual, pese a lo cual sus participantes, incluidos los medios hegemónicos, siguen escenificando como si el desenlace pudiera ser distinto cada vez.
La explicación de los gobiernos argentinos que han brillado en Davos, como el de Macri en esta oportunidad, es que su obsesión es atraer inversiones para potenciar la economía. En la práctica sucede algo distinto: lo que consiguen mayormente es habilitar un canal para producir un endeudamiento masivo del Estado. Esos capitales no llegan para abrir fábricas, financiar centrales energéticas o promover obras públicas, aumentando la capacidad productiva y la competitividad de la economía nacional, sino que se vuelcan a necesidades de sectores concentrados y clases acomodadas. En los 90 y los 2000, por ejemplo, el endeudamiento alimentó la fuga de capitales de los ganadores del modelo, la repatriación de divisas de bancos y empresas extranjeras y permitió sostener por una década la ficción del uno a uno de la convertibilidad. En la actualidad ocurre algo similar: los dólares que está tomando el Tesoro le permitieron terminar con las restricciones a la compra de esos billetes y restablecer los mecanismos para la salida de divisas. El financiamiento también es un puente para lubricar la desregulación financiera, la apertura importadora, la pérdida de ingresos por el achicamiento de la economía y el repago de la deuda. La negociación con los fondos buitre, que seguramente derivará en la emisión de bonos por entre 15.000 y 20.000 millones de dólares, es otro capítulo del mismo plan.
Si el interés estuviera verdaderamente en lo que ocurre en el mercado interno, las noticias de estos días no serían los despidos –que ya se cuentan por miles, primero en el sector público y cada vez más en el privado–, los intentos por poner un cepo a las paritarias, la floja temporada en los principales destinos turísticos, las peores ventas de autos cero kilómetro en una década en lo que va de enero, el salto inflacionario que triplicó el ritmo de aumento de precios hasta octubre, las primeras señales de recesión en ramas fabriles y de consumo masivo, los anticipos de tarifazos y quita de subsidios y el aumento de la conflictividad social. Todo ello es consecuencia del cambio radical en las prioridades económicas del nuevo gobierno respecto al anterior, reflejado en una batería de medidas como la quita de retenciones, la devaluación, la eliminación de regulaciones para la entrada y salida de capitales, el desinterés por sostener con potencia un programa como Precios Cuidados y la promesa de que se podrá importar y exportar libremente, entre las principales. Nada de eso estuvo presente en las exposiciones de Macri, Prat-Gay, Malcorra y Sturzenegger en Davos. Allí ellos fueron las nuevas figuras ensalzadas por los representantes del poder financiero, premiados con gestos como el prometido respaldo de Estados Unidos en los organismos internacionales cuando el país vaya a pedir créditos, la posibilidad de concertar un encuentro con Barack Obama o la invitación a participar de la Ocde, el club de los países ricos. Un balance muy positivo para las aspiraciones del Gobierno, mientras el perro Balcarce se quedó custodiando el sillón presidencial.
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