El 30 de noviembre del 2013, el periódico interrumpía su circulación por un día, en un cambio de mando que el Grupo Crónica determinó como negocio oculto para dejar a cerca de 40 trabajadores en la calle.
El viernes 29 de noviembre de 2013, Alejandro Olmos, Rodrigo Conti, Juan Pablo Vieytes y Cristina Quintana se presentaron en la redacción del diario El Atlántico para una reunión convocada de urgencia. Ya no estaba al mando Oscar Ortiz, que había dejado su cargo de director por disposición de la empresa una semana antes. Los directivos del Grupo Crónica hablaron sin anestesia. Ante la postura atónita de los trabajadores, anunciaron su negocio oculto: “este es el último diario El Atlántico que harán”.
El sábado 30, el periódico se emitió con producción realizada desde Bolívar casi La Rioja. El domingo 1 de diciembre no circuló y para el lunes 2 ya se había impreso desde otro lado. El gerenciamiento de 1 año con opción a compra había quedado en manos del empresario Néstor Otero, dueño de varias estaciones ferroautomotoras del país y ligado al propietario de la competencia, Aldrey Iglesias. Con esa cesión, los directivos del porteño diario determinaron también el traspaso obligatorio de cinco trabajadores, que pasaron a depender de otra empresa y sufrieron una merma inmensa en sus condiciones laborales.
Mientras el diario en papel de siempre dejaría de existir para la mayoría de los empleados, el Grupo Crónica aseguró desear sostener las decenas de puestos laborales con un portal de noticias que creó 48 horas antes del anuncio y que prácticamente moriría antes de nacer: Crónica de la Costa. “Son una redacción joven y queremos mantenerla” dijeron. Su postura no duró ni dos días. Vía sus abogados, comenzaron con un proceso sistemático de llamados que los propios trabajadores calificaron como retiros inducidos. Luego de dejar en claro que no querían terminar con el vínculo laboral, hubo personas que recibían hasta cinco comunicaciones diarias con invitación a la desvinculación.
Ante tan problemático panorama, muchos optaron igualmente por dar un paso al costado. En menos de dos meses, la empresa se desprendió de los cuatro reporteros gráficos que había en el plantel. Resultó el dato que colmó la paciencia de los que aún tenían energías para resistir. El vaciamiento quedaba demostrado semana a semana: no había modo de que un medio digital de comunicación pudiera subsistir sin imágenes propias.
Llegaron los días de paro y la intervención del Sindicato. A pesar de que se anunció, nunca se efectuó una investigación respecto a la posibilidad de estar ante una operación comercial ilegal. Con el fin del verano y el arribo del frío, fueron muchos más los periodistas que prefirieron cobrar una indemnización antes de seguir penando ante el maltrato y la paupérrima gestión de la compañía, extendida a lo largo de los años. Mientras tanto, la comunidad marplatense le brindó escasa atención al asunto, fundamentalmente desde el ámbito gubernamental, que estratégicamente miró para otro lado.
En la actualidad, los menos de 10 periodistas que aún persisten, trabajan para otros medios del grupo y con una nueva modalidad en la relación de dependencia: el desempeño laboral desde el exterior de la redacción. Así, cualquier marplatense que transite por el microcentro y pase por calle Bolívar, verá el emblemático edificio del legendario diario venido en desgracia, con un triste cartel de alquiler y un archivo destruido, donde buena parte de la historia de Mar del Plata se encuentra en pleno proceso de descomposición.
Comentá la nota