Por Pablo Sirvén
En tiempos urgentes, la fama paga más rápido que el prestigio y permite soñar con tener en la manga el as de espada con la pretensión de ganar elecciones o ser una máquina de vender entradas, discos o libros.
Pero nada está absolutamente garantizado. Se puede ser conocido y, al mismo tiempo, magro en boleterías. Le pasaba a Ricky Fort: acumulaba más fans fuera del teatro, prestos a sacarse fotos con su ídolo, que dentro de las salas donde se presentaba. A Francisco De Narváez , es cierto, una imitación en ShowMatch lo ayudó a ganarle a Néstor Kirchner en las elecciones de 2009. Pero esa buena performance no volvió a repetirse.
Tampoco se sabe qué resultados obtendrá, y en qué lista, Martín Insaurralde, quien pasó de ser candidato de la Presidenta, poco conocido, a archifamoso novio de la vedette Jésica Cirio. Por eso es invitado habitual a seguir los pasos de su prometida en el "Bailando por un sueño" y goza de un rating regalado.
La industria de la fama fascina a los políticos que, a falta de ideologías y planes concretos, prefieren arrimarse a la farándula y parecerse a ella, imitando sus tics, escándalos y veleidades. Pura cáscara.
Antes se mezquinaban las distinciones de la Legislatura porteña para hacerlas únicas y valiosas, pero desde hace tiempo se prodigan con tanta facilidad y frecuencia, que han terminado por convertirlas en una rutina discutible y devaluada.
En ese contexto, aún no se han acallado los ecos por la designación de Marcelo Tinelli como personalidad destacada de la cultura.
Si se coincide que hay una tríada de nombres que para bien o para mal podrían definir buena parte del ser nacional -peronismo/Maradona/Tinelli-, no habría cómo objetar que, en un sentido muy amplio de la palabra cultura, el conductor de ShowMatch fuese tenido en cuenta. Mucho más todavía, incluso, si solamente se juzgaran sus aportes a la cultura popular. Podrá gustar o no lo que ha venido haciendo en materia de humor muchachista y futbolero, de show picante y de desfile de talentos e impresentables en canto, patinaje y, especialmente, baile, pero casi un cuarto de siglo continuado en la cresta del rating indican que esa producción está avalada y consentida por millones de personas, aun en sus desbordes más recordados.
Ahora, si se aplicara un sentido más estricto y tradicional de la palabra "cultura" -y restringimos ese concepto sólo al arte, la literatura y el pensamiento- no se justificaría, por cierto, tal distinción.
Pero está visto que el juego con estas barajas es diferente y también obedece a un deseo político: el de posicionarse cerca de un poderoso de la comunicación y fantasear con su apoyo. La presencia de la plana mayor del gobierno porteño anteayer en la entrega del diploma al animador más popular de la TV argentina así pareció demostrarlo.
Tinelli dirigió anteanoche en su programa palabras duras hacia el kirchnerismo por el exabrupto del funcionario y militante Alex Freyre contra Aníbal Pachano. La lectura fácil es pensar que el conductor de ShowMatch empezó a devolver favores al macrismo.
Tinelli no sólo se lleva bien con Macri, también tiene excelente diálogo con Scioli y Massa. Pero a no engañarse; sólo lo empuja una ideología: el tinellismo..
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