Por: Federico Andahazi. "Cualquiera menos Cristina". Esta afirmación se escucha cada vez con más frecuencia entre aquellos que votaron a Mauricio Macri y entre quienes lo volverían a votar, si no existiera una tercera opción. Este es el verdadero abismo al que se enfrentan Macri y Cristina, el precipicio en el que desemboca la grieta: la consolidación de una tercera propuesta.
El axioma "Cualquiera menos Cristina" encuentra su reflejo especular y complementario en el peronismo y sus arrabales: "Cualquiera menos Macri". Salvo los puristas, los PRO puro y los K de paladar negro, que prefieren morir con las botas puestas en una batalla final semejante al Armagedón, el resto de la sociedad desea la aparición de una puerta de emergencia que le permita escapar de la alternativa de hierro que propone Jaime Durán Barba. Y sucede que, por primera vez, empieza a sonar fuerte un nombre diferente al de Macri y Cristina: el de Roberto Lavagna.
A uno y otro lado de la grieta se escuchan los rezos para que la postulación de Lavagna no sea más que una pesadilla de cumplimiento imposible. Y razones no les faltan para aferrarse a sus oraciones. Tienen que suceder muchas cosas para que se postule Lavagna. Y no son menores. En primer lugar, debería haber un consenso entre los distintos actores del peronismo y los potenciales aliados para llegar a una fórmula de unidad. En efecto, la primera condición de Roberto Lavagna es evitar una interna. ¿Sergio Massa, Juan Manuel Urtubey, Miguel Ángel Pichetto y Miguel Lifschitz, entre otros, estarían dispuestos a renunciar a favor de Lavagna?
"Lavagna es Cristina", dicen los fanáticos de Macri. "Lavagna es Macri", dicen los talibanes K. Es tal el arrebato de furia que levanta el solo nombre de Lavagna, que, ante tanto fanático M, no sería de extrañar que surgiera una nueva corriente: el "macrismo racional".
No es sensato afirmar que Roberto Lavagna es igual a Cristina Kirchner. Nadie imaginaría a Lavagna como representante argentino del socialismo del siglo XXI, ni en un palco junto a Nicolás Maduro, ni fusilando a Macri, como propone Luis D'Elía, ni como aliado de los grupos antisemitas y pro-iraníes que abundan en las filas kirchneristas. Por otra parte, el encono de Lavagna contra el kirchnerismo data de los tiempos en que fue ministro de Néstor Kirchner. Las humillaciones a las que pretendió someterlo el ex Presidente incluían groserías y, sin metáfora, manoseos. Quien acaba de confirmar estas versiones es otro de los mancillados por Néstor. En su flamante libro El otro camino, Daniel Scioli relata la antipatía que le profesaba Néstor a Lavagna. Cuando el ex Presidente expulsó a Lavagna a raíz de su desacuerdo con la cartelización de la obra pública, el entonces vicepresidente le hizo saber que no le parecía una buena idea. "Sería bueno que continúe Lavagna como ministro de Economía. Lo dije públicamente, salió en un diario y ese día, cuando coincidimos en un acto, me miró con cierto disgusto, como si me advirtiera que no le gustaba que uno expresara sus opiniones sin consultarlas con él". La repulsión entre los Kirchner y Lavagna es proverbial y no tiene vuelta atrás.
Pero se agrega un dato interesante: Roberto Lavagna tampoco es Sergio Massa, mucho más identificado para vastos sectores con Cristina Kirchner. Tanto que ni siquiera el ex Jefe de Gabinete de Cristina se ocupa de disimularlo. Al contrario, sus idas, vueltas e indefiniciones lo hacen sospechoso a los ojos de todos aquellos con los que suele coquetear.
Sin embargo, y con razón, son muchos los que le piden a Lavagna el certificado "libre de kirchnerismo". Cualquier pacto, frontal o solapado, con representantes de esa secta lo volvería sospechoso y lo convertiría en otro Sergio Massa. Con absoluta legitimidad, Marcos Aguinis y Alfredo Casero mostraron sus prevenciones. Aguinis apeló a la propia historia del peronismo y recordó el viejo eslogan: "Cámpora al gobierno, Perón al poder". Será el propio Lavagna el que deberá convencer al electorado de que él no es Cámpora, ni Cristina su Perón.
El resultado de las elecciones de Neuquén deja oír tres mensajes claros: a Cristina Kirchner le acaban de decir que su tiempo se acabó; a Cambiemos, que su sello, por sí solo, no tiene peso propio en el interior, y a los radicales, que no les alcanza para cortarse solos. Y, de paso, le muestran a la sociedad que sí hay lugar para una tercera opción. La falta de generosidad del gobierno nacional para con el candidato derrotado recuerda la clásica piedad peronista: asistir en auxilio del ganador. Frente al maníaco festejo de la derrota del candidato propio, Horacio "Pechi" Quiroga se vio obligado a aclarar lo obvio: "Creo que esto no es una victoria de Cambiemos". Y agregó ante el desprecio de la dirigencia nacional: "Hubo hechos extraños en Cambiemos que no deberían suceder en una coalición".
Las próximas elecciones en Córdoba acaso muestren con más claridad que ese tercer espacio se puede agrandar aún más. La ruptura del radicalismo le allana el camino a Juan Schiaretti, referente indiscutible del sector al que pertenece Roberto Lavagna, y al que se suman el socialismo y el GEN. Nadie podría afirmar que una derrota de Ramón Mestre y Mario Negri frente al actual gobernador sería un triunfo de Macri, tal como aseguraron varios ante la derrota de Cambiemos en Neuquén. Igual que Horacio Quiroga, muchos empiezan a mostrar un sentimiento muy peligroso. Los psicólogos, pero más aún los escritores, conocemos el peso del despecho. Es el sentimiento que está en el germen de todas las tragedias mitológicas y terrenales. La soberbia y el desdén fue, quizás, la semilla que sembró el derrumbe del kirchnerismo. El pedestal de mármol que habita en las alturas el todopoderoso Marcos Peña parece mostrar las primeras fisuras.
Pero hay un dato que produce terror en el oficialismo. Eduardo Valdés, el virtual vocero de Cristina Kirchner, puso en duda su candidatura. Ante el presuroso viaje a Cuba de la ex Presidenta, dijo: "En esta coyuntura no tiene sentido la candidatura". Y agregó: "Si el costo es el odio permanente, no me parece que se presente". Sería un escenario desolador para los arquitectos de la polarización permanente.
Mucha gente se siente entre la espada de Cristina y la pared de Macri. Y a nadie le gusta que lo tomen de rehén. Durán Barba convenció a la sociedad de que cualquiera era mejor que Cristina. Hoy el Gobierno ve con pánico que cualquiera ya tiene un nombre.
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