La economía es, sin dudas, el tema que más desvela a Alberto Fernández. La hiperinflación es un escenario que no puede descartarse en el corto y mediano plazo. La sociedad rechaza la moneda nacional y todos los precios –menos el salario- se encuentran dolarizados.
Los montos fijos por retenciones que impuso el macrismo están totalmente desfasados. Y la catástrofe alimentaria, en el área de salud, en el trabajo, en la vivienda y en las finanzas de algunas provincias es indisimulable.
Para 2020, Alberto necesitará conseguir alrededor de 10 mil millones de dólares para financiar el déficit. No es un número confiable. Algunos operadores consideran que la cifra requerida será al menos el doble y los mercados externos no muestran disposición alguna a proveerlos, ya que el gobierno de Cambiemos agotó el crédito y la confiabilidad de nuestro país. Para peor, las últimas medidas tomadas por el ministro Hernán Lacunza, algunas de ellas cuestionables pero impostergables de todos modos, cayeron muy mal en los mercados financieros.
Pero, si ya es difícil imaginar de dónde podrían salir los fondos para resolver las urgencias de 2020, más complicados aún serán los años posteriores. Entre 2021 y 2026 habrá que afrontar los vencimientos de la deuda que Mauricio Macri contrajo con el FMI por 57 mil millones de dólares.
Alberto Fernández está obligado a dar únicamente señales generales, evitando los anuncios concretos sobre sus políticas económicas, por dos razones. Una es de tipo electoral: el candidato del Frente de Todos está obligado a recrear la confianza y la esperanza en el futuro de nuestro país, lo que sería muy difícil de lograr ante la magnitud de la herencia apocalíptica que dejará Cambiemos. La segunda es resultado de la incertidumbre: si bien los indicadores de inflación, pobreza y desempleo que provee el INDEC y caída abrupta de las reservas del Banco Central tienen estado público, resulta imposible avizorar cuál será el curso que tomarán el declive hasta el 10 de diciembre y, sobre todo, entre el día después de las elecciones generales y el traspaso del poder. Y, en este sentido, los pronósticos son decididamente sombríos.
Por esta razón, la obsesión de Alberto Fernández por estos días es, y seguirá siendo, la economía. ¿Cómo conseguirá poner fin a las políticas de ajuste y comenzar a corregir el terrible deterioro que se manifiesta en todos los niveles de la sociedad con las arcas vacías, un endeudamiento inédito con altísimos desembolsos exigibles en lo inmediato y por largos años, y con los mercados financieros cerrados?
Es por esta razón que Alberto Fernández tiene en claro que debe escuchar distintas opiniones para tratar de resolver este galimatías, y por ello consulta regularmente a su núcleo más cercano -Matías Kulfas, Cecilia Todesca, Emmanuel Álvarez Agis y Guillermo Nielsen-, pero también a Martín Redrado, Miguel Peirano, Axel Kicillof y Carlos Melconián. Sin embargo, a excepción de este último, cuya vocación de protagonismo le conduce a la sobreexposición permanente, el resto mantiene un silencio llamativo. Saben que una palabra de más puede producir un daño considerable al próximo gobierno, mucho antes de que asuma.
Tanto el diálogo con Melconián como el acercamiento con Héctor Magnetto no cayeron bien en el ultracristinismo. Sin embargo, no hubo críticas al respecto, a excepción de algunos actores inorgánicos o marginales. Todos tienen en claro que las controversias son “piantavotos” y que las disidencias, en caso de existir, deberán discutirse a partir del 28 de octubre.
Los interrogantes son muchos y no parece que su resolución pueda será inmediata. ¿Se llegará con reservas al 10 de diciembre, o el macrismo las liquidirá para entregar una bomba de tiempo en cuenta regresiva final? ¿Aceptarán los acreedores reprogramar las deudas, o sostendrán posiciones irreversibles? ¿Se sostendrá el agonizante sistema de precios o estallará definitivamente? Y, por último: ¿Aceptará el FMI su cuota de responsabilidad en la política de proveer de fondos de manera anti-estatutaria para sostener al gobierno de Mauricio Macri, a costas de la sociedad argentina y su futuro?
Aunque formalmente se niegue, el diálogo entre Fernández y Macri existe, y podrá ser blanqueado recién a partir del 28 de octubre. Una ruptura en este circuito precario terminaría de desmadrar la economía. La única manera posible de mantener la economía a flote, a pesar el impacto del iceberg, radica en la existencia de consensos mínimos entre el gobierno actual y su sucesor.
Por más que Mauricio Macri se esfuerce en tratar de convencer a la sociedad de que su reelección es posible, queda en claro que el objetivo consiste en evitar que la paliza electoral adquiera una dimensión mayor que la recibida en las PASO. En los días que vendrán después del 27 de octubre, el futuro de Juntos por el Cambio es impredecible. El pronóstico es reservado. Y muchos temen que el Pro, en caso de un resultado negativo en la CABA –aunque todavía improbable-, tenga un futuro similar al que experimentó, años atrás, la UCD.
El presidente Macri y varios de sus allegados temen, con razones justificadas, que su futuro pueda estar tras las rejas. Por lo pronto, Juliana Awada ya programó un viaje inmediato a Europa para encontrar una residencia familiar para después del 10 de diciembre. Algunos, en su entorno, hasta especulan que la mudanza podría tener lugar antes, sin medir el riesgo institucional que esta decisión podría entrañar.
En la resolución de los desafíos que le esperan a Alberto Fernandez hay cuatro áreas que serán clave, en las que, aunque no se mencionen, ya están ejerciendo sus carteras informalmente algunos actores muy próximos al futuro presidente. Una es el financiamiento externo, para lo cual resulta indispensable la tarea de los economistas con buena sintonía en el exterior, como el futuro canciller Felipe Solá. Otro de los sectores clave será el empresarial, y allí Sergio Massa y José Ignacio de Mendiguren trabajan a destajo. Santiago Cafiero, como próximo jefe de Gabinete, se ha convertido, desde hace tiempo, en un alter ego del candidato del Frente de Todos. Y, por último, la CGT y el Movimiento Evita juegan un papel clave en la articulación con el sindicalismo y los movimientos sociales.
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