Por Julio Blanck
El 9 de septiembre la política exterior del Gobierno alcanzó un éxito, cuando las Naciones Unidas aprobaron, por iniciativa de la Argentina y en el contexto de la pelea con la Justicia norteamericana y los fondos buitre, promover la creación de un marco jurídico multilateral para regular la reestructuración de deuda de los países y prevenir comportamientos especulativos. El proyecto cosechó 124 votos a favor, 11 en contra y 41 abstenciones.
Los votos en contra fueron, entre otros, de Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña y Japón. Ese rechazo de los países centrales, según explicó entonces nuestra diplomacia, no transformaría la decisión de la ONU en una simple cuestión declarativa. Igual, se admitía que habrá un largo proceso hasta que esto se discuta, se apruebe y entre en vigencia.
Sin embargo, otras fuentes diplomáticas advierten que podría tenerpoco efecto práctico porque se llegaría a un tipo de acuerdo que, por definición, sólo están obligados a cumplir los países firmantes. Los que votaron en contra, se supone, no firmarán y por lo tanto no estarán alcanzados por la obligación. Adviértase quiénes estuvieron en contra del proyecto y estímese cuáles podrían ser entonces los alcances efectivos de esta decisión en la ONU.
Igual, una victoria es una victoria.
Hasta este momento, las Naciones Unidas se habían negado a tratar temas financieros, remitiéndolos siempre a organismos como el Fondo Monetario o el Club de París.
Como complemento de ese logro, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU aprobó este viernes un proyecto presentado por el canciller Héctor Timerman que condena la acción de los fondos buitre.
Entre ambas votaciones, con la Presidenta como primera figura, sucedió la gira por Roma y Nueva York que ofreció fuertes contrastes, contuvo algunas escenas inexplicables y terminó dejando la impresión de que a veces el Gobierno actúa sin entender el mundo real en que se vive.
Una cosa es cuestionar el orden internacional y promover su cambio radical, propósito legitimo si se quiere, pero que la Presidenta y su diplomacia ni siquiera insinuaron. Pero otra cosa es actuar como si se ignorara qué lugar ocupa Argentina en la escena mundial, cuánto necesita el país del contexto internacional para mejorar su situación económica actual, quiénes son los grandes jugadores y cuáles son sus preocupaciones principales, y cuáles son las reglas a las que todos se someten para ordenar ese escenario tan complejo.
La gira presidencial tuvo su momento más feliz en el largo almuerzo que el papa Francisco ofreció a la Presidenta. Se ha dicho ya que Cristina se llevó de la residencia de Santa Marta un fuerte respaldo institucional y personal del Papa. Sería un error confundir esto con un apoyo a la gestión y las políticas del Gobierno. Pero esa pareció ser la interpretación de la Presidenta, habida cuenta de sus actos posteriores y los frentes de confrontación que abrió después en Nueva York.
Quizás haya supuesto que a todo la habilitaban la foto sonriente con el Santo Padre y hasta la teatral decisión de entregarle como obsequio una remera de La Cámpora, cuyos dirigentes integraron el núcleo principal de la comitiva.
Ella es la Presidenta, con todo lo que su rango implica. Los camporistas no representan a una institución sino que son la fuerza política en la que Cristina se apoya.
Son dos categorías diferentes. La foto con el Papa las igualó por un momento.
Viejos amigos peronistas de Jorge Bergoglio están desolados por los fastos ofrecidos a la Presidenta. Se trata, claro, de peronistas opositores. Bramaban, exagerando el enojo, que el Papa se había vuelto kirchnerista. Esa expresión a nadie podría contentar más que a la propia Cristina.
Otros buenos amigos de Francisco, peronistas y muy cercanos a la Iglesia, quitaban tinte dramático a esa visión conspirativa. Dijeron que la recepción a Cristina persiguió el único objetivo de transmitir la idea de que una transición serena y ordenada es el camino que precisa recorrer el país hacia el recambio presidencial, para el que faltan todavía 15 meses.
“Es tan sencillo como una carambola simple” , defendieron el gesto de Francisco.
En Roma se escucharon otros matices, otras reflexiones. Eso transmite un consultor argentino que se reunió con un laico y un obispo de extrema cercanía con el Papa, apenas 48 horas después del encuentro con Cristina. Allí, dice, escuchó una visión crítica sobre el tono y los gestos de la Presidenta y su comitiva. Lo vincularon con la reciente consagración pública de Máximo Kirchner y La Cámpora como guardianes exclusivos de Cristina, anunciando que ella no tendrá herederos políticos y buscará retener la conducción. En la visión de quienes están tan cerca del Papa, esta no parece ser una contribución a la transición serena que se pretende.
El visitante argentino, que fue convocado al Vaticano por sus interlocutores, también oyó cuestionamientos hacia dirigentes de la oposición y otros sectores de poder. En ninguno de ellos se vería, según las oficinas vaticanas, la actitud constructiva y la acción requerida para ayudar a un tránsito sin traumas hacia el recambio presidencial.
La cuestión es que, entonada por su reunión con el Papa,interpretando a su buen saber y entender las señales recibidas, Cristina aterrizó en Nueva York.
Se desfogó contra los fondos buitre y el juez Griesa ante una delegación gremial internacional que le arrimó su sindicalista preferido, el jefe del gremio de la construcción Gerardo Martínez. Alertó allí acerca de que los buitres “quieren poner de rodillas a un modelo exitoso”; y advirtió sobre el peligro extendido de la especulación financiera.
“Esto no es don´t cry for me Argentina; es don´t cry for me the world”, dijo. Hay muchas maneras de sentirse Evita. La ópera rock es una de ellas.
Tuvo una larga reunión con George Soros, águila de las finanzas internacionales a quien alguien después bautizó, no se sabe si en broma o en serio, como un “buitre bueno”. Definición complicada: no se conocen obras de beneficencia llevadas a cabo por esos bichos carroñeros.
Ese encuentro con Soros, que bien podría presentarse como unacontradicción del relato, encontraría sentido si finalmente el magnate húngaro-norteamericano termina comprando la deuda de los holdouts y luego concreta un arreglo amigable con el Gobierno, a cambio de recibir una bonita porción del yacimiento de Vaca Muerta. Soros ya es socio del Gobierno en el negocio petrolero: tiene invertidos 450 millones de dólares en YPF. Si aparece la plata y se apaga el incendio incipiente del default, el relato sabrá adecuarse.
Peores cosas se han justificado.
Con todo, el punto más alto de Cristina en Nueva York fueron sus discursos ante la Asamblea de las Naciones Unidas y luego en el Consejo de Seguridad.
Fue allí donde desplegó un combo sorpresivo, que fue desde calificar de“terroristas” a los fondos buitre a cuestionar el modo en que Estados Unidos y sus aliados combaten al terrorismo. Consideró “muy sospechosas” las decapitaciones perpetradas por el grupo Estado Islámico (ISIS) contra rehenes occidentales y dijo que esa organización contaba con “fondos casi cinematográficos”.
Rechazó las críticas recibidas por el inútil pacto con Irán que firmó su gobierno, involucrando en su diatriba a Estados Unidos, a Israel y a la comunidad judía argentina. Y mostró en contraposición que el canciller de Obama venía de reunirse con su par iraní. Lo había hecho para hablar de la lucha contra ISIS. Y quizás Cristina olvidó considerar que en Teherán un nuevo gobierno desplazó al fundamentalismo anterior.
Todo resulta un poco confuso porque, más allá de las palabras de la Presidenta, la Argentina junto a todos los miembros del Consejo de Seguridad votó la condena unánime al terrorismo de ISIS, y respaldó las acciones de guerra encabezadas por Obama para combatirlo.
El ex canciller Dante Caputo, que durante seis años condujo la política exterior en el regreso de la democracia y con la guerra de Malvinas demasiado cerca, deploró el “lenguaje tosco y primitivo con que se manejaron cuestiones de alta complejidad”. Y señaló que en las relaciones internacionales “la diferencia entre gobiernos es sutil y lo que permanece es la imagen y la postura de los países”. Dicho de otro modo: ésta también es una huella que va a perdurar más allá de diciembre de 2015.
Después de un primer silencio, hubo rispidez en la réplica norteamericana. La jefa para América latina del Departamento de Estado declaró que relación bilateral atraviesa un “período difícil”. Para entender lo que esto implica, considérese que en el alambicado lenguaje diplomático suele decirse que en una reunión hubo un“intercambio franco de los respectivos puntos de vista” para explicar que poco más se tiraron las sillas por la cabeza.
Todo esto sería más entendible si alguien pudiese explicar que, después de tales demostraciones, los argentinos tienen razones para creer que sus problemas estarán mañana mejor de lo que están hoy.
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