Cristina y Massa agotan su tiempo

Cristina y Massa agotan su tiempo

Por: Eduardo van der Kooy. La vicepresidenta observa que la realidad económica estraga la candidatura del ministro. No puede con la inflación. A casi un mes del cierre de listas no asoma una estrategia.

 

La pasada fue la primera semana en que quedó expuesta a cielo abierto la transformación del instrumento del poder después de la declinación de Alberto Fernández al sueño reeleccionista. Una fotografía del golpe blando amparado, sin caer en el derrumbe final, por una administración peronista. Aquello que no pudo resistir Fernando de la Rúa luego de la renuncia de Carlos Alvarez como vicepresidente. Por la voracidad opositora. Con una crisis económico-social objetiva que no era peor que la actual.

En la comparación de ese paisaje hay una diferencia clave: el gobierno de la Alianza quedó estrangulado cuando el Fondo Monetario Internacional (FMI) le clausuró su asistencia. La entidad financiera es ahora la que mantiene con vida al fracasado ensayo del Frente de Todos. En la distinta actitud existen razones múltiples. Una de ellas posee peso determinante: luego del préstamo de US$ 45 mil millones concedido a Mauricio Macri, la Argentina se convirtió en el mayor deudor mundial insolvente del FMI. No podría soltarle la mano sin desatar una catástrofe. Allí radica la fortaleza del Gobierno. Una ironía perversa dentro de la tragedia nacional señalaría que el kirchnerismo aún flota gracias a aquel enorme endeudamiento tomado por el ex presidente.

Los papeles en el poder han quedado, por el momento, así delineados. El Presidente cumple con las formalidades del cargo distanciado de gestiones y decisiones estratégicas. Sergio Massa pasó a desempeñar, de hecho, esa función focalizado en la economía. Con derivaciones políticas. Forma parte de un tándem inestable con Cristina. El mismo que supo integrar Alberto hasta agosto del 2022 cuando renunció su protegido, el ex ministro Martín Guzmán. La vicepresidenta supervisa todo. Ha vuelto a tomar la lapicera para el diseño electoral. Las PASO pensadas por el mandatario para definir un candidato siguen en veremos.

Aquel mecanismo, de todas formas, no funciona de manera lubricada. El viaje a Brasil para demandar asistencia del presidente Lula en el comercio bilateral lo expuso. Se conformó una delegación propicia para un gran acontecimiento. Estuvieron Alberto y Massa. El canciller Santiago Cafiero y el embajador en Brasilia, Daniel Scioli. También el jefe de Gabinete, Agustín Rossi. Amén de Julio Vitobello, el secretario de la Presidencia. Tres precandidatos, dos de los cuales (Scioli y Rossi) aspiran a competir en la PASO. Otro (Massa) que pretendería serlo sin competencia.

Nadie terminó de comprender muy bien semejante despliegue para una misión que tuvo un resultado magrísimo. Quizá no se terminó de mensurar que este tercer mandato de Lula en Brasil, por motivos políticos y de contexto, poco tiene que ver con los dos primeros que sirvieron para colocarlo en la vidriera internacional. Tal vez, se confundieron los vínculos personales con los intereses objetivos. Alberto cree demasiado en el valor de la relación personal que labró con el líder del PT. En especial, por su visita en julio del 2019 a la prisión donde Lula estaba detenido por una condena de corrupción, más tarde anulada por el Tribunal Supremo.

Los preparativos de Massa circularon por otro andarivel. Dos de sus hombres Leonardo Madcur y Lisandro Cleri, que supervisa a Miguel Pesce en el Banco Central, conversaron con el ministro de Hacienda, Fernando Haddad. De estrecha confianza de Lula. Pero en la nueva alianza que le permitió al titular del Planalto su tercer mandato influye mucho su vicepresidente, Geraldo Alckmin. Ligado al poder económico tradicional. Hombre que viene de la derecha y que gobernó San Pablo.

¿Qué persigue el Gobierno?. Un plan de salvataje para que la falta de dólares no paralice las importaciones y provoque un golpe fatal en el sistema productivo declinante. Dato: en lo que va de este año vendió a nuestro país por US$ 1.700 millones más de lo que compró. Esa brecha (línea de crédito) es la que pretendería cubrir el Gobierno mientras el FMI resuelve si adelanta los desembolsos para aliviar la asfixia. En el operativo juega un papel preponderante el Banco Nacional de Desarrollo, que timonea la ex presidenta destituida, Dilma Rousseff, amiga de Lula. Economía hizo una insinuación para un aporte que permita acelerar la construcción en Vaca Muerta.

Tal entramado, de todas formas, debe contar con la venia del Banco Central de Brasil. Esa institución está ahora regenteada por Roberto Campos Neto, designado en 2021 por Jair Bolsonaro con mandato hasta el 2024, en virtud de la nueva ley de independencia de la autoridad monetaria. Existen, a propósito, dos batallas simultáneas que entorpecen el avance de las negociaciones bilaterales. Lula viene sosteniendo críticas reiteradas contra Campos Neto. Lo acusa de manejar inadecuadamente las tasas de interés para controlar la inflación. La semana pasada fue allanado el domicilio particular de Bolsonaro y detenidas seis personas de su cercanía. Se investiga una red de corrupción y fraude en el Ministerio de Salud por certificados falsos emitidos durante la pandemia.

La complejidad del cuadro explica las dificultades de Lula para ser expeditivo. También esa despedida pública que detonó en Alberto una carcajada nerviosa. Fue cuando en la rueda de prensa conjunta el presidente brasileño aseguró que el mandatario argentino “volverá ahora a su país más tranquilo”. Pero sin plata. Lula, como compensación, se esforzó en remarcar el apoyo brasileño a la Argentina en las negociaciones con el FMI.

Nadie podría despreciar el gesto. Aunque el Gobierno viene consiguiendo, en ese aspecto, la solidaridad de Washington. Hablando del cambio de los tiempos históricos habría otro hito que observar: Estados Unidos y Europa han bajado la cotización política que supieron tener sobre Lula luego de sus declaraciones sobre un posible acuerdo de paz en Ucrania. Interpretado por unanimidad como una mano tendida a favor de Vladimir Putin.

Los contratiempos para Massa también abundan en casa. Sabe que el índice de inflación de abril, que se conocerá el viernes, será otro impacto en la línea de flotación de su candidatura. La esperanza de disminuirlo en mayo se evaporó después de la última corrida del dólar. Sumados a los aumentos de tarifas, transportes y naftas pautados. El ministro no para de buscar apoyos políticos públicos. Esa necesidad no mide consecuencias. Hizo que Marco Lavagna, el titular del Indec, metiera sus pies en el lodo. Anunció que se postergaría del viernes al lunes 15 la divulgación del índice inflacionario. El próximo domingo hay cinco elecciones en provincias que regentea el peronismo. San Juan, Tucumán, Salta, La Pampa y Tierra del Fuego. El escándalo que armó la oposición forzó la marcha atrás.

El error desnudaría varias cosas. El irrealismo de un ministro que supone que el ocultamiento por 48 horas de la inflación podría modificar resultados en provincias que, a priori, el oficialismo peronista está en aptitud de retener. También el convencimiento de que en la carrera política vale todo. ¿Alguien supone que es una casualidad que la empresa Syngenta haya sido denunciada por la Aduana por corrupción? Ese organismo es dirigido por Guillermo Michel, colocado por Massa. Syngenta fue dirigida 12 años por Antonio Aracre, el ex asesor de Alberto, eyectado en una de las últimas corridas, acusado por el ministro de haberlo pretendido desestabilizar. Tampoco podría pasarse por alto que se trata de una empresa ligada al sector agropecuario. Hay cosas, incluso, más delicadas. Periodistas que deben emigrar de sus empresas acechados por presiones del Palacio de Hacienda.

Las dificultades de Massa constituyen un trastorno para el armado electoral de Cristina y La Cámpora. Suponen (suponían) que su postulación podía significar un ordenador del oficialismo. Quizás su debilidad, el tiempo que se agota y la desesperación fueron las razones de un rumor kirchnerista intenso sobre la postulación de la vicepresidenta. ¿A qué?. Misterio. Una PASO con Scioli, Rossi, Eduardo De Pedro, Juan Grabois, Claudio Lozano y hasta Juan Manzur no parece excitar a nadie en el oficialismo.

La oferta extremadamente módica y la realidad desquiciada son la que han instalado en el kirchnerismo un temor electoral del cual se reían. La posibilidad de tener que pelear para colar en el balotaje. Miedo de quedar afuera. Ese estado explica también el giro de Cristina de los últimos días de confrontar con Javier Milei. Quizá, porque en Juntos por el Cambio no está Macri. Horacio Rodríguez Larreta o Patricia Bullrich no calzan del mismo modo en cualquier posible desafío.

Otra limitación sería el estado dispersivo de la coalición opositora. Situación desencadenada, sobre todo, por la pugna de las candidaturas en el PRO. En la Ciudad y en Buenos Aires. La salida de María Eugenia Vidal despejó algo el horizonte. El paso adelante de Carolina Losada en Santa Fe por la gobernación muestra a un radicalismo más cuerdo.

En uno y otro campamento la preocupación es Milei. Se trata, según los encuestadores, de un fenómeno aún desarticulado. Es un hombre que progresa solitario, sin sistema. Detalle: crece en provincias como Mendoza, San Juan y Catamarca espoleando la idea de potenciar sin obstáculos la explotación minera.

Como contraste, exhibe dificultades para los armados electorales en el interior. No le fue bien en los comicios de Neuquén y Río Negro. Desistió de candidatos en Santa Fe y Córdoba. Piensa sostener la lucha en la Ciudad y Buenos Aires. ¿Podrá ungir al abogado Fernando Burlando, en el principal distrito?

Puede que Milei termine siendo la gran sorpresa electoral. Antes le aguarda un recorrido seguramente muy escarpado.

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