Alberto habló con su vice, pero la tensión continúa. Qué dicen los intelectuales K. El antecedente con el que Lilita puso en alerta a Juntos por el Cambio.
Alberto Fernández y Cristina Kirchner conversaron sobre los desencuentros que volvieron a agitar las aguas de la coalición oficialista esta semana, acaso la de mayor tensión en el juego de poder que marca el ritmo de la gestión desde el 10 de diciembre. ¿Qué se dijeron? Solo ellos lo saben con exactitud. El Presidente toma cuidados para que el contenido de las charlas con su vice nunca trasciendan o que trasciendan matizados y sin dramatismo. Un ejemplo podría bastar para explicar qué tipo de relación mantienen. Testigos de los movimientos más íntimos del primer mandatario cuentan que, si en el medio de una reunión, recibe un llamado de Angela Merkel o Emmanuel Macron -los ejemplos son literales-, atiende y habla delante de quien sea como si nada pasara; si llama Cristina, Alberto se aparta para conversar con ella a solas.
El fuego amigo que recibió la figura presidencial en los últimos siete días no alteró, en público, su ánimo. Las cartas parecen echadas. Las principales figuras del Gabinete, aun las más albertistas, admiten que tendrán que convivir con los corcoveos durante los tres años y medio que restan de administración. Un suplicio que muchos advertían -y, por lo que se empieza a ver, el menos traumático- por la transmisión de votos que hizo la ex presidenta. El gran temor es que los chispazos deriven en algún momento en una crisis institucional. Alberto lo sabe y busca administrar aquel fuego. Si se exalta lo hace puertas para adentro. Lo hace, en verdad: los chats entre ellos, si pudieran verse, serían una muestra.
La mayoría de las veces el jefe de Estado parece ceder. En los últimos siete días tuvo tres gestos hacia el cristinismo duro. Primero: el llamado y la carta para intentar contener a Hebe de Bonafini (¿será verdad que la titular de Madres le pidió disculpas por decir que el país se va a pique?), pese a que su visión sobre la pospandemia fue más cruda que la de cualquier opositor. Segundo: su abrupto giro sobre la firma del Memorándum de Entendimiento con Irán (por el cual Cristina está procesada y a quien él había criticado como pocos en ese tema). En tercer lugar: el llamado al periodista Víctor Hugo Morales para explicar al aire que Argentina no cambió su posición sobre Venezuela; esto es, que el país seguirá condenando, pero solo parcialmente, los enormes atropellos a los derechos humanos de Nicolás Maduro.
El relato también sucumbe cuando el día a día se contamina de cruces internos. La unidad en la diversidad, el proclamado eslogan oficialista para justificar alianzas que van del Partido Comunista a la derecha peronista que gobierna varias provincias, entra en crisis. Esa crisis motivó que el ministro de Defensa, Agustín Rossi, de incuestionable lealtad a Cristina, escribiera un tuit para instar a la dirigencia a "bancar" al Presidente. Pasaron apenas siete meses del cambio de gobierno. No pareció el mensaje más clarividente para ahuyentar fantasmas.
En el equipo de asesores intelectuales también hubo dolores de cabeza. Se supone que ese grupo fue compuesto, entre otras razones, para generar ideas y para colaborar con el discurso presidencial. Para darle vida a un nuevo relato, sostienen algunos. Está integrado por la socióloga Dora Barrancos, el filósofo Ricardo Forster, el antropólogo Alejandro Grimson, la politóloga Cecilia Nicolini y por el diputado porteño Leandro Santoro, los cinco supervisados por el jefe de asesores, Juan Manuel Olmos, y por su vicejefe, Julián Leunda. Este cronista habló con cuatro de ellos en los últimos días.
La mayoría reconoce la tensión, aunque remarca que hay "una espectacularidad mediática" premeditada, según los intelectuales, para condicionar el rumbo del Gobierno. Para varios de ellos, Cristina aporta al debate y no es ella la que hace daño sino los que creen que un tuit suyo habilita a los más ideologizados a intervenir en la escena pública sin reparar en la gravedad de la crisis. Separan a esa dirigencia de Hebe, a quien juzgan intocable: "Una voz moral con un derecho ganado que el resto de los mortales no tiene", al decir de uno de los miembros del consejo asesor.
Eso mismo piensa Horacio González, el ex director de la Bibioteca Nacional en los mandatos del matrimonio Kirchner, y otra de las voces escuchadas por quienes animaron en su momento Carta Abierta. González reconoce que en la conducción del país se está dando "una situación inédita en la historia argentina". La argumenta así: "Alberto es un presidente cabal e indiscutible, pero tiene una vicepresidenta que representa varios papeles y que poseía un don antes de las elecciones. Ese don, ese talismán que ella decidió entregarle a Fernández para que ganara hizo presuponer que el Presidente iba a quedar disminuido. Hoy Cristina ocupa un lugar de subordinada, pero fue la que creó la situación. He ahí la complejidad. Aunque, por otra parte, ¿dónde se ha visto que no pueda haber discusiones en un gobierno? Cristina incide, a tal punto de que muchos dicen 'es mi jefa'. El carisma de Alberto es la cautela, tiene enojos muy meditados, hace como que no se da cuenta. El carisma de Cristina es lo inesperado y la acción directa".
Acosado por un sector de su propio gobierno y en la misma semana en la que pidió perdón por la iniciativa de expropiar Vicentin, Alberto le extendió los brazos a la oposición. Con la ayuda de Sergio Massa, que intenta siempre tironear hacia el centro a Fernández ("sin dudas en Venezuela hay una dictadura", se diferenció el tigrense), logró sentarse de modo virtual con varios de los principales senadores y diputados, a los que considera clave para el paquete de leyes que está por mandar al Congreso y para otras iniciativas que tiene en estudio.
La convocatoria generó un ruido importante en Juntos por el Cambio. Primero, la agrupación dijo que se negaba a asistir porque "no estaban dadas las condiciones" y luego pidió trato preferencial. Alberto se lo concedió y abrió una grieta en la alianza que integran el PRO, la UCR y la Coalición Cívica. Elisa Carrió, enterada de la movida, instó a sus legisladores a dejar la silla vacía. Mensaje ineludible para quienes hasta hace poco celebraban su renuncia a la banca.
Carrió lleva 120 días sin salir de su cuarto, temerosa de que el coronavirus agrave sin retorno su estado de salud. Ni siquiera sale a caminar. Observa el paisaje verde desde un amplio ventanal, en su nueva casa de Exaltación de la Cruz. Mira documentales sobre el pueblo judío y analiza el origen de los apellidos. Pero no se retira de la política. "La oposición no puede ir hacia la boca del león. El kirchnerismo siempre fue igual y quiere destruir a los que nos oponemos. No hay diferencias entre Alberto y Cristina. Nos quieren llevar puestos", explicó en la intimidad.
Varios dirigentes de peso de Juntos por el Cambio la llamaron para ver por qué la Coalición había dado el portazo. Ella les respondió que el kirchnerismo hace estas maniobras cuando se siente débil y les recordó un antecedente: 2009.
Ese año, después de la victoria que, en sociedad con Mauricio Macri y Felipe Solá, Francisco de Narváez obtuvo frente a Néstor Kirchner, el Gobierno convocó a las fuerzas anti-K Fueron todas menos la Coalición Cívica. El kirchnerismo consiguió entonces avales para avanzar sobre dos proyectos que meses después serían leyes: la Ley de Medios y la reforma política. Carrió cree que la historia, como una gran tragedia o como una miserable farsa, podría repetirse.
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