El Presidente quiere evitar internas en un momento delicado. Las encuestas que llegaron a la Casa Rosada y los desencuentros por tarifas.
En las últimas semanas, tres encuestadores cercanos a la Casa Rosada le hicieron llegar al Presidente sus trabajos de opinión pública. Todos, incluso el más reciente, registran que Alberto Fernández mantiene la expectativa con la que inició su mandato. La luna de miel que suelen tener los nuevos gobiernos con sus sociedades en los primeros meses no se ha alterado, aunque los estudiosos del humor social moderno advierten que esos períodos -no solo en la Argentina- son cada vez más exigentes y volátiles. En pocas palabras: la mayoría sigue creyendo hoy que en un año su situación económica va a estar mejor. No es poco. Tampoco es demasiado.
Uno de esos consultores adictos a los sondeos que mandó sus números a Balcarce 50 se quedó charlando días atrás con un funcionario de primera línea sobre los riesgos que podría implicar que los resultados de la gestión no empezaran a verse o que la clase media tomara nota de que no sería fácilmente cumplible aquella promesa de campaña de “ponerle plata en el bolsillo a la gente” o que se frustrara la negociación con el FMI y los tenedores de bonos. El funcionario, que consume encuestas desde cuando trabajaba para Néstor Kirchner, hizo un freno brusco en la conversación, y dijo: "¿Sabés qué pasa? A este Gobierno le está faltando construir una épica”.
El consultor venía de hacer un focus group en Córdoba, la provincia más adversa para el kirchnerismo y la más afín a Mauricio Macri. Le respondió citando esos elementos que acababa de procesar: “La épica que la gente espera de Alberto es que se imponga a Cristina. Aún en los lugares donde al kirchnerismo le va mal todos prefieren que gane él y pierda ella”.
Por alguna razón que acaso no habría que buscar solamente en las enciclopedias de arte político, el primer mandatario necesita todas las semana ratificar su vínculo con su socia. Lo hace ante el mínimo trascendido periodístico de que existe ruido en la línea. La semana pasada dijo que eran "muy atinadas" sus palabras contra el Fondo Monetario Internacional. En ésta fue todavía más allá: "Tengo la tranquilidad de tener a Cristina de mi lado". Es un hecho inédito que un jefe de Estado haga estos gestos hacia su vice.
Testigos de sus charla por teléfono aseguran que la relación está en un muy buen momento y que analizan la coyuntura juntos y en forma permanente, aunque revelan que los temas más espinosos los hablan cara a cara o en última instancia por Telegram. Los que quieren a ambos fomentaron la celebración del cumpleaños 67 de Cristina y distribuyeron un video en el que se los ve en plena jarana. Dicen que Cristina no quería hacer ninguna celebración y que la convencieron cuando llegó de Cuba. Al final ella hizo la lista de invitados y pidió compartir la mesa principal con Alberto y su pareja, Fabiola Yáñez.
Aquel fue el segundo encuentro social en 72 horas. Había habido otro del que no se habló y del que tampoco hubo fotos. El domingo pasado Máximo Kirchner cumplió 43 años. Lo celebró en Mercedes. Cristina fue con su nieta Helena. Estaban la cúpula de La Cámpora y unos amigos íntimos del diputado. Algunos se sorprendieron al ver llegar a Alberto, de la mano de la primera dama.
"Hay perros rabiosos de los dos lados, gente que los quiere dividir, eso no lo podemos negar, pero la triangulación Alberto-Cristina-Máximo está perfecta", dicen cerca de Máximo. Con Axel Kicillof, que también estuvo invitado al festejo (no así Sergio Massa), es distinto. La comunicación entre el gobernador y el diputado tiene interferencias cada tanto. Así como Alberto se cuida de preservar el vínculo con madre e hijo, Axel opta por hablar directamente con la vicepresidenta.
La noche anterior al cumpleaños de Máximo, el Presidente había cenado en la residencia de Olivos con su grupo de amigos. Estaban, entre otros, Alberto Iribarne, Jorge Argüello, Julio Vitobello, Guillermo Olivieri y Eduardo Valdés. Ante ese círculo, Alberto adelantó varias cosas que después pasaron. Su decisión, por ejemplo, de que el régimen de jubilaciones de privilegio de jueces y funcionarios judiciales se impulsara sin cambios. Lo planteó de una manera muy efusiva, quizá hasta se le escapó algún insulto.
También planteó ese día en Olivos que no se podía tolerar el elevado nivel de las tasas de refinanciación de las tarjetas de crédito. “Miguel se puso blanco”, contó uno de los asistentes. Miguel es Miguel Ángel Pesce, el presidente del Banco Central, el primero en intuir que Fernández iba a hacer público su pedido, como efectivamente ocurrió.
La renegociación de la deuda, sin embargo, sigue al tope de la agenda. “Si hay acuerdo vamos a empezar a respirar”, repiten en los pasillos de la Casa Rosada. El respaldo del FMI frente a los bonistas se tomó como una victoria. Una victoria pequeña y parcial, en rigor.
Según varios analistas, Argentina está buscando hacer “un dos contra uno”. El FMI y el Gobierno versus los bonistas. En ese amplísimo tejido que contemplan bonos por unos 100 mil millones de dólares hay de todo. Los que no quieren saber nada o dicen que no pueden aceptar una quita, los que ya decidieron aceptar y los que tienen un hastío tan grande con el país que preferirían hacer un trato para ya no regresar a estas tierras. En cualquier caso, en la administración albertista insisten con que hay Plan A y Plan B, nunca un C. Es decir, renegociación o default. No existe una negociación intermedia.
El 31 de marzo sigue siendo la fecha codiciada por Martín Guzmán, el ministro de Economía, para anunciar un acuerdo. Guzmán se volvió a reunir ayer con Kristalina Georgieva, la directora del Fondo, en Araba. Los nexos oficiales y extraoficiales con el Vaticano apuntan que Francisco cumplió un rol preponderante en ese acercamiento. Que ya desde aquella visita a Roma el Gobierno sabía que el FMI sacaría un comunicado instando a los bonistas a pensar que la deuda “no es sostenible” y a que consideren una “contribución apreciable” para el país.
Antes de sacar el comunicado, en el Fondo esperaron el anuncio de aumento para los jubilados. La administración albertista se niega a llamarlo ajuste, pese a que las cifras son evidentes, salvo para los jubilados que cobran la mínima. Los más consustanciados con el proyecto de gobierno hablan de redistribución. Pero el ajuste genera roces no solo con quienes perciben haberes por más de 16.195 pesos, que cobrarán menos que con la fórmula de movilidad derogada. Hay sectores del propio abanico oficialista que cuestionan la pérdida de ingresos de una buena porción de los jubilados. Juan Grabois, en nombre de varios movimientos sociales, habló con Alejandro Vanoli, el jefe de la ANSeS, para pedirle un plan de subsidios a los que ganan entre 20 y 40 mil pesos, e incluso hasta 60. Vanoli le contestó que iban a estudiar la idea. "Por lo menos para los que alquilan", dijo Grabois.
En el medio de la discusión por los ajustes en la economía volvió a colarse el atraso de las tarifas de servicios públicos. Santiago Cafiero, el jefe de Gabinete, anticipó en una entrevista que habría aumentos de luz y gas. Y Mario Meoni, el ministro de Transporte, habló de subas en los colectivos. Alberto se enojó en privado y transmitió que nadie había hablado de ese tema con él. “Estaba furioso”, dicen en su entorno. ¿Será tan así? Si lo fuera, no sería la mejor señal.
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