Por Eduardo van der Kooy
La insistencia con que Cristina Fernández pretende reflejarse en el espejo de Brasil resulta un síntoma consciente de su poder menguante. El papel de víctima de una persecución judicial empalidece entre la mirada de los argentinos. Alcanza para verificarlo con dos fotografías: aquella de abril cuando un mitin nutrido la acompañó en Comodoro Py al declarar ante el juez Claudio Bonadio por la causa del dólar a futuro; otra, de hace apenas dos semanas en Plaza de Mayo donde sólo un racimo de militantes realizó la marcha de la resistencia contra Mauricio Macri bajo el lema de “Cristina conducción”.
Aquel declive induce a la ex presidenta a forzar asociaciones con la crisis en Brasil, que acaba de derivar en la destitución de Dilma Rousseff del Planalto. También la lleva a imaginar a la región bajo el supuesto peligro de una conjura internacional. Sostuvo, a propósito, que “América Latina es un laboratorio de la extrema derecha”. Comparó su complicada situación judicial aquí con los motivos que provocaron la caída de la ex mandataria brasileña. Otro intento de construcción de un relato falaz.
No se avizora en la región ningún giro concertado a la derecha. En todo caso, parece insinuarse un retroceso de algunos gobiernos que se establecieron por más de una década en el poder. En Uruguay sigue gobernando el Frente Amplio con el segundo período alternado de Tabaré Vázquez. Tanto no se atisba allí una renovación de los partidos clásicos (el Colorado y el Blanco), que el ex presidente Julio María Sanguinetti anda con ganas de volver al ruedo. En Chile, el Palacio de la Moneda continúa en manos de la Concertación encabezada por Michelle Bachelet. Transita un ciclo de bajísima popularidad empujada por una desconfianza social con la política originada en casos de corrupción que, cotejados con los que sacuden Brasil o la Argentina, asemejan casi a simples picardías. En la nación trasandina, la derecha repite hasta ahora como oferta para noviembre del 2017 al ex presidente Sebastián Piñera. El oficialismo debate entre continuidad y renovación. En el primer caso asoma el socialista Ricardo Lagos, que terminó su mandato en el 2006 con índices de popularidad difíciles de ser empardados.
En Perú, asumió hace menos de dos meses el veterano liberal Pedro Kuczynski. Venció en la segunda vuelta a Keiko Fujimori, una de las hijas de Alberto, el ex mandatario que produjo en los 90 un autogolpe y permanece preso, condenado por crímenes. ¿Cuál sería, en ese caso, la sombra amenazante de la derecha a la que alude Cristina.
Evo Morales perdió ajustadamente en febrero el plebiscito con el cual aspiraba a eternizarse. Su situación económico-social estaría ahora comprometida por conflictos internos y la baja en los precios internacionales de la minería. Pero no hay huellas aún del surgimiento de una oposición sólida, de signo ideológico distinto, para los comicios del 2019. En Ecuador se votará en febrero que viene y tampoco hay señales de que pueda virar el proceso que inició hace una década Rafael Correa. La demostración palmaria sobre la inexistencia de los fantasmas que agita Cristina se ven en Venezuela: Nicolás Maduro retiene el poder en alianza con las Fuerzas Armadas en un país caotizado donde la oposición se muestra impotente, pese a sus multitudinarias manifestaciones callejeras, para forzar un referéndum revocatorio y convertirse en alternativa.
Tampoco Cristina podría asimilarse en ningún punto con el caso Dilma. La ex presidenta fue derrotada el año pasado en las urnas. Por impericia y soberbia dejó correr la candidatura de Daniel Scioli. El ex gobernador perdió en el balotaje con Mauricio Macri. Así de simple. Rousseff, en cambio, ganó la segunda vuelta en el 2014 contra Aecio Neves. Pero fue separada de su cargo la semana pasada luego de un juicio político acusada de falsear la contabilidad fiscal. No hubo en dicho trámite ningún cargo contra ella sobre corrupción, aunque el deterioro de su gobierno arrancó no bien comenzó a develarse el escándalo de Petrobras, la petrolera estatal. Un conducto de dinero negro ingeniado por el PT para financiar a todo el sistema político. Incluso a demasiados de los que promovieron el desplazamiento de Dilma.
Hay sospechas de que la ex mandataria de Brasil protegió esa maquinaria. Pero no existe todavía ninguna evidencia de que la haya usufructuado en beneficio personal. Todo lo contrario de aquello que aconteció en la época kirchnerista. El circuito de lavado de dinero inventado en torno a la obra pública, con Lázaro Báez y Cristóbal López como principales arietes, desembocó en el enriquecimiento de la familia Kirchner y sus socios. Al menos tres de las cuatro causas por corrupción en las que está complicada Cristina ( la ruta del dinero K, Hotesur y Los Sauces) exhiben una matriz similar. En las restantes tampoco recibe buenas noticias. La Cámara de Casación confirmó a los jueces de la Sala II de la Cámara Federal en la causa por la venta de dólares a futuro. Son los mismos que denegaron la recusación de la ex presidenta contra Bonadio. Este magistrado está evaluando además la reapertura de la denuncia del fiscal muerto, Alberto Nisman, contra la ex presidenta por encubrimiento terrorista a raíz de la firma del Memorándum de Entendimiento con Irán por al atentado en la AMIA. Es con motivo de una apelación del fiscal Germán Moldes, que propone acusarla de “traición a la patria”.
Tan poco cala la invocación al presunto golpismo de la derecha que derrama Cristina, que el peronismo ha resuelto tomar su propio rumbo pensando en las legislativas del año que viene. La mayoría de los gobernadores se han puesto de acuerdo en una cosa: no podrán servir de paraguas para ninguna hipotética candidatura de la ex presidenta. Tampoco de ningún apellido Kirchner. Los peronistas saben que las elecciones de medio término suelen marcar la tendencia –la excepción sucedió en el 2009– para las presidenciales siguientes. Sobre todo por los resultados de Buenos Aires. Allí está instalado desde el 2013 el Frente Renovador. Cualquier ensayo de un acercamiento con Sergio Massa debe contar con la ausencia kirchnerista. Sobre todo, si junto al diputado se termina estacionando Margarita Stolbizer. Esa constituye una exigencia innegociable de la mujer.
La destitución de Dilma tampoco representa un asunto fácil de administrar para Macri. Lo ayuda en algo la victimización que exagera Cristina. Pero Brasil significa un engranaje político y económico crucial para la Argentina. Si el vecino gigante no se normaliza rápido, la recuperación de la economía de nuestro país podría quedar entre paréntesis. Y el macrismo desamparado. El Gobierno se manejó con cautela mientras se desarrolló el enjuiciamiento a la mandataria destituida. Aunque quedó claro que en ningún momento evitó a Michel Temer, ahora a cargo del Ejecutivo brasileño. El reconocimiento formal llegó cuando se cumplieron los requisitos constitucionales.
Ese marco constituye, sin embargo, la cáscara del conflicto. Habrá que observar cómo se acomoda Brasil después de su segundo sismo político desde la recuperación democrática. El anterior ocurrió en 1992 cuando Fernando Collor de Mello fue enjuiciado y cesado por corrupción. Nunca esas experiencias resultan saludables aunque estén envueltas de legalidad. Hace pocos días el ex canciller de Lula y ministro de Dilma, Celso Amorín, deslizó una reflexión: “Aquel juicio político terminó amalgamando a Brasil. Este juicio corre riesgo de dejar divisiones insalvables”.
El augurio quizás tenga relación con los argumentos blandidos para sentenciar a Dilma. Si fuera sólo por la falsificación de las estadísticas fiscales poquitos presidentes en la región –y quizás en el mundo– quedarían de pie. Las verdaderas razones subyacentes podrían acicatear esa inestabilidad. La crisis económica se combinó con la devastación que la corrupción ha hecho del sistema político brasileño. Ambas cosas abrieron una grieta enorme en la coalición oficialista que regenteó el PT. A Rousseff y a Lula todo se le tornó inmanejable.
Ni Macri ni Susana Malcorra, la canciller, dijeron una palabra pública sobre el desenlace. Un comunicado de la Cancillería apenas manifestó su respeto al “proceso institucional” y la esperanza renovada de “continuar trabajando con el Gobierno de Brasil”. Idéntica prudencia obtuvo el Presidente en la Cámara de Diputados. Allí se votó una declaración de “respeto a los principios democráticos” , con respaldo de Cambiemos y el Frente Renovador, que gambeteó la alusión al “golpe parlamentario” que propuso el kirchnerismo.
Macri debe observar qué hace y cómo lo hace Temer. El ex vice de Dilma gobernará con una alianza multipartidaria y tendrá que ampliar en la sociedad la legitimidad que le impuso el Congreso. No están previstas elecciones anticipadas. Pero esa posibilidad boya en la superficie. Todos los candidatos estarán habilitados para competir. Incluso Lula y la destituida Dilma. Una negociación del PMDB, de Fernando Henrique Cardoso, con el PT permitió dejar abierta esa puerta. El macrismo deberá moverse con cuidado.
Tal cualidad se le reconoce a Malcorra. La canciller puja por la secretaria general de la ONU, que en los votos se aleja. Sucede que la mujer, gane o pierda la batalla en Nueva York, pensaría a fin de año alejarse del Gobierno. Esa vacante dispara ahora mismo tensiones en Cambiemos.
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