Por Gustavo González
Cristina Kirchner inició su campaña presidencial para no ser candidata a Presidenta.
El viernes, en el acto de La Plata, se puso en marcha el operativo clamor. El objetivo no es que ella termine compitiendo para ser la próxima jefa de Estado. El objetivo es volver a convertirla en la máxima electora dentro del peronismo y, eventualmente, que esa campaña resulte funcional a una candidatura parlamentaria por la provincia de Buenos Aires.
Operativo clamor 2018. Algo similar pasó en 2018, un año antes de los comicios generales. En aquel momento, el operativo clamor dejaba abierta la posibilidad de que esa movida electoral lograra atenuar su imagen negativa y que eso la convenciera de arriesgarse a encabezar una fórmula presidencial.
Ese operativo era planteado por gobernadores como Alperovich (“no hay otra alternativa que sea ella”), sindicalistas como Hugo Moyano (“será la candidata del peronismo”) o el propio Alberto Fernández (“que ella no compita es como si el Barcelona no pusiera a Messi”).
Su objetivo no es terminar compitiendo para ser Presidenta. Su objetivo es volver a ser la máxima...
A mediados de aquel 2018, uno de los periodistas más cercanos a ese sector, Horacio Verbitsky, informó que el papa Francisco le había pedido a CFK que se presentara para suceder a Mauricio Macri y que ella le había respondido que lo haría. Y en diciembre, el ex intendente de La Matanza, Fernando Espinoza, dio por hecho que eso sería lo que iba a ocurrir.
Hasta Maradona se sumó al operativo diciendo que, si ella se presentaba, él sería su candidato a vice.
Después pasó lo que ya se sabe. Las encuestas siguieron mostrando un porcentaje irreductible de su imagen negativa y ella entendió que la única forma de regresar al poder era detrás de un candidato que se mostrara moderado. Estaba en lo cierto.
...electora en el oficialismo, en una campaña funcional a su candidatura bonaerense
Este viernes, inauguró el nuevo operativo clamor permitiendo que el coro de “Cristina Presidenta” se repitiera durante todo el acto y dejando abierta, de modo explícito, esa posibilidad (“Todo en su medida y armoniosamente”).
Lo que cambió entre 2018 y 2022 es que hoy ya parece imposible vencer el rechazo que siente hacia ella un importante sector de la población. Ya era muy difícil entonces, pero al menos estaba la “esperanza” de que los malos resultados de la gestión Macri pudieran generar el milagro.
Clamor y realidad. Ahora, el desgaste de gestión lo tiene su propio gobierno. Si su imagen negativa la llevó en 2019 a no encabezar la fórmula, ¿qué cambió en estos años para conseguir una mejor consideración hacia ella?
Aun con un éxito del plan Massa contra la inflación y cerrando los cuatro años de Alberto Fernández con un crecimiento acumulado cercano al 7% (si este año el PBI ronda el 5% y el año próximo el 2%), la chance de que la vicepresidenta pueda usufructuarlo electoralmente es casi nula. En principio, debido a su propio esfuerzo por separarse de este gobierno: su flamante eslógan “Cambiamos la Argentina y lo podemos volver a hacer”, explicita que los únicos gobiernos que reivindica son los de ella y su esposo.
Y si la inflación no descendiera, entonces no habrá futuro electoral inmediato para el Presidente ni su ministro de Economía, ni para ella ni para nadie que haya sido protagonista del FdT.
La opción de presentar, a pesar de todo, su candidatura presidencial la expondría a una derrota que no pasaría el filtro de su sentido crítico. No sólo significaría mostrarse en desgracia frente a los sectores que la quieren presa, sino ante un peronismo que probablemente le suelte la mano, como lo hizo con Carlos Menem cuando perdió el poder y la Justicia lo llevó a prisión.
Pero incluso si los planetas se alinearan de forma tal que ella contemplara ganar la competencia presidencial, sabe –como supo en 2019– que se enfrentaría a una gobernabilidad imposible.
Acuerdo Cristina, Macri, Milei
Las repercusiones de sus palabras del viernes lo volvieron a evidenciar.
Lo que dice, y cómo lo dice, genera un rechazo casi irracional en una porción de la sociedad y en los comunicadores que la representan. Así como sus opiniones y comparaciones históricas son tomadas como verdades indiscutibles para quienes la ama; quienes la rechazan piensan que todo lo que dice es mentira, aunque sus fuentes sean fidedignas.
La teoría de la gobernabilidad imposible fue expuesta por ella en 2019 cuando le explicó a su círculo íntimo y a Alberto Fernández su decisión de investirlo candidato. Es difícil creer que, cuatro años después, llegue a imaginar que algo cambió en el ánimo social.
Por eso, el real objetivo de su nueva campaña presidencial no es llegar a la Presidencia, sino demostrar que cuenta con una mayoría intensa dentro de la coalición. Suficiente para intentar imponer a un nuevo candidato presidencial y ser ella misma quien encabece una lista de senadores o diputados bonaerenses, con acceso seguro al Congreso.
Operativo Macri. A él le pasa lo mismo. También Macri lanzó su propia candidatura presidencial fantasma que cumple con las formas de no ser anunciada oficialmente para, al igual que Cristina, no sufrir luego el desgaste de tener que bajarla.
En su caso, la táctica es aparecer como el líder del espacio opositor. Alguien que, como ex presidente, tiene la entidad suficiente para alentar otras candidaturas, mediar entre los conflictos de sus supuestos subordinados y bajar línea política. Sin dejar de alentar su propia postulación.
La casta y la antipolítica
En público no la niega y en privado la sostiene, por lo menos frente a algunos de sus interlocutores. Sigue haciendo campaña por el país con la excusa de su nuevo libro Para qué, que pretende ser una plataforma de lanzamiento a partir de una auto-rreivindicación de su paso por Boca, la Jefatura de la Ciudad de Buenos Aires y la Casa Rosada.
Si continuara la misma lógica de su espejo invertido, entendería que su alta imagen negativa le impediría volver a presentarse. Porque su figura produce un rechazo que, en muchos sectores sociales y sus comunicadores, también es más visceral que racional.
La vicepresidenta tiene el problema de que éste es su gobierno, aunque no le guste. Macri tiene otro problema, tanto o más grave: es él quien viene de presidir una administración que podrá exhibir resultados positivos en otras áreas, pero dejó más pobreza, desocupación e inflación de la que recibió. Y produjo la mayor caída del Producto Bruto desde la recuperación democrática, después del gobierno de De la Rúa.
Candidatos fantasmas. Así como Alberto Fernández y Sergio Massa entienden el juego electoral de Cristina, también Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich están convencidos de que Macri al final no competirá en 2023. En ambos casos, porque dan por seguro que los dos ex presidentes saben que perderían en una elección general.
Aunque también es cierto que las personas no siempre hacen lo que les conviene.
Mientras tanto, las candidaturas fantasmas de ambos los vuelven a ubicar en el centro político y mediático del país. Y pese a la indignación que eso genera en los respectivos lados de la grieta, es una táctica que está logrando su objetivo.
Quienes aspiren a sucederlos tienen el desafío de demostrar que ambas candidaturas son un juego de ilusión política.
Para convencer a la sociedad de que tanto Cristina como Macri son parte del pasado que pudimos conseguir.
Para convencerlos a ambos de que lo mejor que les puede pasar es que el próximo presidente sea alguien que consiga tranquilizarnos a todos.
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