Por: Joaquín Morales Solá. La fórmula que encabeza el ministro de Economía junto a Agustín Rossi no representa ni las ideas ni el discurso de la vicepresidenta; el peronismo dejó de preocuparse por el bolsillo de la gente común porque se convirtió en una organización política lírica.
Sabe que perderá. Y también que ya perdió. La fugaz fórmula De Pedro-Manzur no fue una maniobra distractiva ni una decisión pasajera para ver cómo sería la reacción. La reacción sería previsiblemente mala, como finalmente lo fue. El costado ortodoxo del peronismo (gobernadores e intendentes) cuestionó esa decisión de Cristina Kirchner, pero no por razones ideológicas –la ideología no importa en el peronismo–, sino por su ineficacia. Aquella era una fórmula de dos desconocidos y estaba destinada a la peor de las derrotas. Además, ¿por qué Cristina lo sometería a Wado de Pedro, sobre todo, a la humillación de no ser lo que parecía ser? ¿Por qué, después de que el propio ministro del Interior anunciara en las redes sociales su candidatura presidencial? Cristina Kirchner es una política cruel, pero nunca lo fue con los vástagos surgidos de la cantera de La Cámpora. De Pedro resultó condenado ahora a dedicarse para siempre a la producción agropecuaria, que es lo que hace su familia. “Dan un poco de pena Wado y la generación diezmada”, ironizaban anoche en las redes sociales. La ironía tiene algo de verdad: Cristina acababa de ungir en el altar kirchnerista a la generación diezmada (los hijos de los desaparecidos), que ahora quedó sepultada por un arribista de la política, como es Sergio Massa, capaz de ser menemista, duhaldista, kirchnerista, antikirchnerista y volver al kirchnerismo después de un breve paseo por las cercanías del macrismo. Manzur se dedicará, a su vez, a ser un hombre riquísimo, dueño del monopolio de la producción argentina de aceitunas. Comparte con Massa la afición por hacer amigos entrañables en Washington y, en el caso de Manzur, también entre los poderosos dueños de los laboratorios medicinales. El problema es que Manzur había recibido el ofrecimiento de la candidatura vicepresidencial directamente de Cristina Kirchner. Ella se lo dio; ella se lo quitó. Manzur se pavoneaba con su presunta representación de los gobernadores peronistas. Nunca representó nada. Los gobernadores fueron los primeros en pedirle a Cristina Kirchner que bajara esa fórmula De Pedro-Manzur porque no estaban preparados para saborear el polvo de la humillante derrota. ¿Resolvió la vicepresidenta el problema interno del peronismo, que se expresó con la sublevación del interior, más conservador, menos encandilado por una revolución inverosímil? No. El problema está intacto. El costado más fanáticamente cristinista del peronismo se erizó ahora con la sorpresiva fórmula Sergio Massa-Agustín Rossi, que no representa ni las ideas ni el discurso de la vicepresidenta. Para esos sectores, Massa es la representación de los viejos enemigos del cristinismo. En efecto, los amigos de Massa no están en La Cámpora, a pesar de sus artísticos gestos de amistad con Máximo Kirchner, sino entre algunos empresarios (Daniel Vila, José Luis Manzano y Mauricio Filiberti, por ejemplo), ciertos banqueros, funcionarios de Washington y burócratas del Fondo Monetario. Agustín Rossi fue una imposición de Alberto Fernández, que se la había adelantado a los gobernadores; insistió luego en ese nombre ante la propia Cristina Kirchner. El resultado del viernes ingrato fue que ella debió ceder ante dos viejos enemigos internos; uno, Massa, que prometió en su momento que la metería en la cárcel, y el otro, Alberto Fernández, que la criticó sin límites ni medidas y, encima, acaba de sostenerle la mirada hasta que ella pestañeó primero. Para peor, la exmandamás del peronismo fue tironeada hasta último momento por intereses políticos y económicos que no aceptaban su decisión. El canal ultrakirchnerista C5N se mostró crítico de la fórmula De Pedro-Manzur con una información inesperada en ese medio: “Hay quienes sostienen que no es la mejor opción”, asestó el canal de Cristóbal López y Fabián de Sousa sobre la dupla bendecida por Cristina Kirchner. ¿Cómo? ¿Por qué? “Hay empresarios que no quieren volver a la cárcel, porque ya estuvieron presos y nadie les llevó ni siquiera una caja de alfajores”, explica un funcionario que conoce a los personajes. Massa y De Pedro no son lo mismo, salvo que Cristina acepte la fórmula de Isaiah Berlin de que existen “verdades contradictorias”. Una derrota sin gloria ni dulzura; nadie vuelve de semejante descalabro político.
Las traiciones prescriben rápidamente en el peronismo
Desde que imaginó que era posible la fórmula De Pedro-Manzur, Cristina admitió implícitamente que esperaba el revés electoral. ¿Cómo supone que será el después de la derrota? Veamos lo que hizo en los últimos días. Cristina Kirchner ordenó que sus seguidores (y la izquierda que le es siempre funcional) mostraran en Jujuy un anticipo en tamaño exiguo de lo que será todo el país si Juntos por el Cambio gana las próximas presidenciales. La maniobra fue tan evidente que la Justicia Federal inició en Comodoro Py una investigación, embrionaria todavía, sobre la complicidad del kirchnerismo con la devastación de Jujuy. Derrotada por un lado y desafiante por el otro, Cristina Kirchner se parece a esos políticos que pasan a la clandestinidad cuando ya no tienen destino en la vida pública formal y seria.
Vale la pena detenerse en el muestrario de Jujuy, porque ahí está el anticipo de lo que sucederá en el país cuando un gobierno no peronista aplique las reformas necesarias para salir de la decadencia y la mediocridad. Una amplia red mediática que responde al kirchnerismo por razones ideológicas o económicas difundió un discurso que culpó solo a la represión del gobernador Gerardo Morales. El gobernador ordenó la represión cuando la única opción era que los vándalos ocuparan e incendiaran el edificio de la Legislatura provincial. En la sede parlamentaria estaban jurando una reforma constitucional avalada no solo por el oficialismo de Morales, sino también por el peronismo local. El gobernador eliminó los dos artículos que más habían provocado la oposición y la rebeldía. Los agitadores se aferraron entonces al único artículo que Morales no quiso modificar ni eliminar: el que prohíbe los cortes de rutas provinciales, aunque reconoce el derecho a la protesta. La decadencia política y electoral del kirchnerismo es irreversible, pero también es inversamente proporcional a su capacidad para perturbar el espacio público. Necesitaba probarlo; Jujuy es la prueba.
Un caso aparte es el de Daniel Scioli, otro condenado a pasar el resto de su vida haciendo asados en su casa de La Ñata. Su carrera política acaba de terminar, aunque tenga algún último cargo legislativo. Pasó las últimas semanas asegurando que no aceptaría ninguna presión para bajar su candidatura y que aprendió las lecciones de 2015, que consisten en no hacerle caso a Cristina Kirchner. Hace ocho años, Scioli aceptó mansamente la orden de Cristina de que Carlos Zannini fuera candidato a vicepresidente y de que Aníbal Fernández fuera candidato a gobernador bonaerense. Scioli perdió entonces ante Mauricio Macri. El valor de la palabra de Scioli es siempre relativo. Cedió sin remedio ante la primera presión directa de Cristina Kirchner. ¿Cómo explicará ahora Aníbal Fernández su cerril sciolismo de los últimos días que lo llevó a enfrentarse hasta con la propia vicepresidenta? Las traiciones prescriben rápidamente en el peronismo. Scioli lo sabe. El propio Juan Manuel Olmos, actual vicejefe de Gabinete del Presidente, que hasta ahora fungía como un leal albertista, se pasó a las filas de Massa y operó en las últimas horas en nombre de este. Dicen que tuvo un papel destacado en el brusco giro de las candidaturas peronistas. ¿Y la gente que, según Scioli, participó del “test Bristol”, que para él no falla nunca? Así llama a lo que escucha en la playa Bristol de Mar del Plata en el verano austral. Hasta hace muy pocos días contaba que escuchó en esa popular playa que la gente de a pie le pedía que volviera. Quién sabe si es cierto.
La Argentina nunca deja de ser un país extravagante. ¿Cómo se calificaría, si no, a una nación donde la coalición gobernante elige como candidato a presidente al ministro de Economía responsable de una inflación del 140 por ciento anual? ¿Cómo, si esa inflación dejó más pobreza que la que había antes? ¿Cómo, si Massa nunca pudo retener un solo dólar en el Banco Central? Si el peronismo dejó de preocuparse por el bolsillo de la gente común (la víscera más sensible, según Perón) es porque se convirtió en una organización política lírica.
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