Por: Carlos M. Reymundo Roberts. Pensé que la noticia de la semana iba a ser que Alberto le pidió una autocrítica al Fondo Monetario por habernos prestado plata. ¿No es genial? “Señores del Fondo, tienen que hacer un mea culpa por semejante despropósito, y además tienen que hacerlo en forma urgente. Hasta que no cumplan con eso, no nos vamos a sentar a negociar”.
¿No es un grande? Solo alguien con extraordinaria osadía y una cara dura, pétrea, se anima a tanto. Les estaba diciendo que deberían haber previsto que él podía llegar a ser presidente, lo cual tornaba a la deuda impagable. Después de analizar sus palabras, en el FMI desistieron de pedirle que también él hiciera una autocrítica, porque estaba el riesgo de que aceptara el desafío: su mea culpa podría llevarle tres o cuatro años.
Pero no. Esa noticia fue superada por la escandalosa salida de Débora Giorgi de la Secretaría de Comercio. El episodio es una delicia, un cuadro de época. Deborita, soldado (o soldada) de Cristina, venía de una extraordinaria gestión como secretaria de Producción del municipio de La Matanza, cuyos índices de producción de pobreza e indigencia son un caso de estudio en Harvard. A la Subsecretaría de Comercio entró por la puerta grande, hace apenas 52 días, y salió por la ventana. En el medio hubo tres problemas: uno grande, uno mediano y uno chico. El grande es que en esos 52 días no se vio nunca con el ministro del área, Kulfas, al que no le perdona que haya escrito en un libro que ella fue una pésima ministra de Industria de Cristina. Ahí salgo en defensa de Débora: a la que no le interesaba la industria –salvo el sector de marroquinería, los bolsos– era a Cris; con Néstor siempre apostaron por el Real Estate, el turismo y las finanzas, más dinámicos y con mayores retornos.
El problema mediano es que su designación nunca se publicó en el Boletín Oficial; es decir, no era funcionaria. Se hacía llamar subsecretaria, tenía auto, chofer, dos celulares y un buen despacho; se reunía con empresarios de consumo masivo y reportaba a los Kirchner, pero en los hechos era una okupa, una inmigrante llegada del conurbano profundo sin papeles. Si bien el tema de las formalidades no es algo que preocupe a la dinastía hotelera, esta chica revistaba oficialmente como una ilegal, con lo cual nadie terminaba de tomarla muy en serio. Algún malvado llegó a preguntarle si el Boletín Oficial no estaría manejado por algún medio hegemónico.
"Todavía no está listo el famoso plan plurianual de Alberto; recién van por el primer año"
El problema chico es que la habían puesto para controlar los precios de los alimentos, y los alimentos, insensibles, le dieron a espalda.
Cuando supo que Alberto y Kulfas iban por ella, y que su jefe directo, Morenito Feletti, le estaba acercando una escalera a la ventana, dejó un mensaje desesperado en el número de emergencias del Instituto Patria; además, consultó a Federico Basualdo (el subsecretario de Energía que resistió el impulso adolescente de Martín Guzmán de querer echarlo) y se hizo asesorar por los abogados montoneros que defienden las tomas de los mapuches. Pero no hubo caso. Débora resultó finalmente devorada por la feroz interna entre el Presidente y su vice, que día tras día conmueve más los cimientos del Frente de Todos contra Todos. Fernando Espinoza, el intendente de La Matanza, la espera con los brazos abiertos: en sus pagos, la consolidación de la miseria es garantía de prosperidad electoral.
Otra candidata a noticia de la semana era la presentación del esperado plan económico plurianual de Alberto, pero parece que recién van por el primer año. Al profesor, un plan de un año ya le resulta larguísimo y tenía ganas de anunciarlo; no lo hizo para no tener que llamarlo plurimensual, menos marketinero. El otro inconveniente es que en realidad el famoso plan no es más que el programa de ajuste salvaje del FMI, invendible por donde se lo mire; invendible, sobre todo, a la troika kirchnerista. Le pidieron entonces al ilusionista catalán Gutiérrez-Rubí que pensara algo, y propuso lanzarlo bajo esta nomenclatura: Plan Plurianual Solidario de Crecimiento Inclusivo con Matriz Productiva Nacional y Popular Aguante Cristina.
En estos días hubo otra novedad que, sin ser rutilante, merece que le prestemos atención. Por una investigación de Pablo Fernández Blanco y Delfina Arambillet en LA NACION, nos enteramos de que Fabiola, la primera dama, no es una jovencita a la que solo le interesan las fiestas con amigos en Olivos: en 15 meses fue 20 veces a visitar a su familia a Misiones en aviones de la flota presidencial. Bien por Fabi, que busca solaz y esparcimiento junto a sus seres queridos.
También el pase de Jorge Macri al gobierno porteño deja tela para cortar: ¿un Macri en el gabinete de Larreta? Cobren lo que cobren para ver ese espectáculo, yo pago.
En cambio, no tiene ninguna importancia el whatsapp que recibí ayer de Cris, en el que niega destempladamente la autoría de los textos que le atribuyo en el libro Las cartas secretas de Cristina (Catarsis), que apareció esta semana. Le contesté que esas cartas –a Alberto, al Papa, a Máximo, a Macri, a Kicillof, a Tinelli…– la reflejan tanto que un día las va a reconocer como propias.
Me clavó el visto.
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