“Me sentí exultante al descubrir el maravilloso mundo de las letras, escribía cartas de amor a las chicas que nunca les entregaba”.
Santos Vergara no solo es un sobreviviente de los espacios más oscuros de la marginalidad. Es un ejemplo de vida, de sacrificio, de tezón. Creció virtualmente huérfano debido al abandono de un padre alcohólico y a la muerte de su madre cuando apenas tenía cinco años. Junto a dos hermanos mayores quedó bajo la tutela de un padrastro rígido que, quizás por ignorancia o por la extrema pobreza en que vivían, no lo mandó ni a la escuela. Hasta los 12 años, cuando decidió emanciparse, no tenía ni siquiera identidad propia.
Aprendió a leer a los 15 años, hizo la primera y la secundaria en el lapso de 5 años, fue la universidad y se recibió de profesor en letras. A partir de ese momento dio rienda suelta a su afición por la escritura, publicó numerosos libros y ganó diversos premios en todo el país y a nivel internacional. Además es dibujante y autodidacta en artes plásticas. Santos Vergara ya no vive en el barrio San Antonio de la ciudad de Orán, pero el rancho que lo cobijó y donde edificó sus sueños sigue en pie. Allí está el catre de tientos, sus libros, la silla, la mesita y el mechero a kerosén. La puerta está como la dejó: atada con alambre. Nadie se anima a invadirla, quizás porque saben que Vergara nunca se fue de ahí. Es uno de los escritores más reconocidos de Salta, autor de numerosos libros que le valieron su reconocimiento a nivel nacional e internacional. A los 57 años se siente un triunfador de la vida y hoy disfruta del amor de esposa, sus tres hijos y dos nietos.
¿Cómo hizo para enfrentar una vida tan llena de obstáculos?
¿Tenía yo cinco años cuando murió mi madre y a partir de ese momento vi una luz lejana que sería mi guía y mi compañera de toda la vida. Eramos tres hermanos, con un padre alcohólico que nos abandonó a temprana edad. Luego mi madre se casó con otro hombre y tuvo dos hijos más, pero al poco tiempo falleció. A partir de ese momento comenzó nuestro calvario, ya que a la extrema pobreza se sumó la falta de afectos. Mi padrastro no tenía tiempo. Desde muy niño tuve que salir a la calle a ganarme el pan y cuando fui mas grandecito me metí en las fincas a realizar trabajos que no eran para un niño, pero lo hacía para poder subsistir.
¿Por qué no iba a la escuela?
Fui un mes, pero mi padrastro me sacó y ahí creo que comenzó mi rebeldía. Mis hermanos más chicos estudiaban, pero a mí no me dejaron. Por los castigos que recibía empecé a escaparme de la casa. Deambulaba por los barrios, vendía diarios, hacía los mandados, dormía en casas abandonadas. Andaba errante.
¿En qué momento empezó a cambiar a cambiar su vida?
A los doce años enfrenté a mi padrastro diciéndole que me quería independizar y le pedí que me diera la partida de nacimiento. Me habían inscripto como Santos Giménez, pero yo le dije que quería llevar el apellido de mi padre de sangre. A pesar de que nos había abandonado y que nunca se preocupó por nosotros yo quería ser Vergara. Mi padrastro se sintió desencantado por mi decisión. Después me enteré que vendió esa partida de nacimiento a una familia del barrio que tenía un hijo indocumentado. Tiempos después esta persona fue asesinada y como a mí me conocían como Santos Giménez, algunos se sorprendieron al verme caminando por las calles de Orán.
¿Qué hizo a partir de ese momento?
Con otro chico de Orán nos fuimos a Salta a. Ibamos al mercado, salíamos a vender choclos, dormíamos en la estación, en el canal de la Esteco o donde se nos hacía la noche. Estaba expuesto al peligro y me sentía un ignorante porque no sabía ni leer ni escribir. Miraba los diarios y no entendía nada, veía que la gente estallaba en risas cuando leía el Patoruzú y no sabía de qué. A pesar de mi ignorancia yo sentía que aquella luz compañera me marcaba el mundo intelectual y artístico. Fue entonces que tomé conciencia de que si continuaba en este ritmo iba a terminar igual o peor que los chicos del barrio San Antonio. Tomé conciencia que debía estudiar. Para ese tiempo ya juntaba recortes de diarios de los basurales y hacía esculturas de yeso y dibujaba con carbón. Me fascinaba el cine, lo veía como una ventana al mundo.
Cuándo decidió concurrir a la escuela?
A los 14 años decidí volver a Orán. En el largo viaje de regreso comencé a elaborar lo que debía hacer. Hice un rancho en el fondo de la casa y al año siguiente me inscribí en el plan DINEA. Me sentí exultante al descubrir el maravilloso mundo de las letras, escribía cartas de amor a las chicas que nunca les entregaba y en dos años hice la primaria. Me sentí maravillado cuando descubrí la biblioteca, me quería llevar todos los libros a casa. Borges decía que el paraíso tiene la forma de una biblioteca y cuánta razón tenía. Fue entonces cuando me llamaron la atención dos palabras bonitas: filosofía y letras. Le dije a mi maestra que quería estudiar eso, pero me dijo que eso se estudiaba en la universidad y que primero tenía que terminar la secundaria. Yo no tenía conciencia lo que era una carrera universitaria.
¿Cómo hizo para continuar sus estudios?
Tuve muchas dificultades para empezar la secundaria, ya que trabajaba de albañil y siempre llegaba tarde y tuve que abandonar a los tres meses. Me daba vergenza ir con las zapatillas rotas. Pero luego ahorré unos pesos y empecé con todo y terminé siendo abanderado en la Escuela de Comercio número 20. Tuve la suerte de que en esa época la carrera de perito mercantil se redujera de seis a cuatro años, y al poco tiempo comencé a trabajar de sereno en el residencial Centro.
A todo esto yo seguía dibujando, hacía caricaturas y las vendía. En ese tiempo conocí al escritor Hugo Alberto Luna y él me convocó para que ilustrara sus libros. Mi problema era cómo iba a hacer para seguir mis estudios, ya que en Orán no había universidad, pero la suerte volvió a estar de mi lado. En 1980 se creó la sede de la Unsa y me inscribí en Letras y así pude recibirme de profesor en 1985.
¿Cuándo empieza a escribir y a publicar sus obras?
Fue por aquella época. Tenía varias cosas sueltas. Así salió un cuento que titulé “El grito de Agapo”, con el que gané primer premio del concurso internacional El Quijote de Plata. En 1985 publiqué “Las ausencias”, una recopilación de cuentos y poemas. A partir de ese momento no he dejado de escribir, de dibujar ni de pintar. Mi fuerte es el cuento, pero también escribí novelas. Con “Las vueltas del perro” gané un concurso a nivel nacional. Mi último trabajo es un cuento que titulé “Cuimbae toro”. También incursioné en la fotografía que es otra de mis grandes pasiones.
Como uno de los gestores de la cultura del norte, ¿cuál ha sido su mayor logro?
Haber impulsado la creación del Grupo Vocación de Orán que permitió el nucleamiento de escritores y artistas de las más diversas expresiones durante veinte años. La promoción cultural que realizamos ha sido muy valiosa. Esta tarea la continuamos ahora con el grupo LePEB (Letras por el Bicentenario), a lo que sumamos la revista Cuadernos del Trópico.
¿Cómo se siente hoy luego de haber recorrido una vida tan azarosa?
Me siento reconfortado, siento que he triunfado. Para alguien que ha vivido en la más extrema pobreza y que tuvo que atravesar tantas vicisitudes no ha sido una tarea fácil. Creo que aquella luz que me apareció a los cinco años cuando perdí a mi madre ha sido mi gran compañera y aún hoy sigue siendo mi guía. Crecer sin la figura de los padres es lo más difícil para un niño. Cuando empecé la escuela me decían “el loco del barrio” porque vivía para los estudios, el trabajo y no me quedaba tiempo para jugar con los chicos. Mi hermano me contó que una vez una vecina le dijo entre compasiva e inocente: “pobrecito Santos, siempre con un cuadernito en la mano...”.
¿La docencia es otra de sus pasiones?
Sí. Me apasiona, porque la siento como una oportunidad para dar. No quise ser profesor en la universidad, porque siento que en los colegios secundarios es donde puedo hacer un mejor aporte, tomando como base mi experiencia de vida. A los chicos siempre les digo que la condición social no es impedimento para alcanzar logros. Solo se requiere voluntad. Es placentero entregar conocimiento. En cada chico me veo a mi mismo, aunque no tengan la avidez que yo tenía.
Como docente, ¿qué es lo que más le preocupa?
Me preocupa el peligroso avance de la droga y en la escuela esto se nota mucho.
Obras y premios
que obtuvo
Santos Vergara nació en San Ramón de la Nueva Orán en 1955 y es profesor en Letras, egresado en 1985 de la UNSa. Dedicado con igual entusiasmo a las artes plásticas, como a las letras, publicó en 1979 la historieta “El Familiar” en el diario El Tribuno. A partir de entonces participó en numerosos concursos literarios, exposiciones y recitales. Como artista plástico ilustró libros y revistas, al tiempo que realizó muestras de sus dibujos, grabados y pinturas.
Su libros más conocidos son “La Ausencias” (1985), “El cuentista (1996), “Las vueltas del perro” (1996), “Orán trópico corazón” (2008), entre otros. A lo largo de su trayectoria obtuvo valiosos premios, entre ellos El Quijote de Plata (1984), Faja Nacional de Honor (1999), primer premio del Concurso Nacional de Cuentos “Carpa Blanca” (2000) y ganador del género ensayo del Concurso Literario 2002, en Salta.
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