Idolatrado hace apenas dos meses, el presidente socialista es hoy blanco de ataques desde los medios. Tiene que gestionar la crisis y calmar las demandas del ala izquierda y de los sindicatos, que le reprochan los recortes
Desde París
El socialismo francés se confronta a la rudeza de la crisis, a sus propias transformaciones internas, a la ofensiva del patronato, a la presión que ejercen los aliados de la izquierda radical y los sindicatos y al descontento creciente de la opinión pública. Cuatro meses después de haber ganado las elecciones, el presidente socialista francés, François Hollande, toma el timón de un país que recién emerge de las vacaciones de julio y agosto y se asoma a la realidad de las cifras negativas: Francia conoció esta semana la tasa de desempleo. Oficialmente, en el país hay tres millones de desempleados. El contexto es tanto más agudo cuanto que la mayoría socialista tiene que gestionar la crisis europea, calmar las demandas de ala izquierda y de los sindicatos que le reprochan al gobierno su lentitud, los recortes y el incumplimiento de varias promesas. En ese juego se mete el sector empresario, que apunta sus armas contra el aumento de los impuestos y, desde luego, los medios.
Como ya había ocurrido con el ex presidente conservador Nicolas Sarkozy, los medios pasaron de la adoración a la crítica. Idolatrado hace apenas dos meses, Hollande es hoy objeto de una avalancha de ataques reflejados en varios libros de reciente aparición que tienen por objeto la vida privada Hollande y la guerra sin cuartel entre su actual compañera, Valérie Trierweiler, y su ex mujer, Ségolène Royal, la madre de sus cuatro hijos y ex candidata socialista a las elecciones presidenciales de 2007 –fue derrotada por Sarkozy–.
Hollande asumió en mayo la presidencia de la República sin gozar de ese período de paz que se llama “estado de gracia”; 120 días después del retorno del socialismo al poder luego de perder tres elecciones presidenciales sucesivas, apenas 48 por ciento de la opinión pública está satisfecha con su gestión. La palabra “fiasco” ya empieza a aparecer en los medios, antes inclusive de que el Ejecutivo haya empezado a gobernar con plenos poderes. La ola de apreciaciones adversas forzó al presidente a salir de su reserva. A Hollande se le reprocha hoy todo lo que, en abril y mayo pasado, era un argumento a su favor frente a la híper velocidad y la escenificación organizada de su rival, Nicolas Sarkozy, es decir, su parsimonia, su lentitud, su normalidad. Pero el mal humor aprieta. El presidente salió este fin de semana a aclarar que “el cambio no es una sucesión de anuncios, sino una fuerza que da una dirección”. También esgrimió el argumento irremediable de la crisis, su carácter “largo” y la necesidad de “tiempo para ganar la batalla del crecimiento, el empleo y la competitividad, porque es una batalla. (...). No se pueden esperar resultados en tres meses. Me eligieron por cinco años “.
Parece difícil cumplir con todo. La hecatombe por la que atraviesan Grecia y España mantiene un alto nivel de incertidumbre dentro de la Zona Euro, a lo que se le agregan los tres trimestres sucesivos de crecimiento cero, los tres millones de desempleados, el cierre de pequeñas y medianas empresas y las exigencias presupuestarias que se desprenden de los acuerdos europeos. François Hollande había prometido renegociar por entero el “pacto de estabilidad” elaborado por Nicolas Sarkozy y la canciller alemana Angela Merkel, pero no lo hizo.
Una vez que pasó el entusiasmo de la victoria, el ejercicio del poder se ha tornado un desafío donde las promesas y los objetivos de antaño suenan a quimeras. El gobierno ha dado marcha atrás en algunas medidas anunciadas durante la campaña presidencial, o las ha aplicado a medias. Hollande adelantó sin embargo el cumplimiento de algunas de ellas, además del aumento de los impuestos para los ricos: la gestión directa por parte de las regiones de los presupuestos europeos, la creación de 100.000 puestos de trabajo para los jóvenes subvencionados directamente por el Estado y la entrega gratuita de terrenos a los municipios que construyan viviendas. El discurso socialista en torno de la “equidad” y la “justicia” no ha cambiado. Con todo, traducir ambos conceptos en medidas en un terreno minado de abismos cavados por la crisis es casi una misión imposible sin un cambio radical de orientación. Los socialistas demostraron que pueden jugar en la misma escala de la derecha. Así ocurrió con el desmantelamiento de los campamentos de gitanos que tantos problemas y controversias había suscitado durante el mandato de Sarkozy.
Una vez en el poder, el socialismo francés copió al pie de la letra la política xenófoba de su predecesor y continuó con el desmantelamiento de los campamentos y la expulsión de los gitanos. Sólo bajo el peso de las críticas y hasta de una nueva advertencia de las Naciones Unidas el Ejecutivo moderó un tanto su política. Los tiempos cambian rápidamente. Mientras François Hollande estrena su presidencia, los socialistas franceses cambian de época. Martine Aubry, la actual primera secretaria del PS, se despidió de los militantes durante la Universidad de Verano que los socialistas organizaron en La Rochelle. Aubry se irá en octubre y con ella vendrá otra generación. La dirigente francesa deja una huella imborrable: fue bajo su mandato que el PS pasó de la oposición al poder. En su discurso de despedida, Martine Aubry, que estuvo cuatro años frente al Partido Socialista, fijó un rumbo para los próximos años: apoyar al gobierno y lograr que no se aleje de las preocupaciones de la sociedad, poner en circulación propuestas novedosas para que le futuro no los sorprenda y europeizar el enfoque del PS. Una página de la historia se dio vuelta dentro del PS mientras Hollande no consigue aún dar vuelta la página de la política que él mismo prometió cambiar.
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