En medio de la pirotecnia del fin del nepotismo y el Triaca Gate, funcionarios económicos empezaron a alertar sobre un año con mejoras módicas en el PBI. Los fantasmas de otro segundo semestre.
En el año 2013, el entonces ministro de Economía, Hernán Lorenzino, dejó, en una entrevista televisiva, la histórica frase “me quiero ir”. Había quedado descolocado por la consulta de un medio extranjero sobre la situación económica del país. Ese mismo año, Federico Sturzenegger, que ya escalaba en el entramado político del PRO, publicó el libro “Yo no me quiero ir”. Un juego de palabras, casi casual, con los dichos del ex funcionario K. En el libelo, el hoy presidente del Banco Central (BCRA) explicaba por qué creía que valía la pena quedarse para pelear por otra Argentina. Describía su pluma que el gobierno de Cristina Fernández tenía edificado un relato propio muy concreto, una especie de consolidación del poder político, llevada a cabo, incluso, a sabiendas de las implicancias “negativas” para la sociedad. Un relato que, describía Sturzenegger, esquivaba la discusión, el debate de ideas.
“Hoy, tendría que estar pensando en irse”, bromeó entre risas ante Letra P un histórico del PRO que lo conoce desde antes de sus años en el Banco Ciudad. Y que sabe el cómo y el por qué del padecimiento de Struzenegger a fines del año pasado, cuando la política lo pasó por encima y el jefe de Gabinete, Marcos Peña, le intervino el manejo del BCRA. Federico, que es un ferviente creyente en las virtudes de Cambiemos, desconfía hoy de todos en el gabinete económico. Pero ya pocos lo escuchan. No es el único que sabe que algo no está bien. Son varios los que, con buen tino, le avisan al que más escucha, el vicejefe de Gabinete, Mario Quintana, que los números empezaron la cuesta abajo.
Hay un problema que, a la vez, es un beneficio, porque demora el alerta naranja económica en los focus group: los fuegos de artificio disparados con la razzia de familiares y el fin sobregirado del nepotismo, sumados al Triaca Gate, ocultan lo que aún permanece bajo la alfombra: grajeas que predicen un 2018 con crecimiento más moderado de lo esperado; una industria aportándole poco al PBI y la inversión extranjera directa en niveles marginales.
Un pope fabril, dirigente de la Unión Industrial Argentina (UIA), les venía advirtiendo a los funcionarios del Ministerio de Producción que la actividad había tenido un rebote, pero el del gato muerto. El indicador industrial terminó con crecimiento 2017 inferior al 2%, en comparación con 2016, el peor año del país en el último quinquenio. Como si fuera poco, en diciembre se derrumbó la movida esporádica en las chimeneas, quebrando la recuperación que se venía gestando hacía varios meses. En el Gobierno se entusiasman con el boom de los autos, que en enero marcó el récord más importante en la historia de las ventas. Pero los industriales alertan que se están importando niveles elevados de autopartes y que lo que se comercia en la concesionarias son, básicamente, coches made in Brasil.
El PBI de 2017 mejoró 2,8%, pero el crecimiento real es de un punto. Los economistas de consulta que hablan con el BCRA y con Nicolás Dujovne, le recuerda que esa mejora tiene una mitad que es corrección metodológica de las mediciones. Ergo, en 2017, el crecimiento no fue de más de un 1%. En el mismo tren, la inversión extranjera directa se centró en capitales especulativos. Los números del Gobierno a los que accedió Letra P evidencian que hoy esos ingresos externos representan medio punto del producto, cuando en la región es de 3 o 4.
En el Círculo Rojo, que respalda 100% a Mauricio Macri, saben de qué se trata. Por eso, una vez más, no se subieron a la ola de buenas noticias que el Gobierno intentó colar como resultados concretos en el Foro de Davos. “Es cierto que pasar de visitar a Irán y Venezuela a abrirte a otros países es positivo, pero una cosa es que te lo cuenten y otra, verlo”, explicó a este medio un alto dirigente de la Asociación Empresaria Argentina (AEA). La misma fuente contó que esos países, esos empresarios extranjeros, después del cuento averiguan, hacen trabajo de campo en el país y entierran la plata si conviene. Los empresarios -aunque militaron contra la iniciativa y celebraron el fracaso- reniegan, además, de la trampa que funcionarios de peso le tendieron al Presidente cuando le prometieron que Emmanuel Macron apoyaría el acuerdo UE-Mercosur. Y, caído ese respaldo, le avisaron que Bélgica sería la llave para destrabar el convenio. Nada de ello terminó ocurriendo.
Aguafiestas. El presidente francés le puso un tinte negativo a la gira de Macri por Davos.
Hay otro punto que preocupa: el del estancamiento persistente del consumo. Este año no se espera que los salarios le ganen a la inflación y, además, los que manejan la caja de la Nación blanquearon que el gasto público no será una herramienta dinamizadora como en el 2017 de las elecciones.
Toda esta enumeración de profecías, pronósticos que se disparan desde dentro del oficialismo, justifican desde lo político la creación y proliferación de una campaña efectista de resultados económicos positivos. Así lo entienden en La Rosada, donde ordenaron a sus funcionarios usar sus cuentas de Twitter para celebrar hasta el mínimo número positivo, sea o no consolidado, una tendencia o un dato parcial descontextualizado. Todo, matizado con la buena muñeca política del oficialismo para salir del Triaca Gate con el despido de familiares y de simular con éxito el tarifazo al transporte bajo la cara de un beneficio para aquellos pasajeros que toman más de un medio para viajar.
A favor del Gobierno hay un punto, no menor: incluso los analistas más críticos de Cambiemos, que pronostican un 2018 con muchas complicaciones, admiten que el período de nueva gracia podría caer, precisamente, en 2019, el año en el que el oficialismo se jugará todo a la reelección.
Comentá la nota