En el corazón de la Sierra de los Padres se envasaban miles de botellas de agua mineral por hora. Decían que tenía las mejores propiedades curativas. Dejó de producirse cuando las grandes marcas extranjeras comenzaron a fraccionar agua mineral, pero hay leyendas que vinculan a La Copelina con nazis escapados de Alemania.
Por Marcelo Metayer, de la Agencia DIB
A unos 50 kilómetros de Mar del Plata, cerca de la laguna La Brava, hay un manantial. El agua que brota viene de lo más profundo de la Tierra, o al menos así se decía hace casi un siglo, cuando se la describía como "un maravilloso líquido" que brotaba de "una fuente de eterna juventud". Se trata de la fuente de La Copelina, y el agua que de allí surge fue uno de los principales productos marplatenses a lo largo de más de 30 años. Las botellas de vidrio verde que se envasaban ahí mismo tenían una etiqueta en la que se señalaba un hecho fundamental: la radiactividad del agua. Gracias a ese detalle, y a otros especiales, el agua de La Copelina se ofrecía para "el tratamiento de las enfermedades de la nutrición, como artritismo, gota, obesidad, diabetes, arterioesclerosis", y muchos otros etcéteras. Ahora la planta donde se elaboraban miles de botellas diarias es un bello edificio abandonado, meca de amantes de la decadencia arquitectónica.
Todo comenzó a principios de la década de 1920. En ese momento, el doctor Manuel Carbonell comenzó a forestar la zona de la Sierra de los Padres con plantaciones de lúpulo, palmeras y robles. En enero de 1931 fundó en esa zona la estancia La Copelina. Y al poco tiempo la familia Ginocchio, encabezada por don Bartolomé, empezó a explotar las propiedades del agua de un manantial que había quedado dentro de la estancia.
Una postal de época muestra la planta embotelladora.
En un ejemplar de Caras y Caretas de febrero de 1932, donde aparece mucho material sobre la Perla del Atlántico, se le dedican cuatro páginas al lugar. Allí se señala que "majestuosos cerros rodean el pintoresco valle de la Copelina; sobre la cumbre de uno de éstos, dotado de camino para autos, hay una gruta con la imagen de la Virgen de la Fuente presidiendo el vasto panorama; al pie de esta soberbia mole se destaca la gallarda silueta del establecimiento industrial de los señores Bartolomé Ginocchio e hijos Ltda".
El manantial de La Copelina y los periodistas de Caras y Caretas.
Más adelante se aclara el origen del nombre del lugar, que lejos de lo que uno pudiera creer se deriva del araucano. En esta lengua, co-pel-ina significa continua garganta de agua, en obvia referencia al manantial. Y luego se describe el interior de la planta embotelladora, en un estilo que recuerda a las novelas de Julio Verne. Así, se habla del "proceso técnico que realizan las máquinas para envasar científicamente el mágico líquido", y se enumeran "lavadoras de botellas, esterilizadoras, saturadoras, llenadoras y etiquetadoras automáticas de cientos de miles de botellas diarias". También, "la usina eléctrica, los grandes depósitos de 25.000 litros de capacidad, los filtros automáticos y estériles".
La radiación
Todo un lujo para un producto estrella, el agua radiactiva. Este detalle nos puede parecer algo audaz hoy en día pero en ese momento era el colmo de lo moderno. La palabra radiación evocaba todas las maravillas de la ciencia. De hecho, también se decía lo mismo del agua en otro punto de la provincia que ya había comenzado a atraer turistas de todas partes: Villa Epecuén.
Según el texto de Caras y Caretas, "en un litro de agua de La Copelina la radiactividad hace pasar una corriente de 17 unidades Mache", una forma de medir el fenómeno que ya no se utiliza. En unidades modernas, esos 17 U. Manes equivalen a unos 270 becquerelios (Bq). Quizás parezca mucho pero es algo totalmente inocuo y por comparación el cuerpo humano emite unos 1.000 Bq.
Por supuesto, como decían los embotelladores de La Copelina, la radiactividad y los minerales producían el efecto de "facilitar la digestión estomacal, regularizar las funciones del hígado y aumentar la secreción urinaria, realizando un verdadero lavado del organismo". "Es el agua de régimen por excelencia", aseguraba el doctor Carbonell.
En un aviso a toda página aparecido en la misma revista en diciembre de 1932, se avisa "a los Señores Médicos de la República Argentina" que "son absolutamente positivos los beneficios que se obtienen en los regímenes dietéticos por la prescripción del Agua Mineral Copelina (radioactiva)".
El final
Ahora bien, ¿por qué se terminó, entonces, un negocio tan floreciente unos treinta años después de que comenzara?
Los motivos para esto son varios, y van desde cuestiones puramente comerciales a la leyenda más oscura. Los primeros hablan del ingreso de las grandes multinacionales como Coca-Cola y Pepsi-Cola al negocio de las aguas minerales hacia fines de los años 50. Entonces, aparecieron marcas como "Tonada" o "Manantial" que afectaron la producción de muchas otras de origen nacional.
Entonces, desde aquellos años la familia que quedó dueña de la estancia y las tierras circundantes decidió dedicar sus esfuerzos a la producción agropecuaria.
También se dice que el argumento de la radiactividad comenzó de a poco a "molestar" en los años '50, con la Guerra Fría y la amenaza de la guerra nuclear. Se cambiaron las etiquetas, pero se sabía que el agua era algo más que agua.
Así están las instalaciones de La Copelina por estos días. (Flickr | Gabriel Dagostino)
Nazis, ¿sí o no?
Y, finalmente, se rumorea que la fábrica La Copelina llegó a ser un refugio de nazis luego del final de la Segunda Guerra Mundial. Es cierto que dos submarinos arribaron a las costas marplatenses en julio y agosto de 1945. Según el diario local La Capital, los oficiales fueron alojados en la Base Naval para luego ser trasladados a Estados Unidos. Pero hay una leyenda que afirma que un oficial logró escaparse de la base para asilarse en la planta embotelladora de La Copelina.
Lo cierto es que antes de la guerra, en 1937, oficiales de la Kriegsmarine (la Marina de Guerra alemana) visitaron Mar de Plata en el acorazado SMS Schlesien, con bandera nazi, es decir, la enseña germana oficial de ese momento. La tripulación recorrió la ciudad junto al intendente José Camusso y uno de los puntos de su paseo fue, justamente, La Copelina.
Nazis y radiaciones aparte, las ruinas de La Copelina constituyen un interesante paseo para exploradores de lugares abandonados y fanáticos de la arqueología industrial. Frente al palacio donde funcionó la embotelladora, no es difícil fantasear con "la materialización del sueño de la existencia de una fuente de Juvencio, que brinda la eterna juventud y que los antiguos navegantes no pudieron encontrar". Tal es el final de la nota mencionada de Caras y Caretas; es imposible terminar mejor este mismo texto. (DIB) MM
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