Se llama El Humito y la integran 46 familias que viven de rescatar de los residuos lo reciclable. Construyen un galpón, que estará listo a fin de año, para mejorar su trabajo.
El basural municipal de San Martín es uno de los más grandes de la provincia y a diario, los camiones de la comuna descargan unas 100 toneladas de residuos domiciliarios, casi el doble de lo que generan en conjunto, los otros cuatro departamentos de la región.
El depósito a cielo abierto está sobre un enorme terreno de más de diez hectáreas en calle Míguez, al norte de la ruta 7 y durante los últimos 30 años, decenas de familias que viven en los alrededores han subsistido gracias a lo que rescatan de esa basura, todo aquello que puede ser reciclado y que aún conserva algo de valor.
Para organizar ese trabajo precario y muy duro, en 2008 un grupo de diez personas, la mayoría de ellas mujeres, formó la cooperativa El Humito: tenían el apoyo de la comuna y la idea de mejorar las condiciones de su trabajo, entre ellas, terminar con los intermediarios que se quedaban con el grueso de las ganancias que dejan el papel, los vidrios, el metal y el plástico recuperados de la basura.
“Es un trabajo difícil y es peor todavía en invierno porque hay que andar toda la noche, con el frío, revolviendo la basura”, cuenta Gisela, que tiene dos hijos a su cargo y que se metió a la cooperativa hace ya un tiempo, con la idea de sentir la compañía de otros y sumar su esfuerzo.
Y eso es precisamente lo que más ha costado en estos años, convencer a los vecinos del basural de que trabajar en grupo les sirve a todos. “Todavía hay gente que hace la suya o que tira en contra”, cuenta Silvia Arce, que es la presidente de la cooperativa desde que se fundó y que en estos años ha mostrado avances y también reculadas, pero que sigue con su objetivo de mejorar las condiciones de trabajo en el basural y que ya logró integrar a 46 personas.
La cooperativa lleva el nombre de El Humito, una mención a la quema de residuos que habitualmente acompaña el trabajo en los basurales; un fuego que se enciende con la doble intención de alumbrase en las noches y separar fácilmente al metal de la mugre. Pero es un fuego tóxico y espeso que se impregna en los pulmones y que la cooperativa enseñó a dejar atrás. “Antes la quema era normal, 30 años vivimos entre el humo, pero eso se terminó y hoy se prende muy poco fuego”, cuenta María, a un costado del galpón que la cooperativa construye con apoyo del municipio y fondos de la provincia.
“Cuando esté listo, el galpón servirá para hacer el trabajo más organizado y aliviado”, explica Julio Salomón, nexo entre la cooperativa y la comuna; un hombre que acompaña al proyecto desde su nacimiento y al que, sin embargo, le costó ingresar en la comunidad: la primera vez que se arrimó a la gente del basural lo golpearon y le destruyeron el auto. “Fueron mandados por los intermediarios, que vieron que se les terminaba el negocio”, simplifica Julio y es cierto, sin intermediarios por la venta del material recuperado, la cooperativa saca entre dos y cinco veces más dinero.
El enorme galpón incluye una playa de maniobras y un lagar para que los camiones descarguen la basura. Construirlo y mejorar el terreno demandó cuatro millones de pesos de la provincia y la obra está a un mes de quedar terminada. Luego habrá que equiparlo con una cinta transportadora y con algunas prensas que compriman los bultos de material recuperado. Pero esa es una etapa todavía a medio camino: la comuna ha presentado un proyecto en la Nación para conseguir el dinero y la gente está esperanzada con que salga antes de fin de año.
A metros del galpón se construye una planta de transferencia, parte de un proyecto regional, que se financia con dinero del Banco Mundial y con el que se busca erradicar los basurales a cielo abierto de la zona Este. Cuando esa planta esté lista, los residuos que genera San Martín y que no sean parte del reciclado de la cooperativa serán transportados desde allí hasta un destino final en Vizcacheras, en Rivadavia.
Falta un par de meses para que la planta de transferencia esté lista y al menos otro medio año para equipar al galpón con su cinta transformadora; mientras tanto, las mujeres y hombres de El Humito trabajan en la basura de la manera tradicional: parados sobre las montañas de desperdicios, con la espalda doblada y hurgando con las manos. “Es lo que sabemos hacer y queremos seguir con esto”, dice Natalia, ilusionada con que las condiciones para ellos van a seguir mejorando.
Comentá la nota