En Mendoza, unos 360 agentes sanitarios salen a recorrer zonas rurales y áreas urbanas vulnerables. Ester Puebla es una de las que se tomó a pecho esa misión de ser un lazo entre el centro de salud y la población. "Les gano por cansancio", asegura la mujer.
Cada uno saluda a Esther con un beso. Ella entra y sostiene un ratito al bebé de dos meses, antes de recordarle a la mamá que tiene el próximo control el 28. Mercedes asiente y busca un frasco de vidrio para mostrarle un insecto diminuto y ver si se trata de una vinchuca.
La agente sanitario señala que así parece y vuelve al auto para traer un cilindro de plástico, dentro del cual hay una cartulina en la que están pegados un ejemplar joven, otro adulto y huevos, para que ella y su esposo puedan reconocerlos en el futuro.
Acuerdan que la semana próxima Ester les llevará veneno para que hagan la desinfección de la casa y les explica que van a tener que estar afuera algunas horas, pero que va a averiguar cuánto tiempo se recomienda para el bebé.
Cada día, unos 360 agentes sanitarios salen a recorrer la provincia. Trabajan en zonas rurales, pero también en áreas urbanas vulnerables. Son un nexo entre el centro de salud y la población, porque son personas que viven en esa misma comunidad.
Si bien sus tareas más directas son recordar controles, tomar la presión, colocar vacunas, hacer curaciones y llevar material informativo, su labor también incluye informar sobre los horarios en que atiende cada médico en el centro de salud, aconsejar cómo se potabiliza el agua o de qué manera cuidarse de enfermedades como el mal de Chagas, la brucelosis y la tuberculosis.
Mercedes Quispe vive hace 8 años en Santa Blanca, Maipú, y reconoce que cuando Ester llegó por primera vez a su puerta, Nahuel, su otro hijo varón, tenía 6 meses y sólo lo había llevado a un control médico. Es que no le había gustado la atención en el hospital y tampoco había sido positiva su experiencia en un centro de salud.
Pero las visitas periódicas de la agente sanitario, que incluyen mates y charlas, cambiaron su opinión del sistema y ahora cumple con cada indicación del cronograma. Y su esposo agrega que acompañó mucho a la familia cuando enfermó una de las niñas.
En cuanto deja la casa de Mercedes, Puebla va a otra en la misma calle, para controlar cómo va el embarazo de una mujer. Si bien ella no está, empieza a conversar con el marido, Walter Godoy, a quien le insiste en que haga llegar el análisis al médico del centro de salud. Él explica que es diabético y le cuesta ir al doctor porque le implica perder media mañana de trabajo.
Después, la lleva a que observe el avance en la construcción de dos habitaciones, que él mismo va levantando de noche, cuando termina su tarea en el taller mecánico.
El hombre también le enseña a Ester el lugar preciso del techo de caña donde hace poco vio una vinchuca, que tal vez sea de donde provino la cría en la casa de al lado. Y ella le indica que tiene que hacer algo con el agua estancada en una acequia contigua, para que drene antes de que comiencen los calores y la proliferación de mosquitos.
Volverse un referente
Ester Puebla (59) vive en Isla Grande, Maipú, y cuando llevaba a sus hijas al control en el centro de salud, la doctora siempre le decía que tenía que convertirse en agente sanitario. Esto, porque hacía muchas preguntas a la médica y se interesaba por saber cómo debía alimentar a las pequeñas.
Así fue como, en 1998, empezó a cumplir ese rol en Isla Chica, también sobre ruta 60, pero al otro lado del río Mendoza. Allí estuvo durante 9 años y ahora lleva 6 en Santa Blanca, una localidad cercana.
El traslado le implicó volver a empezar, ya que se vio obligada a conocer las familias de la nueva zona. De todos modos, eso es algo a lo que debe enfrentarse con frecuencia, ya que algunos trabajadores se trasladan de una finca a otra. Hoy tiene asignados unos 246 grupos familiares y 269 casas, que parte del año están vacías y en ciertas temporadas, habitadas.
Después de 15 años de trabajar como agente sanitario, todavía hay gente que la recibe en la puerta, pero otras que le invitan mates y comparten charlas amigables.
"Les gano por cansancio. Voy hasta que me conocen y con el tiempo, hay gente que directamente me busca", cuenta la mujer, con ese modo suave, casi tímido, que usa para hablar con todos, pero que no le impide ser firme a la hora de las recomendaciones.
Si bien planea el recorrido de cada jornada, también se permite cambiar de planes. "Cada día, cuando salgo, le pido a Dios que me lleve a donde me necesiten", plantea con sencillez.
Esta misma semana, de hecho, estaba en una casa y apareció una chica, embarazada de tres meses, a comentarle que tenía una pérdida y preguntarle si debía ir al centro de salud. Ester le respondió que fuera de inmediato y cuando se enteró de que la joven iba a ir en bicicleta, la acercó en el auto. El médico le dijo que, si no la hubiera llevado, habría perdido el bebé.
"Mi trabajo es lo que me mantiene viva, además de mi familia", sostiene. Aunque más de una vez ella ha contribuido a salvar la vida de otras personas. Como cuando con Verónica Córdoba, la otra agente sanitario de Santa Blanca, se cruzaron con una mujer que iba con las mejillas coloradas y les dijo que sentía náuseas, pero que iba apurada a tomarse el colectivo para ir a cobrar.
Entonces, Ester recordó que era hipertensa y se fueron a la parada, para tomarle la presión, que había llegado a 22, por lo que no la dejaron irse. En el centro de salud, luego de medicarla, le indicaron que había empezado a sufrir un infarto.
Los agentes sanitarios pasan a convertirse en referentes en la comunidad. Ester cuenta que a veces, cuando va a una casa, empieza a charlar y le cuentan cosas que nunca hubiera imaginado y que las personas no se animan a contar a otros, como situaciones de violencia familiar.
Pero su cara se ilumina cuando cuenta que le gusta enseñarle a las mamás cómo tienen que alimentar a sus hijos para que tengan buen rendimiento en la escuela, repartir las semillas del INTA y visitar las fincas.
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