El espacio opositor tiene enfrentamientos y divisiones en diferentes sectores del armado político. La discusión bonaerense, las fisuras de los bloques legislativos y el objetivo central en el camino al 2025
Por Joaquín Múgica Díaz
Máximo Kirchner habló poco más de ocho minutos en su intervención durante el debate por la Ley Bases. Criticó el RIGI, cuestionó el accionar del ministerio de Seguridad que conduce Patricia Bullrich y dejó un mensaje para los propios: “Esta ley contiene cercenamiento de derechos laborales. La oposición deberá pensar cómo construye un 2027 para recuperar estos derechos. Los plazos y los tiempos de la democracia son claros”.
El líder de La Cámpora marcó dos líneas argumentales claras en su discurso. La primera es que la oposición en su conjunto tiene que empezar a construir los cimientos de un nuevo armado político que sea una alternativa. La segunda tiene que ver con sacarle al kirchnerismo el sello del “club del helicóptero”, que legisladores del PRO y La Libertad Avanza intentan instalar con frecuencia en la discusión política.
Si para el Gobierno la sanción de la ley Bases implica un cambio de era en la gestión, para la oposición significa el comienzo de un ciclo donde los diferentes sectores proyectarán alianzas y nuevos posicionamientos frente a Javier Milei. Las elecciones del 2025 están más cerca y la construcción de consensos y alianzas -de Unión por la Patria y la oposición dialoguista– se convertirán en bocetos preelectorales.
En ese camino, el peronismo tiene la enorme tarea de no dividirse. De que los bloques de las dos cámaras del Congreso no se partan y que el bloque de ocho gobernadores peronistas no termine desintegrado y sin fuerza. Para eso el desafío es manejar con cierta sutileza las diferencias internas ya no solo respecto a la construcción política nueva, sino también de frente a las medidas y decisiones del gobierno nacional.
Tratamiento "Ley bases votación particular" Máximo Kirchner (Gustavo Gavotti)
El tratamiento de la ley Bases despertó las viejas diferencias que atormentan al peronismo desde la llegada de Mauricio Macri a la Casa Rosada y tras la retirada de Cristina Kirchner a un segundo plano durante los primeros dos años de gestión de Cambiemos. Por esos años un sector importante del peronismo empezó a discutir la conducción política del kirchnerismo y el rol de la ex presidenta.
Fue el punto de partida de una convivencia compleja, cargada de reproches a escondidas y abrazos a la luz del sol. La feroz interna durante el gobierno de Alberto Fernández profundizó más las diferentes miradas de la fuerza política sobre cómo construir poder, cómo gestionarlo y cómo discutir los posicionamientos estratégicos frente a la definición de leyes y políticas públicas.
La horizontalidad de la discusión y la falta de un liderazgo que abarque a la mayoría, generaron el espacio necesario para que emerjan pequeñas rebeliones internas. Posicionamientos distintos que el kirchnerismo no puede alinear porque la influencia sobre el conjunto no es la misma de antes. Es una realidad innegable que da cuenta del momento que vive la principal fuerza de la oposición.
Hubo dos ejemplos concretos. En el Senado los legisladores Sandra Mendoza (Tucumán), Guillermo Andrada (Catamarca) y Carolina Moises (Jujuy) votaron a favor del Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones (RIGI). Lo mismo hicieron en la Cámara baja los diputados sanjuaninos y catamarqueños. Todos del bloque de Unión por la Patria. A los primeros algunos dirigentes K los acusaron de traidores. A los segundos los respetaron con más silencio. No pudieron torcer su decisión.
“Si me critica y mi insulta La Cámpora, algo debo estar haciendo bien”, dijo Moisés después de que se iniciara una cacería de brujas en las arterias peronistas. La jujeña es de las dirigentes que están más distantes del núcleo K en la Cámara alta. Es también de las que se plegaría a la construcción de una vertiente interna que crezca en los pasillos de Unión por la Patria, pero que se mantenga distante del kirchnerismo. Una convivencia paralela en la misma casa.
Ese es uno de los focos de tensión que tiene la vida interna del peronismo. Son cada vez más los legisladores del interior del país que se quieren desmarcar del kirchnerismo y discutir una estrategia propia. Aseguran que pasaron por una etapa donde el Senado era una escribanía y que para adelante el peronismo debe proponer una alternativa nueva y de centro, que ningún kirchnerista puede ofrecer.
El gobernador de Catamarca, Raúl Jalil, es el peronista que hace más equilibrio en estos tiempos. Si no patea la puerta y rompe el bloque con la salida de sus diputados es porque se siente parte del proyecto político que plantea el peronismo. Aún con diferencias y rispideces. Pero desde que empezó el año recibe pases de facturas explícitos e implícitos sobre su postura colaborativa frente al gobierno de Milei.
No se le mueve un pelo. No ataca y no resiste. Mantiene su postura de que hay que darle gobernabilidad al Presidente porque si le va mal a él, le va mal a todos. Pero tampoco le gustan que lo presionen o lo traten de traidor en las sombras. La diferencia principal que tiene con el tucumano Osvaldo Jaldo es que él se quedó bajo el techo de UP para discutir los posicionamientos y las necesidades desde adentro.
Jalil expresa lo mismo que dijo el senador Edgardo Kueider, uno de los que pegó el portazo el año pasado y se atrevió a romper el entonces bloque oficialista en el Senado. Cree que el peronismo no puede quedar enfrascado en la posición de oponerse, sistemáticamente, a todo. Que no es lo que quiere la gran mayoría de la sociedad y que, a la larga, terminará siendo contraproducente para la fuerza política. Sus diputados votaron el regreso del impuesto a las Ganancias y quedaron apuntados.
Esa teoría contrasta de lleno con la que lleva adelante Axel Kicillof, una de los nombres propios más confrontativos en el esquema peronista, que lidia con la asfixia financiera que le propicia el gobierno nacional y una interna sin final a la vista, donde sus dirigentes más cercanos le discuten poder a La Cámpora.
El último capítulo de esa zaga rompió, que fue la pelea pública entre los intendentes Mayra Mendoza (Quilmes) y Jorge Ferraresi (Avellaneda), hizo retroceder varios casilleros la convivencia entre Kicillof y Máximo Kirchner. Pocos días antes de que Mendoza entrara en cólera porque Ferraresi hizo un acto en su territorio, la criticó y no la invitó, el gobernador bonaerense tuvo una reunión privada, de más de dos horas, con Cristina Kirchner en el Instituto Patria.
Existía una simple tregua entre Kicillof y el líder camporista, que se dinamitó con la pelea de lo intendentes. La Cámpora le apunta al mandatario bonaerense sin titubeos. Lo acusan de no frenar a los dirigentes que le responden. Entienden que es responsable de la multiplicación de los conflictos internos por acción o por omisión. Lo seguro para ellos es que no está libre de toda culpa y cargo.
Mientras la discusión interna de la provincia de Buenos Aires amenaza todo el tiempo la estabilidad política del peronismo, Kicillof se mueve sin pedir permiso construyendo un nuevo perfil. Una convergencia de su kirchnerismo nato con la necesidad de romper fronteras, absorber centralidad y mostrarse con los brazos tendidos. Movimientos que tienen un puerto de llegada en el 2027.
Los focos de conflictos no están solo en el Congreso y la gobernación bonaerense. La CGT tiene su propia interna y la convivencia pende de un hilo casi siempre. Después de seis meses de gestión libertaria está más que claro que el sector de los gordos y los independientes tienen la voluntad de sentarse a negociar con el Gobierno. Un comportamiento similar al que tuvieron durante la gestión de Mauricio Macri.
El ala moyanista y kirchnerista hace tiempo tomó la decisión de mantener vivo una serie de reclamos al Gobierno durante todas las semanas. Son los duros y los que aparecen al frente de cada marcha. La central obrera es un cúmulo de sindicatos y dirigentes que no trabajan con una línea argumental única, salvo contadas excepciones.
El triunvirato de la CGT está desgastado y dividido (NA)
En la última marcha al Senado, cuando se votó la Ley Bases, el sector dialoguista optó por no plegarse. Una muestra clara de que no hay unidad de criterio, ni de acción. El tridente que conduce la CGT perdió representación y poder de fuego como bloque político sindical. Cada uno presiona por su cuenta o atado a los movimientos sus socios. Ya no tienen el peso específico de cuatro décadas atrás.
Ambos sectores quieren influir en el armado de las listas del año que viene. Los dialoguistas a través del PJ Nacional y el vínculo con los gobernadores. Los moyanistas en la vía que lleva a la lapicera de Cristina y Máximo Kirchner. Esa disputa de poder será paralela pero en búsqueda de un mismo objetivo: tener mayor representatividad en el Congreso y la Legislatura Bonaerense a partir del año que viene.
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