Por Eduardo Van Der Kooy
Mauricio Macri fue imputado por la revelación del llamado Panamá Papers, una investigación periodística mundial sobre las actividades en los paraísos fiscales. Apareció mencionado en dos de ellas de la mano de su padre, Franco. Cristina Fernández se encamina al miércoles a inaugurar su desfile en Comodoro Py. La espera Claudio Bonadio por la venta del Banco Central de dólares a futuro, en el final de su mandato. Se pronostica su procesamiento. Ayer fue imputada por el fiscal Guillermo Marijuan por lavado de dinero.
Fernando de la Rúa fue absuelto en el 2015, luego de un trámite controvertido en la Justicia, por el pago de sobornos en el Senado, cuya revelación detonó la renuncia de su vicepresidente Carlos “Chacho” Alvarez y abrió las puertas a la crisis del 2001. Carlos Menem fue condenado a prisión por el tráfico de armas a Croacia y Ecuador. Nunca cumplió la pena a raíz que la corporación política se resistió a desaforarlo.
Ninguno de los casos serían comparables entre sí. Aunque ayudarían tal vez a aproximar un diagnóstico. La política y las instituciones en la Argentina parecen presas de una corrosión indetenible. La sociedad difícilmente logre jerarquizarse en un contexto donde las conversaciones cotidianas rondan casi excluyentemente la corrupción, el lavado de dinero, el narcotráfico, la criminalidad y el estado de sospecha.
Aquellas referencias apuntan además sólo a presidentes o ex presidentes. No sería difícil conjeturar el grado de descomposición hacia abajo en la imaginaria pirámide del poder. Tampoco debería dejarse de reparar en otra cosa. En todos los años repasados sucedieron ciclos de mejoras económica y social. En especial, un poco con Menem y bastante con el kirchnerismo. Ninguno quiso aprovechar esa circunstancia propicia para corregir o, al menos atenuar, aspectos estructurales que a la larga desquician cualquier democracia. Por caso, la impunidad. Al contrario, en ambos períodos se acentuó como nunca, incluso con anuencia popular. La insustentable bonanza económica resultó una anestesia formidable.
Seguramente Macri y su tropa no mensuraron esa situación cuando no adoptaron ninguna previsión en torno al Panamá Papers, sobre el cual fueron notificados dos veces: un mes y una semana antes de la divulgación. De lo contrario, no hubiera demorado cuatro días en brindar explicaciones personales. Y en tratar de reforzar su blindaje: su fortuna será administrada por terceros en un fideicomiso mientras ejerza la primera magistratura. El Presidente no llegó a la Casa Rosada de repente aunque sí con un grado de sorpresa. Esbozó su ambición cuando se transformó en jefe de Gobierno porteño. Iba a probar suerte en el 2011. Se retrajo por la marcha de Cristina que, la muerte de Néstor Kirchner y el repunte económico, convirtieron en arrolladora. Su aparición en sociedades de paraísos fiscales data de 1998 y 2007. No hay a la vista, por lo divulgado hasta ahora, ninguna ilegalidad. Pero su empinamiento en el poder coincidió con la explosión de la corrupción kirchnerista y, por ello, con la bronca más explícita de sectores sociales mayoritarios. No hay ilegalidad, como se dijo, pero ver al presidente recién estrenado indolente ante aquellos menesteres no constituiría buena señal.
Esa desatención de Macri y de parte del oficialismo no habría sido la de todos. Pero los disgustados de Cambiemos depositaron en Elisa Carrió el papel de fiscal interior. En la tercera sesión del Congreso desde que inauguró su gestión, el macrismo tuvo que someterse a una pulseada con la oposición que reclamó, con el coro del FpV y la izquierda, una interpelación a Macri. Salió a flote sin problemas en Diputados con 131 votos de la mano de Emilio Monzó, pero dejó deudas con sus aliados que, seguro, deberá saldar en el futuro. El Frente Renovador, con la voz de la diputada Graciela Camaño, le había demandado explicaciones públicas al Presidente por los Panamá Papers. Pero la agrupación de Sergio Massa sufragó abroquelado en defensa de aquél. Quizá Macri, de ahora en más, deba moderar el mote de “oportunista” que suele colgarle al diputado de Tigre.
El caso tendrá un curso de doble vía. Macri debe rendir cuentas ante la Oficina Anticorrupción que conduce Laura Alonso. La mujer macrista ya recibió recriminaciones por falta previa de imparcialidad. El fiscal Delgado lo imputó para investigarlo. Jurídicamente no significa mucho. Políticamente sí. El juzgado corresponde a Sebastián Casanello. Delgado ha tenido un desempeño variado. Una vez pidió procesar a De la Rúa por el megacanje. Tuvo un pleito con el ex secretario de Seguridad, Sergio Berni, por la situación de las comisarías porteñas. Requirió investigar a Ricardo Lorenzetti por el manejo del presupuesto de la Corte Suprema. Y chocó con el propio Macri en la Ciudad por actuaciones de la Policía Metropolitana contra el narcotráfico.
El macrismo no se habría percatado de otra situación. Sus titubeos permitieron salir momentáneamente de la asfixia al kirchnerismo, atribulado por las detenciones del ex secretario de Transporte, Ricardo Jaime, y de Lázaro Báez. El empresario K sería mucho más importante que el ex ministro de Educación de Santa Cruz. Forma parte neural, más allá del distanciamiento actual, de la construcción del emporio económico de la familia Kirchner. Primero con Néstor. Luego con Cristina, Máximo y Alicia, en ese orden.
Las diferencias se hicieron notorias en el comportamiento de cada uno de los arrestados. Jaime no vaciló en endilgar al ex presidente, a Cristina y a Julio De Vido la orden de compra de vagones chatarra a España. Báez actuó hasta ahora con enorme prudencia. No habló. Presentó un escrito entre judicial y literario. Hasta se autoincriminó por las acusaciones sobre enriquecimiento que había hecho contra Alicia y Ricardo Echegaray, el titular de la Auditoría General de la Nación. Pero su conducta podría mutar después de la declaración de Leronardo Fariña. El valijero habría revelado que Cristina y Báez salieron a buscar la plata escondida que había dejado Néstor al morir. Los Kirchner siguen sus pasos al milímetro por dos razones: la vieja sociedad que integraron con Báez y cierta vulnerabilidad intelectual y emocional del empresario K. Su nerviosismo le disparó una arritmia cardíaca. Temen que pueda quebrarse.
Una decisión de Casanello, sin embargo, logró tranquilizarlos. El juez imputó pero dejó en libertad a Martín, el hijo de Lázaro, uno de los que apareció campante en los videos contando millonadas de dólares. Ex amigo de Máximo. Ese significaría un límite para que el empresario pudiera mantener la discreción respecto de la realidad de los Kirchner.
Los kirchneristas acusaron a Casanello de haber montado un espectacular operativo para detener a Báez, sólo con el objeto de mitigar el mal trance de Macri con el Panamá Papers. Apenas una chicana. El juez llegó donde llegó de la mano de La Cámpora y tuvo adormecida desde el 2013 la causa por lavado de dinero. Es verdad que su despliegue para atrapar a Lázaro fue llamativo. Pero lo hizo para empezar a lavar su propia ropa. Para amoldarse al cambio del tiempo político. Así se comporta la Justicia en la Argentina. Antes le temía al teléfono de Carlos Zannini, el ex secretario Legal y Técnico.
La envalentonada actitud kirchnerista contra Macri sería otro reflejo de la carencia de la más mínima dignidad que debiera sazonar a la política. Transformada en una ciénaga. Guardaron silencio o fueron cómplices durante años de las tropelías de corrupción K. La diputada Juliana Di Tullio se animó a manifestar que las detenciones de Jaime y Baéz serían sólo para “entretener a la gilada”. ¿Qué sería la gilada? ¿El 51% que no los votó? Di Tullio debería evitar por mucho tiempo pasar cerca de un espejo.
Cristina ausculta junto a Máximo y Alicia los golpes contra su emporio refugiada en Santa Cruz. Entre Río Gallegos y El Calafate. El único bastión que le va quedando. Esa solidaridad no tendría que ver únicamente con la situación de aquellos peones esposados. También crece entre ellos la intranquilidad porque la gobernadora no termina de hacer pie en la provincia. Las clases prácticamente no empezaron. Las escuelas funcionan casi un día por semana. Los gremios estatales realizan huelgas recurrentes. Los petroleros están en pie de guerra. Toda la obra pública asoma paralizada desde la ruptura política con Báez. El kirchnerismo duro va girando allí hacia una minoría. Sus estructuras están desmanteladas. Existe una perceptible crispación social por las novedades sobre corrupción que se revelan en el plano nacional.
Cristina trata de persuadir a Alicia que la situación era similar cuando Kirchner asumió a comienzos de los 90 la gobernación. Entonces hizo una rebaja de salarios y capeó el temporal. Pero lo ayudaba Menem. Ahora es imposible.
La señales que llegan desde Buenos Aires tampoco resultan auspiciosas. El gobierno de Macri no está en condiciones de darle ayuda financiera. Máximo tiene problemas incluso con su propia tropa. El jefe del bloque del FpV, Héctor Recalde, intentó imponer a su hijo, Mariano, como auditor en la AGN. Máximo desairó a ambos y ungió a Juan Forlón. Como quería él mismo y su madre. El ex titular de Aerolíneas Argentinas quedó a la intemperie. Debe enfrentar denuncias por anomalías en su gestión al frente de la empresa aérea y por presunto enriquecimiento ilícito.
El kirchnerismo se va apagando en medio de sus propias peleas. También el liderazgo de Cristina languidece. Le queda la ilusión de su inminente paso por el teatro de Comodoro Py para intentar revivirlo.
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