Treinta días se tomó el FMI para otorgar a Macri el mayor préstamo de la historia y tres meses para aprobar un asiento contable que no llega. La encerrona autoprovocada que le quita la palabra al cristinismo. Nueva era por venir, incluso con Massa en Casa Rosada.
Por: Sebastián Lacunza.
Un alto funcionario que porta credenciales kirchneristas y cristinistas desde la primera hora vislumbra un “fin de época”. “Éramos el 50%, después fuimos 40%, ahora somos 30% y vamos rumbo al 20%, con suerte”, se lamenta.
La definición encierra una novedad. El fin del kirchnerismo fue anunciado media docena de veces en el pasado, pero los portadores de la noticia fueron enemigos que confundieron deseos con la realidad. Hace un tiempo, la predicción encuentra eco en ámbitos que la transmiten con pesar y no encuentran motivos para pensar lo contrario en el errático rumbo de la vicepresidenta de los últimos años.
El pronóstico del declive incluye la hipótesis de una victoria de Sergio Massa, a la que el interlocutor de elDiarioAR admite como poco probable, porque lo que llegó verdaderamente a su ocaso es la capacidad “transformadora” del kirchnerismo. Desde otro costado, la naturaleza política de un candidato como Massa —quien difícilmente sería un presidente herbívoro— y una lectura básica de la traumática convivencia del Gobierno que termina invitan a una conclusión similar. Massa podría negociar espacios, reinventarse como adversario de “la derecha”, crear su narrativa, pero no será un nuevo capítulo del kirchnerismo.
Entra por la ventana de este despacho oficial el sonido de las familias de turistas de las provincias que se apropiaron de Buenos Aires en estas vacaciones de invierno. Es el segmento descripto como “los que tienen capacidad de consumo”. Si son una marcada minoría, como dicen opositores y unos cuantos oficialistas, hace rato que se hacen ver, porque llenan restaurantes, hoteles, buses, aviones y centros comerciales de poder adquisitivo variado.
El murmullo que llega de la calle y las selfies de los niños en las esquinas porteñas más emblemáticas tienen un correlato con los datos de consumo y la actividad económica. Los consultores y los informes de los bancos que anegan los medios volvieron a fallar. Previeron recesión el primer trimestre (hubo un alza interanual de 0,7%) y probablemente sobreestimaron la visión negativa para el resto del año. Mayo, al fin, mostró una caída de 5,5% versus 2022. Mirado en detalle, el retroceso se explica en su totalidad por el derrumbe de la actividad agropecuaria, producto de la sequía. Se sabe: las profecías catastrofistas continuarán hasta diciembre, cuando la “reinserción en el mundo” encontrará un coro de relatores para contarla.
“Alberto no tomó una medida redistributiva”, argumenta la voz, que describe una tendencia apreciable de votos a Juan Grabois en su ámbito de pertenencia y no guarda ningún encono personal con el mandatario. Circunscribe su crítica a la procrastinación presidencial para la toma de decisiones. Esto último no aporta ninguna clave para saber quién habla, porque es un grito a voces en integrantes de cualquier tribu de Unión por la Patria.
Lo nuevo que no termina de nacer
La sucesión de los candidatos presidenciales auspiciados por Cristina —Daniel Scioli en 2015, Alberto Fernández en 2019, Massa en 2023, políticos que cuentan cada vez con más juego propio y vínculos con “el poder real”— es un síntoma de que “tiene que nacer algo nuevo”, dice el funcionario.
Si algo da por sentado el sistema político es que “lo nuevo” no vendrá por el lado de La Cámpora o por una versión cristinista con pretensión de pureza. “Los resultados en las provincias, el escenario en general, muestran una búsqueda de cambio, y nosotros no lo somos”.
Por fuera del pequeño círculo que rodea a Cristina y remite a Máximo, la existencia política de ese grupo es concebida como exclusivamente subsidiaria de la vida pública de la vicepresidenta
El contraste entre la capacidad de articulación política de Máximo Kirchner con la de su madre y su padre fallecido es narrado mediante anécdotas abundantes. El repertorio alimenta la noción de un sistema de conducción percibido —entre los no enemigos— con buenas intenciones, pero con pocas lecturas, sin territorio, ni calle, ni mirada estratégica.
Por fuera del pequeño círculo que rodea a Cristina y remite a Máximo, la existencia política de ese grupo es concebida como exclusivamente subsidiaria de la vida pública de la vicepresidenta. De allí la persistencia de ese sector en acometer acciones conservadoras destinadas a preservar los espacios propios o controlar daños en la retirada antes que a la disputa real del poder político. La apuesta es a “perder con lo que tenemos para que no nos traicionen mañana” antes que a asumir la responsabilidad de desarrollar políticas de Gobierno que vayan más allá de cobrar un sueldo estatal.
El callejón de Kicillof
La expectativa de lo que podría considerarse como la izquierda peronista está dada en la capacidad de Axel Kicillof de independizarse de Cristina, sin traicionarla, porque ello marcaría el fin del experimento. La vicepresidenta sigue siendo una líder para un porcentaje decreciente pero atendible de la población y sus mandatos son valorados más allá de esa frontera. El gobernador bonaerense, además de ser el principal referente económico de Cristina, le debe buena parte de su capital político. En ese delgado callejón, Kicillof debería superar un umbral que lo condiciona y encontrar un lenguaje para hablar del futuro a públicos que dejaron de escuchar.
El gobernador enfrenta un desafío electoral de alto riesgo en la Provincia, Eduardo “Wado” de Pedro —otro de los depositarios de expectativas— está por verse y desde las provincias no asoma nadie con mucho más talento político que Sergio Uñac, arquitecto de una catástrofe reciente en San Juan.
Más allá de deseos y proyecciones, la realidad hoy tiene un apellido: Massa. Enemigo de ayer, aliado pragmático hoy, candidato presidencial de Unión por la Patria y ministro de Economía. En horas acuciantes, más que nada, negociador con el Fondo Monetario Internacional.
Un mes para un préstamo récord
Dos capítulos de recientes de la relación del Fondo con Argentina deben ser vistos bajo un mismo prisma.
Entre el mensaje de menos de tres minutos en el que Mauricio Macri hizo público que había pedido auxilio al FMI y el anuncio oficial del préstamo por US$ 50.000 millones, el mayor en la historia del organismo, pasaron treinta días exactos.
Era otoño de 2018. Los dos años previos, el Gobierno de Cambiemos había ejecutado el endeudamiento externo más acelerado conocido por Argentina y los prestamistas privados internacionales, al vislumbrar las consecuencias de lo actuado, cerraron el grifo. Quienes habían apostado a las altas ganancias generadas por las tasas en pesos decidieron recuperar sus dólares y marcharse. El FMI acudió al rescate para —explicó Macri— “ayudar a la gente”.
Semanas después, de la ruta trazada por los técnicos del FMI y el equipo económico de Nicolás Dujovne quedaba poco y nada. El crecimiento de 2018 previsto por el stand-by mutó a aguda recesión, mientras la devaluación del peso y la inflación se disparaban. El ministro de Economía de Cambiemos anunció, el 5 de septiembre de 2018, que solicitaría la ampliación del crédito. En tres semanas, el organismo sumó otros US$ 7.000 millones a la deuda argentina. La recesión duraría tres años y la devaluación y la inflación nunca se detendrían, hasta hoy.
Argentina no termina de despertarse y el préstamo del FMI sigue ahí
Negociación expeditiva para un préstamo récord. Envidia de Ucrania, país invadido, escena de una catástrofe humanitaria, que debió esperar un año para comenzar a recibir los giros de un crédito por US$ 15.600 millones.
Argentina no termina de despertarse y el préstamo del FMI sigue ahí.
Un asiento contable se demora
Hace más de tres meses que el equipo de Massa está tratando de recalibrar las metas establecidas en el préstamo renegociado en marzo de 2022. Varias veces se anunció como inminente el viaje de una comitiva argentina a Washington para ultimar la revisión, lo que llevó a que funcionarios de Economía y el Banco Central convivieran con una valija preparada junto a sus escritorios durante semanas. La misión despegó el martes pasado y los diálogos continúan en la capital estadounidense. El acuerdo —filtran— se acerca. La pulsión del ministro por el anuncio no concretado habilita la duda.
¿La demora obedece a la cautela del FMI para volcar fondos que desequilibrarían sus cuentas como aquel préstamo de 2018? No. Se trata simplemente de un giro previsto en el acuerdo de 2022 que sería utilizado para pagar una cuota de US$ 2.600 millones del crédito acordado por Christine Lagarde y el ministro Dujovne hace cinco años. Apenas un asiento contable y eventualmente un margen para pasar, como mucho, lo que queda del invierno. En algún momento, Massa aspiró a que se anticiparan todos los giros previstos hasta fin de año para enfrentar la inevitable turbulencia electoral, pero eso parece ahora ilusorio.
Desde la renegociación gestionada por Martín Guzmán y aprobada por el Congreso hace un año y medio pasó una guerra en el centro de Europa, el mayor proceso inflacionario global en tres décadas y una sequía que rebanó US$ 20.000 millones a las exportaciones argentinas. Uno solo de esos fenómenos ya sería suficiente para acechar los objetivos del acuerdo, pero el FMI pone sobre la mesa su receta tallada en piedra: devaluación y recorte de gastos.
Sobre el préstamo concedido a Macri en 2018 hubo dos explicaciones centrales. Que se trató de un apoyo político de Donald Trump a su colega argentino, hipótesis sostenida por el fundador de PRO, o que en realidad fue un auxilio a los inversores financieros que habían apostado al carry trade y querían sus dólares de vuelta. De algún modo, Macri también lo admitió cuando justificó que la comunidad de negocios necesitó escapar del “populismo kirchnerista”. Quizás ambas explicaciones sean válidas. Los dólares (USD 44.500 millones de los US$ 57.000 millones estipulados) llegaron para apoyar la reelección y para pagar la huida de los inversores, no del kirchnerismo, sino de la deuda impagable. La aventura no dejó un puente, ni una cloaca, ni un cantero para computar como espacio verde.
En cualquier caso, fue el propio organismo multilateral, en el análisis ex post de 2021, el que concluyó lecciones: “es esencial que se incorporen supuestos realistas” y “los programas deben estar adaptados a las circunstancias de cada país”, entre varias declaraciones elípticas sobre la clamorosa, probada y anunciada falta de solidez de la repetitiva receta. Palabras indulgentes para tamaña catástrofe, pero autocrítica al fin.
En consecuencia, cabe pensar que si el reencuentro entre el FMI y la Argentina de 2018 obedeció — según Macri— a una decisión política, el desencuentro actual tiene una motivación del miso tipo. Se vota en tres semanas y todos los negociadores, los blandos de ayer y los duros de hoy, saben mirar el calendario.
Margen para nada
El candidato de Unión por la Patria llega a las puertas de las elecciones sin posibilidades de soltar lastre. El nuevo “dólar agro” para beneficiar otra vez al sector más privilegiado de la economía o una devaluación de mayor alcance —más allá de lo que se piense sobre su efectividad en este contexto— tendrá consecuencias inflacionarias. A los recortes de gastos ya implementados, se deberán sumar nuevas rebanadas.
Se verá en tres semanas cuánto pesó en la candidatura de Massa la reducción del gasto real de 10,4% interanual durante el primer semestre del año, medida por la consultora Analytica. El ajuste es importante, acompañó al ministro durante toda su estadía en el Palacio de Hacienda, pero a los efectos fiscales se tornó imperceptible por el descenso de los ingresos generado por la sequía histórica. Así las cosas, el Gobierno se verá privado hasta de aplicar medidas electoralistas como aumentos de asignaciones por hijo o créditos masivos a tasas subsidiadas a las que apeló Macri entre las primarias y la primera vuelta presidencial de 2019, mientras los dólares se evaporaban del Banco Central.
El ajuste del gasto es importante, acompañó al ministro durante toda su estadía en el Palacio de Hacienda, pero a los efectos fiscales se tornó imperceptible por el descenso de los ingresos generado por la sequía histórica
Cristina denunció que la renegociación de 2022 fue una indigna rendición ante el FMI. Avisó tarde, en el momento mismo de la firma, pero es su mirada. Si Guzmán intentó ofrecer resistencia, quedó claro que sobreestimó su campo de acción, en el enésimo capítulo que marca las severas limitaciones políticas del no cristinismo. La vicepresidenta creyó que había que seguir negociando (ergo, caer en default y salir del sistema multilateral de crédito) o, por lo menos, hablar con claridad, denunciar la extorsión del organismo, y firmar. A la luz del lápiz rojo que sostienen negociadores del organismo que parecen actuar con mandato electoral, acaso Cristina se podría hacer timepo para ensayar respuestas a algunas preguntas elementales:
¿Será que obtener una rebaja de tasas y ampliar los plazos del gigantesco préstamo del FMI asumido por Macri no era tan sencillo?¿Qué llevaría a Cristina a aceptar en silencio las desmesuradas exigencias de hoy, planteadas sin disimulos, para aprobar un mero asiento contable?Si hace un año que se aplican recortes de gastos significativos y el Gobierno no atina a implementar medidas efectivas de auxilio para el tercio de las familias más pobres que pierden contra la inflación, ¿habrá habido espacio para expandir el presupuesto antes de la asunción de Massa?Maniobrar, operar, denunciar, ganar batallitas para defender un esquema masivo de subsidios regresivos a los servicios públicos que benefició durante largos años a los sectores de mayores ingresos, ¿fue una política inteligente y, sobre todo, útil?
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