De la locura por defender a la locura por atacar. De aquella resistencia heroica en la helada noche de Lens en 1999 a este presente de ser el más goleador de todos. El recorrido de los enfrentamientos con Irlanda ha marcado especialmente la historia de los Pumas en las Copas del Mundo.
El del domingo será el cuarto cruce, el primero por los cuartos de final, pero los tres anteriores fueron todas finales. Como la que viene ahora: el que gana, sigue hasta el último fin de semana; el que pierde, se vuelve a su casa. Nunca hubo tregua en lo que ya es un clásico del rugby, al menos en este torneo.
Los Pumas de 1999, los primeros que lograron atravesar la rueda inicial tras las tempranas eliminaciones en 1987, 1991 y 1995, se defendían del mundo, que les era hostil. Adentro y afuera. Ese equipo aprendió a defenderse, y esos 9 minutos tackleando y tackleando en el playoff ante Irlanda para ir a los cuartos de final no sólo quedaron en la historia por eso, sino porque significó el mojón para todo lo que vino después. En cambio, estos Pumas de 2015 se armaron para atacar al que venga y donde sea. De los 31 jugadores que llegaron a Inglaterra, 17 ya anotaron tries. Con ese mismo hambre de los que defendieron en Lens irán a hacer historia en Cardiff.
El partido del 20 de octubre de 1999 en el estadio Felix Bollaert de Lens es imposible de olvidar en la historia Puma. Irlanda era el único grande que faltaba en los cuartos de final de ese Mundial de Gales. Los Pumas, que habían viajado sin entrenador y víctimas de una serie de desaguisados dirigenciales, también se encontraban con su realidad amateur en un mundo que ya era profesional. En el Millennium de Cardiff, el escenario del domingo, sellaron ante Japón (¡cuánto cambió también la vida de los asiáticos!) el pase a los playoffs, que los jugadores habían privilegiado antes de ir directamente a cuartos de final, donde el rival eran los All Blacks.
Las imágenes se acumulan. La locura por tacklear de Santiago Phelan, Rolando Martin, Gonzalo Longo, Alejandro Allub, Mario Ledesma? El try de Diego Albanese. El pie mágico de Gonzalo Quesada. El cambio táctico de Alex Wyllie (Felipe Contepomi por Ignacio Corleto). La confianza del capitán Liandro Arbizu. La excitación de Agustín Pichot en la conferencia de prensa contestando decenas de preguntas en inglés y en castellano al mismo tiempo. La frase de Wyllie en su cerrado neozelandés: "Bloody nine minutes" (Malditos nueve minutos). Los jugadores caminando por los pasillos del hotel a las 5 de la mañana sin poder dormirse. La montaña de faxes sobre la mesa de la recepción (tiempos sin Internet ni celulares, al menos para los argentinos). El teléfono del conserje sonando sin parar.
Ese 28-24 que generó una especie de Pumanía no aprovechada debidamente tuvo una cara totalmente opuesta cuatro años después. Irlanda esperó todo ese tiempo la revancha. Y nada fue igual el 26 de octubre de 2003 en el Adelaida Stadium, colmado por camisetas verdes. Hasta el clima cambió radicalmente. En una tarde de sol, los de verde ganaron 16-15, pese a que un drop de media cancha de Corleto abrió las esperanzas a poco del final.
Esas imágenes también se acumulan. Marcelo Loffreda mirando a la nada en la puerta del hotel, a cuatro cuadras del estadio. Mauricio Reggiardo y Roberto Grau citados por agresiones a los irlandeses en el scrum. Pichot llegando con su brazo vendado y su hija a la conferencia de prensa. Un plantel que no tenía la cohesión necesaria. Los múltiples cambios que hizo Loffreda. Las distracciones de algunos jugadores con temas ajenos al juego. Lo que había sido un sueño terminó en frustración. Eso era lo que sentían todos. Un Mundial que resultó tan lejano que hasta tuvo pocos simpatizantes argentinos en los estadios.
Pero aquella derrota abrió el camino a lo que llegó cuatro años después. Los líderes del plantel se propusieron revertir esa historia y escribir otra, mucho más grande. Entonces llegó el bueno, otra vez como último partido de la rueda de clasificación, pero con el agregado de que entre 2003 y 2007 hubo un par de enfrentamientos dentro y fuera de la cancha que dejaron secuelas, y con Ronan O'Gara en el centro de la tormenta.
La tarde del 30 de septiembre de 2007, en una soleada París, con un Parc des Princes colmado por argentinos e irlandeses viviendo una fiesta en las tribunas y en los bares, se produjo la revolución Puma. Con una actuación soberbia, con un Juan Hernández iluminado (el día en que acertó 3 drops; el día en que le cantaron "Maradó, Maradó?") y con tries de Horacio Agulla y Lucas Borges, el seleccionado la sometió a Irlanda con un 30-15 lapidario y, como en el 99, la mandó de vuelta a su casa. Hernández y Agulla están en este plantel, como Juan Fernández Lobbe, otro que jugó ese día.
El después, en el hotel en Enghien-les-Bains, fue una fiesta. Todo lo contrario a aquella noche en Adelaida. Loffreda reía, Pichot estaba entero, no había suspensiones y los Pumas iniciaban la ruta final hacia el tercer puesto. Ese Bronce que le abrió el camino a este presente, con competencia internacional y un plan que les permite tener a los Pumas en Inglaterra a un plantel joven, con experiencia y, sobre todo, con un enorme futuro.
Irlanda se vuelve a cruzar en el camino. Este equipo, campeón del Seis Naciones, es mucho más fuerte que los tres anteriores. Es un enfrentamiento de dos seleccionados que crecieron como pocos en los últimos cuatro años. "Lo primero de todo será poder detenerlos. Si lo hacemos, lo otro, el quiebre, en algún momento va a aparecer. No serán 15 como ante Tonga o con Namibia, pero sí 4 o 5, y con eso los podemos dañar", contaba ayer Germán Fernández, entrenador de destrezas. El domingo hay que juntar todo lo que dejó esta historia. La locura por defender y la locura por atacar. Para que sea otro 2007.
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