El cambio de jurisdicción repuso la preocupación por el manejo de la campaña, a diez días de las PASO. Alberto Fernández busca cerrar de una vez ese capítulo. Y dar un mensaje centrado en la promesa de salida de la pandemia y mejora económica. Especulaciones sobre el nuevo juzgado.
La última docena de tuits y retuits de Alberto Fernández resume el eje del discurso oficial en el tramo final de la campaña. Básicamente, pintar un horizonte de reactivación económica y salida de la pandemia, además de confrontar “modelo” con Juntos por el Cambio. Generar expectativas y polarizar. Y sobre todo, tratar de imponer algo parecido a una agenda en los cruces con la oposición, siempre en la medianía de este camino electoral. El requisito previo es claro: borrar los capítulos de costos autogenerados, comenzando por el renglón de las visitas y festejos en Olivos durante la cuarentena. Eso explica el reflejo inicial de disgusto frente al viaje del expediente desde Comodoro Py a san Isidro.
El Presidente hizo la semana pasada su presentación en los términos conocidos, para tratar de dar un corte. Insistió con el forzado argumento de la inexistencia de delito en el caso del cumpleaños de Fabiola Yañez y ofreció una reparación monetaria. Después, bajo el formato de elogio a Sebastián Casanello, hizo declaraciones afirmando que desconocer su planteo sería convalidar “palabras que se dicen en los diarios”. A pesar de que lo dejó expresamente de lado en esta causa, causó impacto casi en simultáneo la carga agraviante del abogado Gregorio Dalbón contra el juez y el fiscal Ramiro González.
Pasado ese tramo de alta exposición del caso, en Olivos se esperaba que el análisis de los planteos de las defensas -el más sonoro, un reclamo de inconstitucionalidad del DNU de la cuarentena- aplacara temporalmente el tema, lo sacara del foco político y mediático. De mínima, por un par de semanas, en coincidencia con los últimos metros de la campaña.
Casanello hizo efectiva ayer una decisión que asomaba ineludible desde hace rato respecto de la competencia territorial para tramitar la causa. Se declaró incompetente y remitió el expediente a la justicia federal de San Isidro.
La primera reacción del círculo presidencial fue ponerse en guardia frente a la posibilidad de que termine en el despacho de la jueza Sandra Arroyo Salgado, ex mujer de Alberto Nisman. Por lo pronto, la causa quedó en manos de Lino Mirabelli, según corresponde por turno. Todo está sujeto a especulaciones políticas en estas horas especialmente sensibles por la cercanía de las urnas. Hasta el día de turno.
Como sea, la figura de Arroyo Salgado provocaba inquietud desde antes en el oficialismo, porque tiene en sus manos otra denuncia por las visitas a la residencia presidencial. Hasta se dejó trascender sin filtro la posibilidad de una recusación, cuando en rigor es un tema abierto. Pero eso solo -es decir, la implícita referencia a la muerte de Nisman- agrega un condimento crítico a una cuestión de por sí desgastante para el poder político, como imagen de privilegios en épocas de restricciones sociales severas. Tampoco genera certidumbre el expediente en el escritorio del juez Mirabelli, porque escaparía al molde político. Se verá cuál es el recorrido, que puede escalar en las instancias de la Justicia.
El caso del festejo de Olivos tuvo desde que trascendieron las imágenes un efecto también interno, indisimulable y ahora más o menos contenido. Desde el Gobierno y desde el kirchnerismo dejan trascender una lectura de encuestas según la cual no tendría efecto electoral significativo. Pero al mismo tiempo, no se oculta el malestar del kirchnerismo duro por lo ocurrido en la residencia de Olivos y no sólo por el episodio del cumpleaños de Fabiola Yañez.
La reconvención de Cristina Fernández de Kirchner pidiéndole a Alberto Fernández que ponga “orden” no habría apuntado sólo al círculo de ministros y secretarios más próximos al Presidente, por su rendimiento como funcionarios, sino a la actividad social en la residencia de Olivos.
Ese contexto sensible cambió hasta el sentido inicial de algunos mensajes. Los actos con escenario de unidad y el discurso presidencial de esta semana sugieren más que la foto. Alberto Fernández dijo que jamás traicionaría a CFK, Máximo Kirchner y Sergio Massa, en ese orden. Un mensaje fuerte.
Hace un par de años, en la campaña de 2019, esa imagen de unidad lo exponía como garante de centro, de moderación. Era un plus necesario en términos electorales para la ex presidente, que venía de la derrota de 2017. Ahora, el gesto de unidad y la frase referida asoman como una necesidad del Presidente para afirmarse después del sacudón por el caso de Olivos y de algunos otros costos autoinfligidos.
Sostener la imagen de armonía interna no es sencilla. Hace unos días, la defensa presidencial de una docente que descalificaba a alumnos por cuestiones políticas, a los gritos, provocó cierta toma de distancia parte de los primeros candidatos en Capital y la provincia de Buenos Aires. Leandro Santoro y Victoria Tolosa Paz buscaron la vuelta para mostrar una posición crítica.
Después, se sucedieron los dichos de Tolosa Paz sobre el goce y el sexo en o con el peronismo, y los de Sabina Frederic sobre la inseguridad y el aburrimiento suizo. En los dos casos, salió al cruce Sergio Berni. A la vieja disputa con Frederic sumó una diferenciación con Tolosa Paz. La candidata y la funcionara remiten al Presidente. Y Berni, con jugo propio, a CFK.
Eso es parte de lo que ocurre detrás del telón de la unidad. El caso de las visitas y encuentros sociales en Olivos no escapa a esa tensión interna, la alimenta.
Por Eduardo Aulicino
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