Por: Carlos M. Reymundo Roberts. La intervención del Partido Justicialista dispuesta por la jueza María Romilda Servini de Cubría dice mucho sobre el caos que vive el partido, pero dice más sobre el estado anímico de la jueza.
La Chuchi andaba tristona porque últimamente no le tocaba en suerte ninguna causa que la llevara a la tapa de los diarios. Contrató entonces a una agencia de marketing y relaciones públicas, que le recomendó tomar esa medida. Además, contrató los servicios de un humorista para que redactara el fallo.
La cosa funcionó. Recuperó el primer plano, la reconocen en la calle, le piden selfies y volvió a sonar su teléfono celular. Está feliz. Los que trabajan con ella dicen que no la veían tan exultante desde que, a comienzo de los años 90 (tiempos en los que había puesto el juzgado al servicio del presidente Menem), le prohibió al gran Tato Bores que la mencionara en su programa. Fue la noticia del año. Un coro de celebridades integrado, entre otros, por Luis Alberto Spinetta, Magdalena Ruiz Guiñazú y Susana Giménez le dedicó una canción y el cariñoso apodo de "Buruburubudía". Lloró de emoción frente al televisor.
Sus asesores de marketing le recomendaron también completar la jugada con la designación de un interventor que garantizara impacto. Barajó varios nombres, pero tropezó con la dificultad de que en el PJ, por una extraña coincidencia, no hay muchos dirigentes que no tengan alguna cuenta pendiente en la Justicia. Eso la llevó a descartar, por ejemplo, a Guillermo Moreno, procesado en varias causas; le gustaba su carácter de acero y sobre todo valoraba la desfachatez que tiene para intimidar con armas sobre la mesa, guantes de boxeo y hasta con el portento de su masculinidad. Finalmente, pensó en Luis Barrionuevo. "Asegura impacto, pero algunos creerán que es una broma", intentaron frenarla. Ella insistió. Dijo que la veta humorística iba en consonancia con el desopilante fallo, en el que no cita jurisprudencia, sino a Perón, y que ya nadie se acuerda de que el líder gastronómico mandó quemar urnas en Catamarca por haber perdido las elecciones a gobernador. "Luisito me remó para que yo fuera jueza, y además su mujer, Graciela Camaño, es una de las principales espadas de Massa en el Frente Renovador. Y con esta movida lo que queremos es que Sergio vuelva al partido", argumentó. El disparate estaba consumado. También la broma. Cuando lo llamó para comunicarle la decisión, Barrionuevo no pudo parar de reírse.
Al espectáculo montado por Cajonera, como yo la llamo por su costumbre de dormir expedientes, se le sumó la resistencia del presidente desplazado, José Luis Gioja, a dejar su lugar. No hay crónica que pueda contener todos los ribetes y matices de ese escándalo. Gioja -que supo ser gobernador de San Juan (tres períodos), que supo ser senador y ahora es vicepresidente de la Cámara de Diputados, que algunas cosas supo, pero que parece haberse olvidado de todo- dio conferencias de prensa a los gritos desde la puerta de la sede partidaria, en Matheu 130, con un vallado de policías que le daban la espalda. No era desdén: creo que empezaron a escucharlo de frente y un par de minutos después les pareció más entretenido mirar a los periodistas. Kirchnerista convencido -convencido por los fondos que le mandaban los Kirchner-, hace dos años, al asumir la jefatura del PJ, se presentó como la renovación. Otro rasgo de buen humor. A sus casi 70 años y con un discurso de populismo sepia, nadie tenía la mínima esperanza de que renovara nada. "Despreocupate, José Luis", le dijeron. Pobre, además tiene de vice a Daniel Scioli, con un perfil en el que la innovación no viene a ser una prioridad.
Las dos primeras medidas que tomó el flamante interventor demuestran que, más allá de consideraciones éticas o jurídicas, Luisito conoce el paño. Primero, mandó cambiar la cerradura de la sede de Matheu. Cuando Gioja toque el timbre, la orden es decirle que el edificio está cerrado por reformas. Y después puso bajo su firma la cuenta bancaria en la que están depositados los fondos del partido. Peronismo sin caja no es peronismo.
¿Qué pasará ahora? Esto es como La casa de papel. Gioja y su gente, grises y burocráticos ocupantes de la sede, de pronto se ven invadidos por una banda de secuestradores comandados desde afuera por la profesora Chuchi. La causa es simpática y despierta adhesiones, pero no tiene justificación alguna. La casa arde: hay nervios, gritos, peleas, heridos y desahuciados. Y muchos millones en danza. Con el correr de las horas y los días, la tropa de ocupación va logrando avances, aunque también en sus filas cunden las dudas y el pánico: la Cámara Nacional Electoral podría dar marcha atrás y decir que la Chuchi se fue de mambo. Que está más Buruburubudía que nunca.
Yo ya sé cómo termina la segunda temporada de la gran serie española. No voy a adelantarles nada. En realidad, algo sí voy a decir. No se la pierdan. No se pierdan tampoco esta versión nuestra. La casa de papel del PJ muestra a los herederos de Perón en su faceta más salvaje; invadidos e invasores matándose y entrelazándose, un mundo de intereses, traiciones y tesoros, la épica de la destrucción, el fantasma del ocaso.
Por Netflix, en Matheu 130.
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