En tiempo de campaña electoral empiezan a sonar los cantos de sirena de los postulantes. Con sólo prestarles un poco atención quedará claro que se parecen y casi se mimetizan con el changarín que mintió para conseguir trabajo.
La semana va cayendo en su crepúsculo y, en el horizonte, sigue brillando la anécdota de José Leandro Sánchez, el changarín entrerriano que mintió para conseguir trabajo. Se inventó la historia de haber encontrado 500.000 dólares y de haber tenido el equilibrio y la ética suficientes para devolverlos y, así conseguir el trabajo esperado. Mintió.
En tiempo de campaña electoral empiezan a sonar los cantos de sirena de los postulantes. Con sólo detenerse un poco para prestarles atención quedará claro que los candidatos se parecen y casi se mimetizan con el changarín de Nogoyá, Entre Ríos. Ninguno de los políticos que deciden luchar por los votos se anima a decirles la verdad de lo que piensan y sienten a sus electores. Para eso hay otros que los enfrían, que los “coachean” para que digan, piensen, sientan, lo que ellos creen (un ideal efímero) que los ciudadanos queremos escuchar. Y, en el mejor de los casos, los preparan para que no tengan problemas con sus colaboradores o con “su” gente. Como el changarín, mienten.
Tal vez ocultan la verdad, como el desocupado hacedor de changas, porque tienen miedo. Temen que los descubran. Pero, ellos que están en el poder, ¿por qué debieran temer? Lo más seguro es que les dé miedo verdaderamente porque piensan distinto o no tan igual a lo que dicen o a cómo lo dicen. Como en la anécdota de Sánchez, no pueden ser auténticos. O, desgraciadamente, sus intereses le ganan la pulseada a la sinceridad.
Así, simplemente, se alejan. Envueltos en la incómoda trampa de la mentira, empiezan su lento camino al sincericidio. Así quedan lejos de la gente, del ciudadano. Un ejemplo clarísimo se vio cuando Juan Manzur esquivó definiciones como Maradona en el histórico gol a los ingleses. Especialmente cuando tuvo que hablar de definiciones que incluían a sus funcionarios o dirigentes que asoman en su camino.
En consecuencia, los políticos hablan cada vez más a través de sus e-mails, por Facebook, por Twitter y por cuanta red les recomiendan sus “coaches” u operadores, pero cada vez les cuesta más dar la cara. En esto, en cambio, se destacó el canciller candidato que aún con su discurso con ambages siempre habla cara a cara.
En ese juego de no decir lo que sienten o lo que verdaderamente piensan todos los candidatos sin distinción de banderías políticas esconden un código diferente al de sus convicciones. Diferente, incluso, al que normatizan en las leyes que ellos mismos escriben y aprueban.
En este mar de diferencias y contradicciones se desata la decisión de llegar a ser candidatos. La mayoría no tiene partidos esenciales; casi todos son sellos y estructuras precarias que sólo sirven para cuidar al dueño. Por lo tanto, al no existir partidos verdaderos, no hay discusión de ideas, no hay internas y al no tener internas los que suelen decidir quiénes serán candidatos son los propios postulantes. Ahí la democracia empieza a descascararse. Una vez que dieron ese paso trascendental, salen a buscar fondos y descubren que ser candidatos es muy caro y, por lo tanto, más fácil que convencer o persuadir es comprar. En ese momento nace la elite postulante. Esa clase diferenciada necesita varios millones de pesos para estar seguros de que tendrán trabajo, como el changarín.
A estas alturas del proceso electoral, la candidatura comienza a convertirse en un vicio, en una adicción. Hasta que finalmente llega la semana o el día del veredicto final. Ya es tarde para arrepentirse. Los que habían previsto gastar 10 pesos ya están complicados y terminan necesitando varios miles de esos 10 pesos. Por lo tanto se endeudan más, y piden varios miles más de esos 10 pesos, y terminan gastando muchos miles más de aquellos 10 pesos que habían previsto. Y, por lo tanto, se comprometen a cualquier cosa, como un adicto. Además no hay partido que se los demande, tampoco en sus discursos hay valores ni promesas que sea tan graves incumplir. Se han convertido en hambrientos de poder, pero ya, antes de ser elegidos son rehenes.
Si llegan a ser electos empezarán la gestión con la idea fija de devolver millones de pesos o simplemente tienen que recuperar millones para vivir tranquilos o para volver a soñar con la reelección. ¿Y los ideales? ¿Y las promesas? ¿Y los valores que se declamaron durante la campaña? Todos terminan siendo candidatos changarín.
Moldeando el discurso
Mientras los futuros gobernantes estudian sus personalísimas “fake news” para llegar al poder, en los bares argentinos, en las mesas familiares, en las charlas de amigos y hasta las íntimas tertulias de las parejas el debate ya está listo. La síntesis es Cristina o Macri. Por lo menos ahí terminan los debates. En esa dicotomía se derrumban los argumentos y caen la gran grieta. La síntesis en la que se ha subsumido todo es “Calidad institucional” vs. “economía” y, hasta ahora eso se está dirimiendo en las urnas. Pero la discusión nacional no tiene su correlato directo en Tucumán.
Pareciera que los postulantes provinciales prefieren esquivar esa discusión y se suben a otra. El miércoles el gobernador-canciller fue claro: “quiero ser gobernador otra vez por todo lo bueno que hice gobernando”. Para explicar eso describió un Tucumán muy diferente a la Nación, sin ayuda y sin conflictos. A ese autito se subió el vecigobernador Osvaldo Jaldo para también volver a ser lo que es.
José Alperovich escribe con otra letra. Quiere mostrar como distinto, como si él fuera un cambio, como si se tratara de otra persona distinta a la que gobernó durante 12 años y estuvo cerca del poder otros ocho cuando fue ministro y legislador. Pero su pasado lo condeno. El electorado se pregunta si puede creerle, si debe confiar. Cuando en los últimos días eligió a Beatriz Mirkin, volvió a recurrir a un decisión entrópica. ¿Por qué no abrió los brazos a alguien que generara una sorpresa o que abriera otra puerta? La respuesta de los alperovichistas es: “porque José no quiere volver a equivocarse” y, en ese caso, están hablando de Fernando Juri y de Juan Manzur, principalmente y de muchísimos otros que eligieron la lapicera de Juan y no el empoderamiento que les dio José. La respuesta que dan los manzuristas es simple: “No tiene gente, nadie lo sigue”, dicen casi con sorna. Los alperovichistas, en tanto, deben analizar si pasarán con la ambulancia por la Legislatura y por el Concejo Deliberante de la Capital, donde hay varios heridos por la conducción Manzur.
Silvia Elías de Pérez, en cambio, puede vender con cierta comodidad la idea de cambio, aún cuando su estructura no pudo subirse al ómnibus de Cambiemos. Desde el Frente Vamos Tucumán, por un lado, apoya la idea de lo nuevo en una cuestión de género ya que hacía tiempo que no había una candidata a la máxima magistratura; y, por el otro lado, es, hasta ahora el único nombre que antes no se ha postulado para ese cargo. Todos los demás son figuritas repetidas. Sin embargo, al igual que Manzur o que Alperovich, la estructura que sostiene la postulación de Elías de Pérez no pretende ni defiende precisamente el cambio y los avatares que afronta su partido primigenio tampoco son sinónimo de un cambio o de una transformación.
Los principales dirigentes no encuentran aún los jugadores clave para la gran final del 9 de junio y tampoco aciertan con el discurso adecuado para desatar la euforia de la hinchadas.
El Palacio y la alfombra roja
El changarín Sánchez había convencido a todos cuando contó su anécdota, pero el relato dejó algunas huellas en el camino que alertaron a los más atentos. Algo parecido les pasó a los legisladores que no pudieron ponerle el moño a la última sesión. Le dejaron servido en bandeja al gobernador la creación del palacio para el ministro de la Defensa Pública. Ahora, el gobernador Juan Manzur deberá estampar su firma en la expropiación de una vivienda frente a la plaza Urquiza. En ese domicilio ubicado en 25 de Mayo al 800 venían trabajando a destajo, día y noche, para instalar el famoso Club de la Milanesa. Después de la sesión de la Cámara, el restaurante se quedó sin mozos, sin obreros, sin actividad. Sólo se oye el susurro de los vecinos que alegan su enojo porque no fueron consultados para esta sorpresiva expropiación que los dejó con los manteles puestos.
En cambio, los legisladores no pudieron crear el Organismo para el Desarrollo Sustentable. Una inesperada estructura burocrática que madrugó a algunos legisladores de la oposición y que tenía ya desplegada la alfombra roja para que algún legislador que viera frustrado su futuro electoral encontrase alguna salida laboral. Una anécdota como la del changarín entrerriano.
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