Por Enrique Pinti
Los que pertenecemos a la generación que tuvo que esperar años y años para poder tener la opción del voto democrático para elegir a los que por mayoría iban a ocupar puestos clave en el gobierno tomamos cada acto eleccionario como una fiesta donde ejercemos el derecho de probar, con todos los posibles resultados que no siempre son la concreción de nuestros deseos pero que, al menos, nos permiten aprender de nuestros errores para modificar en la próxima ocasión nuestras opciones y tratar de cambiar lo que está mal y conservar lo que está bien.
Claro que como nada es perfecto hay que aguantar las campañas electorales, escuchar los distintos lemas y emblemas partidarios, soportar esas caras retocadas con todo tipo de HD, colágenos y botox habidos y por haber y ver cómo, para captar a los sectores mayoritarios, se hacen los populares quienes en realidad son bacanes y cajetillas, cómo se hacen los intelectuales los que son brutos y básicos, cómo las izquierdas se radicalizan, cómo los radicales se transforman y se mezclan en alianzas de triste recuerdo y cómo todos coinciden en "salvar al país" sin especificar qué clase de cambio proponen y, lo más importante, cómo van a instrumentar esos cambios.
La educación, la salud, la seguridad están en el tope de las propagandas pero nadie aclara suficientemente el modo y la manera en que esos ítems tan importantes se concretarán. Es un "votame y verás", una ruleta, muchas veces ruleta rusa, donde la bala mortal está en el cargador que sólo ellos conocen o una apuesta a punto y banca con cartas mezcladas por las manos no siempre limpias de muchos políticos con antecedentes tan dudosos que no dejan lugar a dudas.
Es un "votame y verás", una ruleta, muchas veces ruleta rusa, donde la bala mortal está en el cargador que sólo ellos conocen
Nuestros cerebros están atormentados por grandes problemas que van desde la imperiosa necesidad de subsistir si pertenecemos a clases vulnerables y vulneradas con desempleo, trabajo precario en negro o, peor aún, viviendo de dificultosas maneras como la mendicidad o el plan social con duras exigencias y presiones políticas, a la necesidad de conservar lo que tanto costó obtener mediante trabajo, esfuerzo y ahorro conservando en la memoria experiencias de corralitos y corridas en crisis donde se salvan los bancos en detrimento del pueblo, sin olvidar a sectores privilegiados de gran poderío económico que necesitan hacer prevalecer su categoría y sus arcas por sobre cualquier otra cuestión.
Todos votamos, a todos nos necesitan, pobres, clase media, clase media-acomodada, ricos, oligarcas y super millonarios. Nuestro voto suma y vale por lo tanto los candidatos necesitan seducir con cualquier arma prometiendo justicia social, respeto a las conquistas logradas y seguridades que van desde el orden público a la tranquilidad para pymes, inversiones locales y extranjeras y alineamientos con el mundo teniendo en cuenta a Estados Unidos, la Unión Europea, sin descuidar "por si las moscas" al gigante asiático, la Rusia "putinesca" los "países emergentes" y los hermanos latinoamericanos haciendo equilibrio entre modelos muy diferentes.
Por todo esto y mucho más, cada acto eleccionario reviste una importancia suprema y no debería ser resuelto a la ligera pero somos humanos y tenemos limitaciones. No todos tienen perspectiva histórica y real firmeza en sus convicciones que cambian por cuestiones cotidianas importantes en un aspecto pero que no deberían ser el único motivo de nuestra elección. A veces es más importante ponderar, más que unos transportes, trenes y obras contra inundaciones, la filosofía de vida que proponen desde los afiches azules y blancos, amarillos o color naranja vestidos con impecables chaquetas o supuestas ropas de obreros..
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