Oficialismo y oposición mueven piezas con una fecha en la mira: el 27 de octubre.
El destino no se resuelve en las entrelíneas de los diarios ni en los estudios de TV ni en el ánimo de los protagonistas . Se decide a partir de la solidez de construcciones estratégicas que resisten las campañas, los atajos y las trampas del proselitismo. Si alguna lección dejó el 11 de agosto es que confrontaron dos estrategias finamente armadas –unidad del peronismo, de un lado; polarización extrema del otro– y eso les permitió a los protagonistas preservar los votos del padrón propio. Hacia adelante, es decir hacia el 27 de octubre, el trabajo es mantener esas diferencias en favor propio y armar nuevas construcciones competitivas. Para eso no sirven ni las encuestas –instrumentos de tortura más que de sondeo de la realidad–, ni basta con auscultar el ánimo de los caudillos. Mauricio Macri, en este punto, hace esfuerzos para recuperar el paso; Cristina atiende en La Habana desgracias familiares que no se le desean a nadie.
Para escribir el libreto de lo que viene, vale más dejar de interpretar rostros en las fotografías –si Macri o Cristina sonríen o lloran, naderías–. Los dos están bajos de ánimo. De Cristina se conocen las preocupaciones personales (y judiciales). A Macri lo sufre su entorno, que trata de encuadrarlo en un formato de campaña más sereno, como se esfuerza en hacerlo el Equipo de Discurso (son los encargados anónimos de armarle lo que dice; Macri les pide una cosa, le cumplen, y después él hace otra: los enloquece). Con este cuadro, hay que ahondar en cambio, en la tarea que se imponen a sí mimos los otros dos compañeros de fórmula. El destino está manos de lo que puedan armar Miguel Pichetto y Alberto Fernández, los dos actores suplentes que fueron llamados a salvar la función media hora antes.
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Es otra de las rarezas criollas de estas elecciones, que se suma a ese sainete que es la elección a primer diputado nacional por Buenos Aires. Esta es una lucha encarnizada y sin cuartel, pero que enfrenta a Cristian Ritondo y a Sergio Massa, dos amigos de la vida y de la política, que tienen que hacer esfuerzos para mostrarse los dientes después de años de veraneo y truco, navidades y fines de año compartidos en el mismo balneario de Pinamar. Fiera venganza, la del tiempo.
LOS DOS QUIEREN SACAR AL OTRO DE LA CANCHA
Al oficialismo y a la oposición se les superponen las tareas. Los dos tienen que ser candidatos más que nunca, aunque se aconsejen mutuamente lo contrario. Qué más querría Alberto que Macri renunciase por adelantado a la pelea; qué más querría Macri que enredarlo a Alberto, también por adelantado, en las malandanzas de la gestión. Los dos también tienen que ocuparse de la construcción de poder desde formaciones que tienen en crisis su liderazgo, su programa y también el dominio territorial. No es lo mismo, además, hacerlo con viento de cola –que beneficia al peronismo– que con viento en contra –que asuela al oficialismo–.
Cambiemos es una formación de minoría que sólo saca ventaja si acierta en llaves de judo, que aprovechan la fuerza ajena –eso significa el balotaje en un país de voto obligatorio–. Por eso es esperable que le arruine las expectativas un resultado como el del 11 de agosto. El peronismo vuelve a ser un partido de mayorías, después de una década en la que acreditó como todo aquello que se divide por dos. Se enfrentarán el 27 de octubre, con chance, si pueden reconstruirse como herramientas de poder.
GANAR VOTOS ES TIRAR AL CENTRO
El peronismo ha recuperado el respaldo de sus votantes: se puso en los niveles de Scioli 2ª vuelta. Para mantenerlo tiene que eludir todas marcas de división que le hicieron perder elecciones desde 2009. No le va a costar mucho que los caciques muerdan el freno, porque sienten que la unidad es el mejor activo de supervivencia, como antes fue la división. El liderazgo sigue en discusión en la medida en que Alberto busca, con razón, acercarse al centro, que lo aleja de los dominios del Instituto Patria y trata de interpretar la frase clave de Cristina de Kirchner en su discurso más concesivo: "Conmigo había capitalismo" (inextenso, lo que dijo en cierre de campaña en Río Gallegos fue: "Que no me jodan más con lo del capitalismo. ¡Por favor! Conmigo había capitalismo").
Un problema para refinar la convocatoria al 27 de octubre, porque en las PASO la cuarta fuerza fue el voto en blanco (758.955), que superó a las izquierdas y a las derechas residuales, a quienes tienen que ir a buscar los dos partidos en octubre. Las disidencias de mensajes importan más hacia adentro, pero no parecen hacer peligrar la unidad. Cuando el viento viene a favor, todo es más fácil. Es la explicación de los silencios tácticos de los peronistas. Y bien que hacen, porque tienen un bazar con elefantes que no se van a quedar quietos para siempre. Hay señales perceptibles, aunque amortiguadas. Las leyendas sobre la resistencia de Alberto a mostrarse con Carlos Zannini no son inventos del oficialismo. Las noticias sobre que el candidato eludió una foto con el "Chino" la noche del 11 de agosto, salieron de los cuarteles del peronismo. También las que cuentan que Cristina se hizo acompañar por Zannini en la primera reunión que tuvo el lunes siguiente con Alberto, Alex Kicillof y Carlos Caserio. Por algo se ocuparon de que se conociese: una forma de que el candidato tome distancia del cristinismo extremo, que cree le puede quitar adhesiones de los moderados.
CAUTELA PARA NO DESFINANCIAR AL QUE VIENE, EL QUE SEA
Ese hielo finito por el que atraviesan se prueba en el Congreso. El jueves pasado, el bloque “federal” que fue de Pichetto, y que maneja Caserio, presentó un proyecto de ley para que el Gobierno le transfiera $ 40.000 millones de ATN a las provincias para compensar la baja del IVA a productos de consumo. No dice de dónde saldrán estos recursos, con lo cual el pedido se agota en lo declarativo. Un gesto de queja, pero que preserva las cajas de un futuro presidente, por ejemplo, un Alberto ganador. Si el pedido fuera en serio, podrían estar desfinanciándolo a futuro.
¿Qué habría hecho si jugara fuerte? Podría, por ejemplo, convocar con el voto de todos los peronismos a una sesión para derogar el DNU que abolió el Fondo Federal Solidario, o fondo sojero, que equivalía a unos $ 36.000 millones. Lo había creado Cristina para derivar a las provincias, mediante coparticipación, un tercio de las retenciones a los granos. Hace dos semanas Diego Bossio –jefe de campaña de Massa– tenía listo el proyecto que, además, contaba con los votos de la oposición y alguno del oficialismo, para el quórum y la sesión. Ésta sería una jugada fuerte y exitosa. Pero ni Bossio presentó el proyecto, ni lo hizo Caserio, senador por Córdoba con terminal en el Patria, y también en la gobernación Schiaretti. Podría ser un bombazo a las finanzas del nuevo presidente, Fernández o Macri. Y con eso no quieren jugar.
MACRI TIENE QUE ARMAR DE NUEVO UNA ALIANZA COMO LA DE 2015
Al oficialismo le asisten otras deudas pendientes. La más grave también hace a la unidad hacia adentro. Este lunes no sólo debuta la Comisión de Acción Política (CAP) que preside Macri en persona, y que tiene entre sus integrantes a Elisa Carrió y Patricia Bullrich, las dos personas a quien más escucha el Presidente, y que ha usado para congelar la pelea entre Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal contra Marcos Peña. Este ha sido el cisma interno más serio después del resultado del 11 de agosto, y le ha costado mucho al Gobierno demostrar que entiende en su importancia. La prueba es la gravitación que le ha dado en el discurso al tema de los diagnósticos y los pronósticos. Por ejemplo, repitieron esa zoncera de discutir cuánto erraron o no las encuestas, como si las elecciones midieran el grado de sorpresa de los incautos. O decir que la gente decide a último momento y burla a los encuestadores. El voto a Macri es el mismo de 2015, y más. Y el peronista también. A esa reunión de la CAP seguirá otra de Peña con los jefes radicales –gobernadores, jefes legislativos– para el armado de la campaña.
El miércoles, para completar la saga, el jefe de Gabinete ha invitado a almorzar a Olivos a los senadores del oficialismo. La tarea de estos es urgente: recomponer la alianza que fue en 2015 el Partido del Balotaje. Fue la que le dio un plan de poder a Macri, beneficiario de ese armado estratégico del cual fue la cabeza, no el constructor. ¿Podrá hacerlo solo y con estos aliados desbandados? Sería una novedad. Lo de él no es la construcción de política. Más bien ha jugado a desbaratarla, resultado de aplicar uno de los prejuicios más dañinos de su primer mandato: que es posible gestionar cambios sin construcción de política. El sábado llenó el Tango 04 de invitados para ir a Santa Fe a celebrar los 25 años de la Constitución reformada. No subió ninguna de las estrellas del radicalismo que estuvieron allí en 1994 o que ahora podrían representar la alianza con el PRO. Carrió prefirió ir en auto; de paso honró la devoción por la virgen de San Nicolás y la amistad con Elisa Carca, senadora provincial por esa pedanía.
LECCIONES: SIN POLÍTICA NO HAY GESTIÓN
La crisis en la que entró el oficialismo desde 2017 fue por la falta de sustentabilidad política a los cambios en la gestión. El Gobierno no pudo remontar la sucesión de turbulencias que siguieron, por el alejamiento de sus aliados territoriales, los radicales. Los indicadores de diciembre de 2017, después de la victoria en las legislativas de aquel año, no eran tan malos. Pero la mesa política desbarató la gestión financiera, con su plan de metas de inflación del Banco Central. "Son incumplibles", sancionó Olivos. Con eso descalabró la gestión del Banco Central, al poner en duda el proyecto de frenar a fondo la inflación, para no enfriar la economía ni resentir la recaudación. Parecía traducir el viejo dicho de Alfonsín "Un poco de inflación no vendría mal”.
Desde la perspectiva de hoy es poco comprensible porque la inflación estaba bajando 15 puntos, la economía creciendo al 4% y el crédito al 20 en términos reales. ¿Necesitaba Olivos más inflación para poder cumplir mejor su meta fiscal, además de buscar una política monetaria más laxa? Acá les dejo el teclado a los técnicos. A aquel diciembre siguió la crisis con Aranguren por la venta de Transener, que al final se agrandó hasta que rodó su cabeza, junto a la expulsión de Emilio Monzó de todas las mesas. Era incompatible un hombre de su dimensión en el espacio de Buenos Aires que tenía una sola dueña, María Eugenia. El año terminó con la pérdida para el oficialismo de una silla clave en el Consejo de la Magistratura –la del radical Negri– que el radicalismo entendió que debió defender y mantener Olivos, cuando acordó el voto a Presupuesto y el Consenso Fiscal II. Desde entonces todo ha sido dolor en las relaciones internas dentro del oficialismo, cuya suerte depende ahora de las elecciones en Mendoza, el distrito de Alfredo Cornejo, jefe de la UCR y crítico mayor de las decisiones de Olivos en materia electoral.
LA TRANSMISIÓN DE VOTOS, EN MANOS DE SERVINI
La oposición confía en prolongar la discusión sobre el reglamento. El viernes la jueza María Servini recibió los informes de los siete veedores informáticos que mandó para vigilar el sistema de transmisión de los datos. Fue en respuesta al pedido de amparo del Frente de Todos, antes de las PASO, para que se suspendiese el uso del sistema contratado a la empresa Smartmatic. El argumento de los apoderados del peronismo fue que no era confiable, y lo probarían problemas en los ensayos previos, para reemplazar el viejo sistema de los telegramas. Servini no rechazó el amparo, sino que se reservó tiempo para jugar en otro momento. Para eso ordenó que los veedores le hagan un informe, y crea expectativa sobre la decisión final, si se usará o no el nuevo sistema en las elecciones del 27 de octubre. Si no fuera así, Servini hubiera cerrado todo con el rechazo del pedido de amparo.
Hasta ahora, la jueza había permanecido fuera de la atención del público, salvo con el episodio de la intervención barrionuevista del PJ nacional, que duró poco. Con esto recupera el rol de jueza del poder, como árbitro de un round de las elecciones presidenciales. Para quienes manejan el barómetro judicial, creen que lo que ella resuelva sobre el sistema, marcará el rumbo de las preferencias de los jueces respecto del futuro del oficialismo y la oposición: será fatalmente leído como una toma de posición en favor o en contra de uno y otro, algo que los mirones de tribunales ya hacen sobre otras decisiones de jueces en causas de corrupción.
APODERADO RECUPERADO
En este round electoral el peronismo ya recuperó a Jorge Landau como apoderado, después de que este veterano patrocinante del partido renunciase al cargo, para ser secretario letrado de la bancada de su partido en el Consejo de la Magistratura. Dejó ese cargo cuando ingresó Pichetto el año pasado, que reemplazó al senador Mario Pais. Éste regresó al pasarse Pichetto al oficialismo, y lo trae de nuevo a Landau al Consejo, aunque no como secretario sino como contratado. De esa forma no entra en las incompatibilidades entre un cargo institucional y una responsabilidad partidaria, y Landau podrá seguir siendo apoderado.
Estas minucias burocráticas son la sal de la vida en estos procesos, porque la oposición no suelta los dientes sobre el sistema de recuento de votos. Ahora gira, también con la firma de Landau, una denuncia ante la Dirección Electoral, que afirma que durante las PASO del domingo 11 de agosto, empleados del Correo y personal de Gendarmería pudieron impedir el ingreso de fiscales de su partido en centros de cómputos oficiales de la provincia de Buenos Aires (San Isidro, Pinamar, La Plata, Adolfo Alsina, Pilar, Lanús, Luján), CABA, La Rioja; Chaco; Santiago del Estero; Tucumán; Entre Ríos (Villa Elisa, Colón y Santa Elena), Jujuy y Santa Cruz. Este reproche alimenta la pretensión de la oposición de cuestionar el sistema de recuento de votos que se usó en las PASO. El Gobierno responde que pese a las quejas de la oposición, el recuento fue rápido, los resultados se conocieron temprano y en el recuento definitivo que terminará este martes con los resultados de Buenos Aires tampoco se demostró ninguna irregularidad.
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