Los especialistas analizan la estrategia del Gobierno en materia cambiaria, el contexto internacional y los perjuicios reales de la baja de reservas. Las alternativas de la vuelta a los mercados, la sustitución de importaciones y un impuesto a la compra de divisas.
Por Martín Burgos *
La caída de las reservas se ha constituido, y con razón, en el tema de este principio de 2014. Si nos enfrascamos en la contabilidad económica de la cuestión, veremos que esa caída se debe a una mayor salida de divisas debido al pago de deuda y la demanda de dólares de inversionistas, consumidores, turistas y “atesoradores”. Si miramos del lado de las entradas de dólares, las mismas son menores debido a una menor liquidación de divisas de los exportadores de granos en proporción a años anteriores y a que las entradas por turismo se pierden en el circuito privado (mercado paralelo), y por lo tanto no entran en el Banco Central.
Frente a esa problemática, el Gobierno está tratando de unificar el tipo de cambio aumentando el tipo de cambio oficial y tratando de reducir el tipo de cambio paralelo, principalmente mediante la venta de Boden 2015. El Boden 2015 es un bono que se compra en pesos y por el cual el gobierno nacional se compromete a devolver un equivalente en dólares en 2015, es decir: es una deuda estatal en dólares. Se supone que el dólar paralelo está alineado con la cotización de ese bono, por lo cual con una mayor oferta de esos bonos, debería bajar su precio y por lo tanto debería reducirse el “dólar blue”.
Esa estrategia trae aparejados dos problemas que ya se avizoran: por un lado, el aumento del tipo de cambio oficial empuja los precios al alza, tanto de los productos importados como de los productos que exportamos. Este efecto negativo trata de ser corregido mediante los acuerdos de precios que, por más institucionalizados que sean, deberán ser controlados por el Estado nacional. Caso contrario, es posible que aparezca una reducción de la demanda o un aumento de la conflictividad laboral. Por otro lado, el aumento de la oferta del Boden 2015 constituye un endeudamiento en dólares a corto plazo del cual, el año que viene, deberemos dar cuenta. Por lo tanto, la estrategia seguida pareciera ser la de ganar tiempo para estabilizar durante este año el tipo de cambio y el nivel de reservas.
La otra alternativa, la que prefería el equipo económico, era la de desdoblar el tipo de cambio financiero asumiendo un premio para la entrada de capitales y un castigo para su salida. Este se podía realizar de manera institucional, o en los hechos: comprando los Boden 2015 en pesos para que aumente sus precios y por consiguiente que aumente el “dólar blue”. Esto último ofrecía la ventaja adicional de reducir la carga de la deuda en dólares para el año que viene, pagándola en pesos. Sin embargo, pareciera que tal propuesta no tuvo el aval político, donde sin dudas habrán influido los ecos del conflicto del campo por una propuesta similar, ya que las retenciones a las exportaciones son un desdoblamiento impositivo del tipo de cambio.
Si miramos a nuestros vecinos de América latina, nuestra situación de escasez de divisas parece ser bastante excepcional. ¿Como la resuelven los demás países del continente? Endeudándose. ¿Por qué no lo podemos hacer? Porque aún vivimos las consecuencias del no pago de la deuda externa de fin del año 2001. Saliéndonos del traje de economista, podríamos decir incluso que aquel default fue constitutivo del gobierno de los Kirchner, un gobierno nacido en la debilidad y que fue obligado a ir solucionando los problemas económicos, negociando con el poder económico pero en varias instancias enfrentándolo, porque la solución de endeudarse, de patear adelante el problema, no existía más. ¿Acaso se hubiese nacionalizado YPF si el déficit energético se podía financiar mediante la deuda externa? Tal vez no: nacionalizar YPF era enfrentarse con Repsol. Endeudarse hubiera sido más fácil: el Gobierno quedaba bien con los españoles, y mejor con los financistas de Estados Unidos.
Por lo tanto, la solución a largo plazo ante la restricción externa que vivimos es la de la sustitución de importaciones. ¿Han avanzado los demás países de América latina en un proceso? Casualmente, muy poco. Allí radica sin lugar a dudas una de las contradicciones de nuestra situación actual: nuestro modelo es el de un país que creció sin cuenta capital, como pasaba con los países periféricos durante los años de posguerra. Pero la solución a nuestros problemas, la sustitución de importaciones, entra en contradicción con el mundo actual, donde rigen las cadenas de valor globales como forma de producir a nivel global, y los límites a toda política sectorial de la OMC. Por lo tanto, la tarea pendiente es pensar cómo realizar esa sustitución de importaciones en tiempo de globalización.
* Coordinador del departamento de economía del CCC.
Crisis internacional, precios y reservas
Por Ariel Geandet *
Sobre la crisis internacional de 2008 en Estados Unidos ya se ha dicho mucho. Lo que muchas veces no se hace es ligar sus efectos a los desafíos económicos que enfrenta nuestra región. La política económica de nuestro gobierno es mantener los niveles de empleo y crecimiento con distribución del ingreso. Para lograrlo, los instrumentos son variados y van mutando con el tiempo tanto en su uso como en su eficacia. Utilizar la política fiscal y la monetaria para proteger el mercado doméstico y nuestro incipiente proceso de reindustrialización, habiendo creado más de 200 mil empresas, es correcto y ha sido acertado. Es importante tener en claro lo anterior porque, si no, se pierde de vista la discusión global de lo que se debate.
La emisión monetaria ha servido concretamente como política anticíclica para proteger al mercado doméstico, pero nos hemos equivocado en ligar su evolución a las necesidades de mantener niveles de subsidios sobre los servicios que consumen principalmente los sectores urbanos y de mayor poder adquisitivo. Es claro el cambio en el uso de esos instrumentos.
Como un claro ejemplo de discusión parcial, hay que notar que si la emisión monetaria se utiliza para financiar las partidas de subsidios, entonces, en primera medida están siendo antiinflacionarias y anticíclicas ante el aumento internacional de los precios de recursos estratégicos como la energía. Sin embargo, hoy genera más inequidades que beneficios sociales, por ende, hay que cambiar de instrumento para preservar la política original.
Es interesante además ver la poca importancia que se le da al hecho de que, luego de la crisis internacional, las políticas monetarias de los países centrales han hecho que los bienes “reales” como los alimentos (70 por ciento), el petróleo (75 por ciento) y el oro (150 por ciento) hayan aumentado tanto de valor en dólares desde 2008.
Es decir, producir alimentos de nuestra canasta de consumo y que puedan ser exportados implica tener que resolver un conflicto de intereses, y para proteger el mercado doméstico y el empleo es necesario que el salario no sólo alcance para comprar comida sino también tener un excedente para poder comprar bienes industriales (intentando que se fabriquen en nuestro país).
Ahora, para adentrarnos en la evolución de las reservas, es importante explicar dos facetas del problema, una de corte más histórico y otra más coyuntural. La primera versa en que nuestro país hasta 1968 dependía de su relación entre exportaciones e importaciones. Desde los ’70 en adelante, y principalmente durante la dictadura y los petrodólares, se desindustrializa y comienza a endeudarse. Luego, durante la época de la “plata dulce”, comprar dólares se hizo algo sencillo (compra para atesorar). Durante los ’80 no pudimos crecer por el peso de la deuda externa que heredó la democracia. Todo esto llevó a una renegociación de deuda y al Plan Brady (Consenso de Washington), y a la llegada del Plan de Convertibilidad. Entonces, durante los ’90, con la transnacionalización de la industria y con el masivo endeudamiento público, se profundizaron dos canales de salida de dólares. En definitiva, la historia no termina bien, con la crisis de 2001 y con un peso estructural de factores financieros que afectan la balanza de pagos y la evolución de las reservas. Eso hizo imperativo recuperar una política monetaria independiente.
Desde lo coyuntural y lo heredado, tenemos el desafío de querer industrializarnos con precios de la energía históricamente elevados, precio de los bienes industriales bajos a nivel internacional, y las cadenas de producción muy concentradas y transnacionalizadas; también queremos redistribuir el ingreso con precios de los alimentos elevados a nivel internacional, lo que fuerza una puja redistributiva local. En este contexto, es muy importante destacar: que la Argentina no reprimarizó sus exportaciones, que al resto de la región también se le están fugando dólares y que están expuestos a los flujos de capitales golondrina, que Brasil depende del influjo por Inversión Externa Directa y de inversiones financieras para compensar su cuenta corriente, y la incertidumbre de la renegociación de deuda de los países europeos, donde lo que pase con la Argentina y los fondos buitre es clave para ese escenario.
En definitiva, las tensiones sobre las reservas, por utilizarlas para pagar deuda externa, financiar créditos para sustituir importaciones y sostener una determinada política cambiaria que ayude a no trasladar el aumento de precios de los alimentos, tuvo su momento y debe ser modificado. La intención de regularizar los acuerdos con el Club de París también va en ese camino. Es importante que cambiemos el 35 por ciento del impuesto a cuenta por un verdadero impuesto a la compra/venta de moneda extranjera, y que comencemos de a poco a dar mayor liquidez en dólares para volver a controlar formalmente todos los canales de compra/venta de moneda extranjera.
* Docente UBA y Mesa de Economía-Movimiento Evita.
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