Del “yo me borré” de Casildo Herrera a la prisión de Lorenzo Miguel: lealtades y traiciones en el sindicalismo antes del golpe

Eran los dos sindicalistas más poderosos de la Argentina en 1976. Casildo Herrera como secretario general de la CGT; Lorenzo Miguel como líder de las “62 Organizaciones”. El primero huyó dos días antes de la asonada militar hacia Miguel se quedó en el país y fue preso durante cuatro años en el penal militar de Magdalena

Por: Eduardo Anguita y Daniel Cecchini.

Fue, sin dudas, un sincericidio. Casildo Herrera, que en 1975 había llegado a ser secretario general de la CGT y ante el descomunal deterioro del salario en plena inflación del Rodrigazo no le quedó otra que llamar a un paro general para los días 7 y 8 de julio de ese año, terminaba su carrera de gremialista de un modo ruinoso.

Algunos lo fechan el lunes 22 y otros el martes de un 23 de marzo de 1976. Como fue una huida silenciosa, 24 horas no hacen la diferencia. Casildo Herrera se había tomado un catamarán que a diario unía Buenos Aires con Carmelo. Sesenta kilómetros de distancia que se recorrían en algo más de dos horas. El ex secretario general de la Asociación Obrera Textil (AOT), el de las camperas y patillas cuidadas, el que no hubiera llegado a la cúpula sindical de no haber sido por Lorenzo “el Loro” Miguel, el hombre fuerte de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) y de las poderosas 62 Organizaciones Peronistas, se rajó al Uruguay.

-¿Qué pasa en Buenos Aires? -le preguntó un periodista en Montevideo.

-Ah, no sé, yo me borré.

Fue en una huida en silencio pero no en soledad. También llegaron a la capital uruguaya los dirigentes José Rodríguez (Mecánicos), Ramón Elorza (Gastronómicos), Florencio Carranza (Mercantiles) entre otros sindicalistas de peso. El motivo –o excusa- era “una reunión con dirigentes uruguayos”.

La tapa de Crónica 23 de marzo de 1976 con la frase de Herrera (o Herreras, como escriben su apellido algunos): "Me borré"

Por supuesto Héctor Ricardo García no se iba a perder ese título en la tapa de la edición vespertina de Crónica.

Era un final anunciado.

Un golpe anunciado.

En los cuarteles ya estaban concentrados los grupos de tareas que saldrían de cacería una vez que se conociera el comunicado número uno de la Junta Militar que se autoproclamaría como autoridad máxima del país, conformada por Jorge Videla, Eduardo Massera y Héctor Agosti.

Ya Ricardo Balbín, el jefe de la UCR, una semana antes había hablado en el espacio de campaña electoral (porque aunque parezca rocambolesco mientras el golpe estaba en marcha los partidos hacían uso de los mensajes televisivos) para repudiar a la “guerrilla industrial” y para quedar asociado a otra frase deliberadamente confusa:

-Algunos suponen que vengo a dar soluciones. No las tengo, pero las hay –dijo, y por si quedaban dudas respecto de la cuenta regresiva, intentó una metáfora médica-. Todo enfermo tiene cura cinco minutos antes de la muerte.

La edición de La Razón de aquel día en que Casildo se borró tuvo un título lapidario.

A ocho columnas, decía: “Es inminente el final. Todo está dicho”. Con su formato sábana, en la primera página comenzaba hablando de Videla.

Advertía que se habían cumplido los 90 días del discurso del comandante del Ejército en Tucumán, que para todos era el prólogo del golpe. “Al cumplirse hoy los noventa días de esa dramática apelación, que algunos parecieran no haberla tenido demasiado en consideración en su debida dimensión y profundidad, hay que recordar, ante las circunstancias críticas del presente, algunas de las expresiones del teniente general Videla, que dijo: ‘El Ejército argentino, con el justo derecho que le concede la cuota de sangre derramada por sus hijos, héroes y mártires, reclama con angustia pero también con firmeza, una inmediata toma de conciencia para definir posiciones. La inmoralidad y la corrupción deben ser adecuadamente sancionadas. La especulación política, económica e ideológica deben dejar de ser medios utilizados por grupos de aventureros para llegar a sus fines’. El país se pregunta, a tres meses de aquellas severas palabras, ¿qué debería decir el general Videla si hablara hoy? Una fuente responsable responde: -Ahora nada, todo está dicho.”

La Razón del 23 de marzo con un título lapidario sobre el sostenimiento de la democracia

El “Loro” Miguel junto a la viuda de Perón

-Está todo bien, muchachos. Todo es normal y no tengo noticias de movimientos de tropas. El Gobierno no negocia ni hay ultimátum militar -dijo Lorenzo Miguel a los periodistas que esperaban en la explanada al salir de la Casa Rosada.

Era la una de la madrugada del miércoles 24 de marzo. El “Loro” no solo sabía que Casildo -a quien él había puesto al frente de la CGT- se había tomado un catamarán para escapar del país. Sabía, además -y le resultaba también muy complicado- que otro metalúrgico, Victorio Calabró – gobernador de la Provincia de Buenos Aires - había pactado nada menos que con Videla. Calabró no solo era el gobernador bonaerense, no solo amparaba grupos parapoliciales, sino que además era el opositor más fuerte que tenía Miguel dentro de la UOM.

En la Casa Rosada, Lorenzo Miguel había participado de una reunión en la que estaban ministros, dirigentes peronistas y la propia Presidente. El informante del encuentro era el ministro de Defensa Francisco Deheza, quien antes de la media noche había cruzado la avenida Paseo Colón desde el Edificio Libertador, sede del Ejército, para entrar a la Casa Rosada.

Habla María Estela Martínez de Perón. Detrás, Casildo Herrera y, a la izquierda, Italo Argentino Luder

Deheza venía de departir un largo rato con Videla, Agosti y Massera. Se sentó al lado de la viuda de Perón, los asistentes hacían un silencio sepulcral y las palabras de Deheza no ahorraron crudeza:

-El golpe es inevitable.

Sin embargo, unos minutos después, cuando fue requerido por la prensa, el Loro Miguel en vez de repetir lo que había escuchado dijo exactamente lo opuesto.

-Está todo bien muchachos.

Tan poco bien estaba todo que el Rambler negro que usaba María Estela Martínez de Perón para trasladarse a la Quinta de Olivos llevaba a una mujer sentada atrás, que usaba el mismo tocado y vestía las mismas ropas que la Presidente. Pero no era una doble de riesgo. Esa mujer era apenas un juego distractivo para que a Isabelita le dijeran que “por seguridad” viajaría en helicóptero. Fue acompañada a la terraza por las autoridades de la Casa Militar y subió -junto a su secretario privado Julio González- a una aeronave de la Fuerza Aérea Argentina.

La maniobra engañosa fue parte de la “Operación Bolsa”. Pocos minutos después las aspas del helicóptero se silenciaron en el Aeroparque. Un general, un brigadier y un contralmirante le dijeron la verdad.

-Está arrestada señora.

PlayEl Comunicado N°1 de la Junta Militar, que leyó el locutor salteño Juan Vicente Mentesana

 

Comunicado número uno

El martes 23, el salteño Juan Vicente Mentesana, quedó recluido en la Casa Rosada. Sí, todo junto, Mentesana no era un nombre artístico. Así se llamaba quien había ganado el concurso de ser locutor oficial. Unos uniformados, según su propio relato años después, le llevaron un dossier para que “vaya estudiando” y se quedara a dormir en la sede presidencial.

Al momento de necesitarlo, lo trasladaron al Edificio Libertador. Fue una vez que supieron que la viuda de Perón iba camino a su arresto en una elegante casona que fungía de residencia presidencial de verano al lado del Nahuel Huapi, cuando los jefes del golpe le dijeron a Mentesana “proceda” y le dieron el comunicado número uno.

-Nunca me imaginé que en un improvisado estudio de radio sería el encargado de anunciar la destitución de la Presidente – contaría mucho después el locutor de voz clara y grave.

En simultáneo, camiones, carriers y autos de civil llegaban a los canales y las radios. A los periódicos los llamaron por teléfono para mantener cierta apariencia. Fue el primer golpe de Estado cuyo primer paso fue copar los medios de comunicación.

Para que no quedaran dudas de que los uniformados debían estar alineados, en esas primeras horas un contingente del Ejército se presentó en el domicilio del mayor (RE) Bernardo Alberte, reconocido peronista: distaba unas diez cuadras del Edificio Libertador. Desde el balcón de su departamento, en el séptimo piso, lo tiraron vivo al vacío. A la mayoría de las víctimas de esas primeras horas de furia las secuestraban y las llevaban a cuarteles convertidos en centros de detención clandestina. Lo de Alberte era un mensaje, no había lugar a disidencias dentro de las Fuerzas Armadas.

Casildo Herrera, secretario general de la CGT durante el gobierno de Isabel

Herrera antes del “me borré”

Casildo había entrado de operario a la textil Grafa cuando tenía 17 años. Era el emblemático 1945 y llevaba muchos años de experiencia sindical cuando fue proclamado secretario general de la CGT. Estos cronistas se comunicaron con Miguel Bampini, quien también entró muy joven a Grafa pero a principios de los ’70. Bampini integraba la Juventud Trabajadora Peronista (JTP) y para las elecciones de fines de 1974 integró la lista Blanca como segundo y quien la encabezaba era Adrián Ballesteros. Era para elegir la comisión interna de Grafa, por entonces una empresa de mucho peso en el gremio textil.

La lista se hizo sobre la base de la que se había presentado el año anterior, que competía con la promovida por Casildo. No solo hubo denuncias de fraude, sino que tras las vacaciones la empresa echó a estos opositores a la lista oficial.

-Nosotros también enfrentamos unos comicios fraudulentos pero no nos echaron –cuenta Bampini, quien recuerda que el hombre fuerte de Casildo en la comisión interna era el “Loro” Núñez.

Pasados unos meses, ya en 1975, en asamblea la comisión interna fue sobrepasada por las bases y se eligió una “comisión de reclamos” encabezada por Ballesteros y Bampini. Grafa, frente a la contundencia de la asamblea reconoció a esa comisión, en cambio la AOT la desconoció. Quizá un episodio muestra de modo patente lo que sucedía.

-Un día, en la puerta de la fábrica a Ballesteros lo molieron a palos, estuvo meses antes de recuperarse. La patota actuó ante la inacción del personal de seguridad de Grafa –dice Bampini quien, meses después, mientras estaba en una reunión en la casa de un matrimonio que también eran trabajadores de Grafa, fue detenido por personal del Ejército y de la Policía bonaerense.

-Nos llevaron a una comisaría en Villa Ballester y estuvimos unas dos semanas ahí antes de que nos trasladaran a Devoto. En un momento un comisario me hace llamar y me dice: “Vino gente del sindicato a preguntar por ustedes”. La respuesta de Bampini fue: “Ah, entonces nos van a liberar”. El comisario fue sincero: “Me parece que todo lo contrario, pibe”.

Bampini pasó unos años preso. Su compañero Ballesteros fue secuestrado y está desaparecido.

-En Grafa, después del golpe tuvimos 14 compañeros desaparecidos –dice Bampini.

Casildo Herrera junto a José Ignacio Rucci -su antecesor al frente de la CGT- y Osvaldo Agosto (Gentileza O. Agosto)

Miguel y Herrera todavía juntos

Empezaba julio de 1975 y el trabajo en la mayoría de las fábricas estaba virtualmente parado. El ministro de Economía Celestino Rodrigo había puesto en marcha un plan de ajuste fuertísimo. La Presidente además había decidido no homologar las convenciones colectivas de trabajo que llevaban un poco de alivio al bolsillo. El Comité Central Confederal de la CGT, reunido en la calle Azopardo, discutía qué hacer y el hombre fuerte de la central obrera, Lorenzo Miguel, endureció el discurso:

-La crisis económica que padece el país no es responsabilidad de la clase trabajadora, porque nunca conoció un plan, ni se le asignó un papel protagónico en él. Ni siquiera ahora, cuando se nos exigen nuevos sacrificios.

Fue el secretario general de la CGT, Casildo Herrera, quien leyó a los periodistas el comunicado que convocaba a un paro general por 48 horas desde el lunes 7 de julio para exigir que se reconocieran las paritarias. Mantenían su “respaldo a la presidente de la Nación”, pero era la primera vez que el movimiento obrero peronista le hacía un paro general a un gobierno peronista. La medida era precedida por una presión visible: las huelgas se extendían en los centros industriales de Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires.

El lunes, la huelga fue tan grande como la debilidad del Ejecutivo que tuvo que recurrir al presidente provisional del Senado, Ítalo Luder, al frente de la Casa Rosada. Isabelita debía tomarse “un descanso”. Muchos presagiaban la caída de Isabel, que estaba reunida en Olivos con la Junta de Comandantes en Jefe.

Al día siguiente, en pleno paro, fue derogado el comunicado que desconocía las paritarias. Tras consultar a Miguel, Casildo Herrera anunció que se levantaba el paro.

La muñeca del “Loro” había recompuesto la relación con Isabelita. En ese clima, la Presidente debió dar lugar a la renuncia de su mentor y favorito, el ministro José López Rega, quien pocos días después dejaba el país.

Lorenzo Miguel ocupó desde entonces no solo un rol central en el sindicalismo sino también en la Casa Rosada.

Los caminos se bifurcan

A fines de 1973, tras el asesinato de José Antonio Rucci, Miguel se había convertido en la figura más importante para Juan Perón. Estuvo entre quienes apoyaron la llegada de Emilio Eduardo Massera a la jefatura de la Armada.

El “Loro” para nada quería ser cómplice del golpe. Ni siquiera indiferente. Y estaba muy lejos de los combativos del movimiento obrero. La prueba más evidente fue en marzo de 1974 cuando la seccional Villa Constitución de la UOM había sido ganada por la combativa Lista Marrón -con Alberto Piccinini a la cabeza-, Miguel no solo ordenó la intervención de la seccional sino que avaló la detención de todos los miembros de las comisiones internas de las tres fábricas más grandes y de la propia comisión directiva.

La intervención militar y policial en esa ciudad dejó muertos y una enseñanza muy clara: la UOM nacional no estaba dispuesta a tener “seccionales díscolas”.

Lorenzo Miguel, el dirigente de las 62 Organizaciones Peronistas fue preso por la dictadura y cuando salió se fue a vivir a un departamento en Villa Lugano (NA)

Un escenario distinto se presentó para esos sindicalistas “burócratas” cuando en la noche del martes 23 de marzo de 1976 los grupos comando se presentaron en la sede de la CGT y de los gremios más importantes. Apenas detenida Isabelita, el comando radioeléctrico de la Policía Federal transmitía una lista de personas buscadas: los cuatro primeros eran el ministro de Trabajo, Miguel Unamuno; el jefe de las 62 Organizaciones, Lorenzo Miguel; y los dirigentes de la construcción y la alimentación, Rogelio Papagno y Hugo Barrionuevo.

A Lorenzo Miguel lo detuvo una patota del Ejército. Dicen que entre otros flagelos le hicieron un par de simulacros de fusilamiento. Quizá por una gestión de Massera, al rato era llevado al puerto, donde estaba amarrado el buque de guerra 33 Orientales. Lo cierto es que otros detenidos por el Ejército también fueron llevados allí. Uno de ellos, para tratar de evitar la detención se rapó la ondulada cabellera y se quitó las grandes patillas. Era entonces gobernador de La Rioja: Carlos Menem.

Casildo Herrera había sido detenido en Montevideo. Sin embargo, en pocas horas logró que la embajada de España se ocupara de su destino y tardó unos días en llegar a Madrid donde vivió hasta tiempo después de que se recuperara la democracia en la Argentina. En su exilio logró que la Unión General de Trabajadores –principal central laboral española- así como la Organización Internacional del Trabajo le dieran pensiones como para vivir sin sobresaltos.

Tras el triunfo electoral de Alfonsín volvió a la Argentina con la idea de recuperar el liderazgo de la Asociación Obrera Textil. Sin embargo, el “me borré” no se borró de la memoria de otros argentinos. No pudo hacer pie, vivió con muchas comodidades hasta su muerte en agosto de 1997.

En cuanto a Lorenzo Miguel, tras su estadía en el 33 Orientales fue trasladado al penal militar de Magdalena donde estuvo alojado cuatro años hasta que le dieron la “libertad vigilada”. Fue por un decreto publicado en el Boletín Oficial el 16 de abril de 1980. Se fue a vivir a un monoblock en Villa Lugano, cerca de Mataderos y al tiempo pudo volver a Nueva Chicago, el club donde, dicen, en su juventud no le iba nada mal con los guantes. Murió en diciembre de 2002, a los 75 años, después de tres décadas al frente de la UOM.

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