El veto al presupuesto universitario, la privatización de Aerolíneas y el ajuste en salud agravan la crisis de Milei, con una inflación que no cede y más pobreza, mientras Cristina retoma protagonismo en un clima de creciente tensión política y social.
Por: Nicolás Lantos.
El proyecto explícito de demolición del Estado nacional que promueve Javier Milei tuvo esta semana otra colección de momentos infames entre los que se destacan el veto a la ley de presupuesto universitario, que no será fácil de defender en el Congreso, el decreto que habilita la privatización de Aerolíneas Argentinas, yendo en contra de lo que propio gobierno le prometió a varios gobernadores cuando se negociaba la ley de bases, y una profundización en el desguace del sistema de salud pública que incluye el cierre de algunos establecimientos (como el Hospital Laura Bonaparte, que dejará de funcionar a partir del lunes) y el vaciamiento de otros (incluyendo el Garrahan). Educación, transporte, salud: la maquinaria cruje exactamente donde todos esperaban, porque todo sucede a plena luz del día. Nadie puede escudarse en el desconocimiento ni vale hacerse el sorprendido.
A pesar del dólar planchado y la recesión brutal, la inflación se niega a continuar bajando una pendiente que la acerque, en algún momento, al cero. En ese contexto, las paritarias pisadas y el desempleo rampante siguen infligiendo daño a los salarios mes a mes. La brecha entre los tipos de cambio se achica gracias a la entrada de divisas por el blanqueo, pero al mismo tiempo lo que se agranda es la distancia que separa el salario que percibe un trabajador de los gastos que debe afrontar cada familia todos los días. Según datos oficiales hay seis millones de pobres nuevos desde que asumió Milei y que se explican, principalmente, por la devaluación del primer mes de su gobierno y la caída sostenida del empleo durante lo que va de su mandato. Tres millones cayeron por debajo de la línea de indigencia, es decir que no les alcanza para evitar la malnutrición, que puede dejar secuelas permanentes.
Un reporte de la Agencia Reuters publicado esta semana da cuenta de que “en los barrios pobres de Argentina está arraigando una emergencia alimentaria a medida que crece la pobreza, con aumento en la malnutrición y médicos que deben tratar a niños por enfermedades en los ojos e incluso escorbuto vinculados a la falta de vitaminas en sus dietas”. El informe indica que más de un millón y medio de chicos se saltea una comida todos los días y se alimentan de forma menos nutritiva por el aumento del costo de vegetales y carne. Norma Piazza, una pediatra especializada en nutrición, asegura: “Estas cosas existen en América Central, en África, en Asia, pero aquí nunca se había visto”. De acuerdo a la nota, uno de cada diez chicos de menos de cinco años en el país está desnutrido y la tendencia es que esa cifra siga subiendo a medida que siga subiendo el precio de la comida.
En el gobierno de Milei se defienden argumentando que el aumento de la AUH supera la inflación acumulada en estos meses. Está a la vista que eso alcanza para evitar que se dispare la cantidad de pobres. Se trata de la demostración empírica de que nadie vive de un plan o un programa social sino que son ingresos que casi siempre complementaban el fruto de changas, rebusques y trabajo informal. Cuando la recesión elimina esa fuente de recursos paralelos, que representa, casi sin excepción, la principal entrada de dinero en cada familia, la asignación que hoy alcanza unos 70 mil pesos por hijo queda demasiado lejos de la canasta básica alimentaria, que determina la línea de indigencia, y ya está en 405 mil pesos mensuales. El ajuste de Milei está montado sobre la expropiación del valor de los salarios, los ahorros y las jubilaciones de todos los argentinos.
La multitudinaria marcha de este miércoles dio cuenta de que la licencia social a semejante saqueo comienza a flaquear, impresión que coincide con los números que manejan las consultoras contratadas por el propio gobierno. Varios políticos de primera línea que habían elegido el silencio desde diciembre del año pasado, mientras Milei desplegaba su plan de destrucción sistemática del país, están percibiendo lo mismo y levantaron notoriamente su perfil durante la última semana. Por momentos parece que se saltearon el 2024 y pasaron directamente a la siguiente campaña electoral. Habrá que ver si saben interpretar el reclamo masivo, que exige una estrategia común para ponerle freno a la topadora libertaria, o si quedarán enredados en internas que difícilmente ayuden a reconciliar a la sociedad con la política en general o con ellos en particular.
Cristina Fernández de Kirchner caminó por La Matanza el martes, salió al balcón del Instituto Patria el miércoles y el jueves se hizo aclamar presidenta del PJ. El operativo lanzado a través de sus redes sociales tuvo poco rebote por fuera del dispositivo más cercano a la expresidenta. El gobernador de La Rioja, Ricardo Quintela, que ya se había postulado para esa posición, confirmó que intentará competir contra ella en las internas. Dos rarezas que componen el cambio de época. Ella nunca aceptó esa formalidad durante una década y media en la que condujo sin mayor resistencia al peronismo. Y en otro momento si la hubiera querido podría haberla tomado sin resistencia. Una tercera rareza: hasta ahora, cada vez que intentaron disputarle esa primacía fue por derecha. En esta ocasión el desafío llega desde un sector ideológicamente afín, de indudable pedigrí kirchnerista.
Su postulación fue leída como el reconocimiento tácito de que su dedo ya no tiene el peso de antes. Que necesita jugar ella para seguir resultando determinante. Eso abre una pregunta que todavía no tiene respuesta: ¿Quién es el candidato o candidata de ese dispositivo político? CFK deberá encontrar una explicación convincente de por qué, después de haber encolumnado al peronismo detrás de Daniel Scioli, Alberto Fernández y Sergio Massa, hoy cuestiona el liderazgo en ascenso de Axel Kicillof. Después de todo, hace poco más de un año ella hablaba de trasvasamiento generacional y pedía que todos los militantes sacaran de la mochila su bastón de mariscal y no para que le peguen en la cabeza a otro compañero. ¿Qué pasó? ¿Qué cambió desde entonces? Entre varias otras cosas, cambió el sistema electoral que los argentinos usaron el último siglo.
La implementación de la boleta única debilitará el sistema de partidos políticos en la Argentina y fomentará una mayor atomización de la representación parlamentaria junto a la llegada al Congreso de figuras conocidas en los medios o las redes sin estructura política detrás. Uno, dos, muchos Milei. Pero además, al desenganchar las elecciones nacionales de las distritales termina con el arrastre del candidato presidencial hacia abajo, de los intendentes hacia arriba y promueve o facilita el desdoblamiento de los comicios locales, lo que cambiará radicalmente la lógica de armado de listas y la confección de las campañas electorales. Después de la sanción de la ley, todos los sectores parecen convencidos de que la novedad los beneficia. Necesariamente alguno está equivocado.
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