Por: Nelson Castro. La Argentina se mueve a velocidad crucero entre extremos: la economía no despega, pero todo el mundo habla del país.
Finalmente hubo Pacto de Mayo. El acto fue una demostración de lo extravagante del momento que se vive en el ámbito de la política. En plena noche, con algún gobernador dormido y otros luchando para no caer en las garras de Morfeo, todos pasmados de frío y sometidos a una solemnidad que les quedaba lejana y los incomodaba visiblemente. Ni que hablar del disgusto de Mauricio Macri, cuyo protagonismo ausente se hizo notorio.
El expresidente no pudo disimular su enojo por considerar que debió haber recibido algún tipo de trato diferencial. Yendo a la substancia de lo que se firmó esa medianoche ávida de historia, a nadie escapa que el decálogo de buenas intenciones que se plasmó en el documento adolece de originalidad. Cada uno de sus puntos ya está enunciado en la Constitución Nacional. Dicho esto, es menester señalar que los gobernadores que no asistieron –Axel Kicillof, Ricardo Quintela, Gildo Insfrán, Sergio Ziliotto y Gustavo Melella– exhibieron la nociva miopía política que los aqueja desde siempre. La firma del Pacto de Mayo en nada afectaba sus convicciones ideológicas, a las que antepusieron a sus responsabilidades institucionales. La errónea concepción que tienen del ejercicio del poder les impide darse cuenta de que cada uno de ellos no está al frente de una facción partidaria sino de una provincia –en la que viven ciudadanos de diferentes pensamientos políticos– a la que deben representar y cuyos intereses deben defender. Parece mentira tener que recordarles a estos gobernadores esta verdad de Perogrullo.
Ya con el Pacto de Mayo firmado y la Ley Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos sancionada, el Presidente y su gabinete deben a partir de ahora enfocarse decididamente en la tarea de gobernar. Por si Milei no lo advirtió aún, la ausencia de gestión es uno de los principales problemas de su administración junto con la catarata de renuncias –y, sobre todo, despidos–en un contexto en el que nombres propios es lo que falta. El Gobierno festejó el índice de inflación del mes de junio que, a pesar de haber sido levemente superior al de mayo, permaneció bajo el guarismo de 5%. El 4,6% es producto fundamentalmente de la recesión económica reinante más allá de algún leve repunte que se evidencia en unos pocos rubros. El bolsillo está lejos de percibir algún alivio significativo y el aumento de las tarifas de los servicios públicos fue un azote. Es cierto que se ven caídas de precios, pero aún esos nuevos valores son altos para el menguado poder adquisitivo de la mayoría de los ciudadanos. La canasta básica está en 873.169 pesos. Por si alguien no cayó aún en la cuenta: una inflación del 4,6% mensual es alta. La pregunta que queda sin responder es si será posible perforar ese piso de entre el 4 y el 5%. La Argentina sigue siendo un país muy fuera de norma.
Es claro que el Gobierno enfrenta ahora un problema crucial: la falta de dólares. Esto lo aleja de levantar el cepo, medida esencial para la concreción de sus objetivos. Hasta que ello no ocurra, las ansiadas inversiones no vendrán. Sin levantamiento del cepo también se restringirán las liquidaciones de los productores agropecuarios, única manera que tiene el país de acumular dólares. Lo dijo con todas las letras Fernando Villela, el ahora exsecretario de Bioeconomía, cesanteado de un plumazo a comienzo de semana. Esta es la realidad. Por eso el Presidente produjo una sorpresa negativa cuando salió a acusar al banco Macro de estar boicoteando el plan económico. El fantasma de Sergio Massa allegado a Brito volvió a sobrevolar la escena. Esa acusación no solo sorprendió, sino que hizo ruido y generó incertidumbre. Le respondió el mercado con otra suba del blue. El intento de Luis Caputo de minimizar los dichos de Milei fue vano. Como hombre de la economía, el primer mandatario debería saber que los mercados reaccionan –ante todo– basados en la confianza o, mejor dicho, ante la falta de ella.
Por otro lado, cuando durante los veinte minutos de chats abiertos al público que Milei tuvo el martes 9 a la mañana, Lucas Morando le preguntó sobre una posible fecha para la eliminación del cepo, la respuesta del Presidente fue interpretada de forma negativa por los mercados y los inversores. “El cepo no se levanta más”, fue la lectura que muchos hicieron. Como dijo Carlos Melconian: “No hay fideos ni hay tuco”. Al menos por ahora. La realidad demuestra que, por primera vez de manera insoslayable, a Caputo le hacen sombra los nubarrones. Esta semana tuvo que repetir que no está pensando en una devaluación. El Gobierno deberá pensar de manera urgente cómo reactivar la economía aun en un entorno desfavorable y con un Banco Central flaco en sus bolsillos. Las reservas de libre disponibilidad se acercan a cero.
Federico Sturzenegger acelera el comienzo de su gestión con fotos impostadas con el ministro de Economía. Habrá que ver hasta dónde llegan los tentáculos del nuevo hombre fuerte del Gobierno.
Mientras tanto, la Argentina sigue siendo un país pendular que se mueve a velocidad crucero entre los extremos: es el país que no logra despegar en materia económica, pero que tiene un presidente del que habla todo el mundo; es el país que no puede encontrar a un niño que desapareció de su hogar hace casi un mes; es el país del fútbol que, por los buenos resultados, le perdona todo a un presidente de la AFA muy flojo de papeles, es el país donde seis de cada diez niños son pobres, es el país que vive aferrado al pasado y con un futuro incierto... Argentina es el país de la Biblia y el calefón.
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