Por: Nelson Castro. La casta política debería tomarse más en serio su rol en el sistema democrático y abandonar actitudes que lo dañan.
Es evidente que los gremios aeronáuticos han perdido contacto con la realidad. No han dimensionado el cambio cultural que ha experimentado la sociedad. Creen que hay una actitud de apoyo a sus reclamos y de defensa cerril de Aerolíneas Argentinas. Se quedaron en el tiempo. No se dan cuenta que el capital con el que cuentan es el servicio que prestan y la calidad con que lo hacen.
En ausencia de ese servicio y en presencia de las consecuencias negativas que para los pasajeros significa tal situación, está fuera de toda lógica pensar que “la gente”, va a manifestarse solidaria o comprensiva con la dirigencia sindical. Dirigencia que, por otra parte, sigue aferrada a sus privilegios que están muy por encima de los trabajadores a los que representan y de cualquier ciudadano de a pie.
Los paros que llevaron a dejar a decenas de aviones en tierra perjudicaron a decenas de miles de pasajeros que no pudieron viajar. Es decir, las víctimas fueron los clientes de la empresa y no Javier Milei o sus funcionarios. Tamaña tropelía –reiterada con fiereza– generó una bronca en la gente que está harta de ser tomada de rehén por una dirigencia sindical pródiga en privilegios. El jefe de la Asociación del Personal Aeronáutico, Edgardo Llanos, estaba en Madrid paseando con su familia el mismo día del paro. Es una muestra más de que a los caciques sindicales sólo les interesa defender su riqueza. Por eso la compañía tuvo hasta enero último catorce gerencias, siendo que puede funcionar perfectamente con ocho, lo que representó una reducción significativa de su déficit crónico. Por eso también los sindicatos presionaron para que cerrara Latam –objetivo que lamentablemente lograron– con la secuela de centenares de empleados que quedaron en la calle de un día para el otro, cosa que nada les importó a los Biró o Mariano Recalde de la vida. Necesitaban sí o sí restablecer el monopolio de Aerolíneas, porque esto les aseguraba la supremacía necesaria para obtener más privilegios para sus bolsillos.
Estas conductas por parte de estos y otros personajes del mundo sindical, han hecho que el cariño enorme que otrora la mayoría de la población le prodigaba a Aerolíneas Argentinas se haya ido perdiendo en forma paulatina, pero sostenida. Y si el paro salvaje se ahonda, esa empatía se perderá definitivamente.
Debido a esto, se vive al interior de los gremios una situación muy particular. Entre los pilotos, por ejemplo, son muchos los que no están de acuerdo con las medidas de fuerza y sienten preocupación ante la posibilidad del cierre de la empresa o de una nueva privatización. En simultáneo, tienen temor de expresar su oposición ante la posibilidad cierta de recibir una represalia por parte de la patota de los gremios.
Los popes sindicales tampoco han demostrado comprender el fenómeno que representan Milei y su gobierno, quienes demuestran sentirse a sus anchas cada vez que deben enfrentarse a la dirigencia gremial, ejemplo verdadero de casta. Producto de esta serie de medidas de fuerza salvajes es que la privatización de Aerolíneas, ítem que había sido excluido de la ley “Bases”, haya recobrado nuevos bríos. “Si Biró o algún otro sindicalista piensa que la gente va a salir masivamente a la calle para defender la empresa aérea, está claramente en una sintonía distinta y distante de la realidad”, señalaba el viernes un analista luego de haber visto una serie de encuestas con preguntas sobre el tema hechas en los últimos días. La épica de una aerolínea de bandera ya no existe y resulta absolutamente anacrónica.
Toda esta miopía no es exclusiva de los aeronáuticos. La semana dejó una postal estampada en las páginas de todos los diarios. Los principales sindicatos del transporte crearon una mesa nacional para cerrar filas en contra de las políticas del gobierno de Javier Milei y decretaron el estado de “alerta y movilización”. Más olor a naftalina en el ambiente. Solo basta con repasar los miembros que participaron de ese convite: Pablo Moyano (Camioneros), Mario Caligari (UTA), Omar Maturano (La Fraternidad), Juan Carlos Schmid (Fempinra), Raúl Durdos (SOMU), Pablo Biró (APLA). En su mayoría, personajes anclados por décadas al poder de sus sindicatos. Muchos de ellos se encontraban enfrentados, pero ante la posibilidad de ver afectados sus bolsillos, dejaron de lado cualquier punto de discordia preexistente. Vamos a decirlo con todas las letras: poco les importa defender los derechos de los trabajadores a quienes deberían representar. Basta con observar sin mucho detenimiento sus patrimonios para recordar que se trata de sindicalistas ricos y trabajadores pobres.
Una medida de fuerza conjunta podría paralizar el país. Sin transporte cada rama de la vida en sociedad se vería seriamente afectada; desde la recolección de residuos, hasta la distribución de alimentos a los supermercados. El poder de extorsión es grande y no les interesa ponerse a la gente en contra. Volvemos al principio, su accionar los separa cada vez más de los verdaderos trabajadores. En el Gobierno respiran agradecidos.
El presente de la clase política argentina sigue sin estar a la altura que la propia realidad demanda. El primer atisbo de consenso se vio en los últimos días cuando el PRO se ordenó mínimamente para prestar un blindaje legislativo, pero transitorio al Gobierno. ¿Qué pasará si los libertarios ganan las próximas legislativas y alcanzan una mayoría que les permita avanzar sin tantas negociaciones? Se enciende una luz amarilla. El peronismo continúa implosionado y el kirchnerismo duro refugiado en la provincia de Buenos Aires implorando al cielo que los papelones de su último gobierno salgan por un momento de los noticieros. Ni hablar del radicalismo, que por estas horas debate sanciones internas para algunos de sus miembros. La casta política debería tomarse más en serio su rol en el sistema democrático y dejar de comportarse como una estudiantina de colegio secundario, que día tras día sigue dañando la calidad institucional.
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