La caída en la cantidad de pasajeros y la falta de un lugar donde amarrar en la costa central complican la continuidad de los paseos.
El último fin de semana largo, el Barco Cuidad de Rosario pudo zarpar apenas una vez para cumplir con los recorridos turísticos que desde hace 43 años realiza por el alto Paraná. A la embarcación que enseñó a los rosarinos a conocer el delta isleño le cuesta salir a flote: la caída de los viajes y la falta de un lugar donde amarrar a resguardo en la costa central complican la continuidad de los paseos. Los dueños de la nave llevan seis meses tramitando un permiso para usar un espejo de agua ubicado entre la estación Fluvial y la guardería Centro, pero no encuentran respuesta. Mientras el tiempo pasa, “se hace cada vez más difícil mantener el barco y seguir trabajando”, advirtió ayer Fernando Apeseche, tercera generación de la familia propietaria de la nave.
El Ciudad de Rosario exhibe varios pergaminos: fue el primer y único barco de turismo construido completamente en la ciudad, la Cámara de Diputados de la Nación y el Concejo Municipal lo declararon “de interés turístico” y el municipio lo designó “de interés cultural”; pero sobre todo la embarcación forma parte de la memoria colectiva de los miles de rosarinos a quienes acompañó en su primer travesía por el río (ver aparte).
Sin embargo, según advierten sus dueños, la nave está pasando “una situación económica crítica”, en parte generada por la falta de un amarradero donde poder dejarla a reparo. Desde el 99, la embarcación permanece durante la semana en un muelle de la isla Charigüé y la situación se “hace insostenible”.
En principio por el deterioro que le produce estar todo el tiempo a la intemperie, pero además por el incremento de los tiempos que lleva preparar cada travesía. “El barco zarpa desde un muelle exclusivo ubicado frente al Monumento, pero allí no puede estar en forma fija, por eso estamos usando un amarradero de la isla donde corre más riesgos y, además, necesitamos entre tres y cuatro horas para ponerlo en condiciones para hacer un paseo”, apuntó Apeseche.
Pionero. Las primeras travesías del Ciudad de Rosario se realizaron en el 71. Desde entonces y hasta hace 16 años, la nave permanecía amarrada en un espejo de agua ubicado al sur de la estación Fluvial, frente a la guardería Belgrano Centro (conocido como la ex dársena de cabotaje). Tras la concesión del embarcadero, la nave debió dejar el lugar que actualmente “se encuentra en desuso y con su muelle deteriorado”.
El año pasado, el concejal Miguel Zamarini presentó un proyecto para solicitar que se otorgue a los dueños del barco un permiso de uso precario para fondear la nave en el lugar. Anteayer, los titulares de la embarcación volvieron a exponer su situación en la comisión de Producción del Palacio Vasallo, donde está en estudio la iniciativa.
El presidente de la comisión, el radical Martín Rosúa, explicó que todavía no está clara la jurisdicción de ese espacio. “Lo que nosotros estamos viendo es si ese lugar pertenece a la Subsecretaría de Puertos y Vías Navegables, al Enapro o a la Municipalidad. En caso de pertenecer al municipio comenzaríamos a actuar para que pueda volver a usarlo”, sostuvo y aclaró que se tratará de una “concesión firme, con un canon y la inversión necesaria para garantizar la seguridad del lugar”.
Todo el año. La embarcación zarpa durante todo el año, todos los fines de semana y feriados, a las 14.30 y a las 17. Tiene capacidad para 350 personas sentadas, distribuidos en dos salones climatizados, y amplias terrazas cubiertas.
Los recorridos, de dos horas de duración, trascurren entre las islas entrerrianas y la costanera rosarina hasta el puente Rosario Victoria. Los pasajes cuestan 90 pesos para los mayores de cinco años. Además de las rutas habituales, la embarcación realiza salidas educativas para escuelas o contingentes de jubilados y se puede alquilar para la realización de eventos.
La historia de un símbolo de la ciudad
Los recorridos del Barco Ciudad de Rosario se inauguraron en febrero del 71.
Diez años antes, Raúl Oficialdegui había comprado un barco de bandera brasileña en desuso con la idea de desarmarlo y reconstruirlo de cero en un astillero local.
El plan era arriesgado, pero se correspondía con el buen momento que atravesaba el negocio que Raúl había inventado: pasear gente por el río Paraná en una pequeña lancha a motor.
El astillero de Génova y bulevar Avellaneda (donde ahora funciona una arenera) sirvió para armar la embarcación antes de su viaje inicial.
La construcción insumió 10 años y “45 millones de pesos viejos”, según consigna una crónica de LaCapital de 1971.
La misma nota destaca las características del buque de 31 metros de eslora y 6,45 de manga, con dos motores y una usina eléctrica propia; la belleza de sus salones, con bar americano y pista de baile “alfombrada y con aire acondicionado” y la comodidad de su amarradero.
“El atracadero habitual del barco será un sector de 48 metros de muelle en la dársena de cabotaje, ya arrendado, con 25 metros de espejo de agua de manera que el acceso para los viajeros será sumamente fácil”, dice el artículo periodístico de la época.
La embarcación pertenece todavía a la misma familia que atiende también distintas tareas del negocio: el mantenimiento de la embarcación, la publicidad y la venta de pasajes.
El emprendimiento es la principal fuente de ingreso de otras seis personas —marineros, patrones de barco y guías turísticos— con años de andar y trajinar por “el majestuoso recorrido por el río Paraná y sus islas”, como tradicionalmente se anuncian las travesías del Barco Ciudad de Rosario.
El futuro del emprendimiento ahora es una gran incógnita. Los costos no dan y el barco no logra salir a flote.
Comentá la nota